De 1799 a 1815, las guerras napoleónicas sembraron el caos y marcaron una etapa histórica que confinguró el siglo XIX como una profunda era de cambios. Napoleón Bonaparte se convirtió en el gran enemigo y así lo recogió también la literatura. Curiosamente, es interesante pensar cómo su figura ha sido parte también en la fantasía.
Aparte del ejemplo más destacable que es la maravillosa Jonathan Strange y el señor Norrell de Susanna Clarke, la saga de Temerario de Naomi Novik (conocida por otra de sus obras: Un bosque oscuro) ha conseguido reivindicarse en los últimos años como una mezcla de novela histórica y fantasía. Dicha saga quedó inaugurada con El dragón de su majestad, el debut literario de la escritora estadounidense.
Dragones reales y ficticios
En El dragón de su majestad, asistimos a una brutal batalla naval que cambiará el destino de sus personajes. El joven capitán Will Laurence, del bando británico, se hace con un huevo de dragón que China había enviado a Napoleón Bonaparte. Cuando este eclosiona, Laurence se convierte en el propietario de un dragón imperial, una raza extraña, al que llamará Temerario. Esta criatura será uno de los adalides de la guerra contra Napoleón.
La premisa es fantástica en todos los sentidos, lástima que la novela se desinfle a medida que avanza y se quede en una mera introducción. Si bien se centra en el entrenamiento y en el tema bélico, y la mezcla de contextos es llamativa, lo anodino de sus personajes y la falta de sorpresas hace que Temerario sea una aventura para pasar el rato y poco más.
Mata, eso sí, la falta de profundización en el conflicto. Pese a la magia y la sabiduría de los dragones como Temerario, nunca nos detenemos a parar si la guerra se podría solucionar de otro modo. Es una lástima que criaturas míticas se conviertan en armas sin más. George R. R. Martin llegó a hablar de la magia y los dragones como armas atómicas en Poniente; en el mundo de Novik lo son, pero echo en falta más trasfondo y reflexión sobre estas criaturas. ¿Por qué servir a los humanos y sus viles propósitos?
El valor del dragón
Aprecio que Novik intente darle cierta entidad a los dragones y hable del maltrato que algunos sufren, pero se les sigue enviando a una guerra y se olvida que la existencia de estos seres también podría abrir otras posibilidades a la resolución de conflictos. Más allá del interés por la ucronía y sus primeros compases, la novela no logra la profundidad que cabría esperar en este y en otros puntos.
Como aspectos positivos, destaco la capacidad de Novik para retratar la flema británica (pese a que ella no sea inglesa); seguramente basada en sus numerosas lecturas de época, con Jane Austen como mayor referente.
Por ejemplo, destaco toda la parte en la que Will hace una parada en la finca de sus padres, quienes lo han rechazado al descubrir que se ha convertido en aviador y los problemas «aristocráticos» a los que se enfrenta. La novela, hasta ahí, es perfecta. Una pena que lo que venga después no esté a la altura.
Crítica de El dragón de su majestad de Naomi Novik que inaugura la saga de Temerario: fantasía y guerras napoleónicas. Share on XUna época imposible
La construcción del mundo de El dragón de su majestad es llamativa, aunque como un castillo de naipes, no se le puede tocar demasiado.
Me refiero a que se dan pinceladas, pero las ucronías son difíciles de mantener y Novik opta por no explicar ciertos devenires del génesis de su mundo. Una decisión astuta, pero que deja tantos huecos en blancos que nos hace preguntarnos cómo se llevó a cabo la Revolución Francesa si quizá la casa real poseía dragones. O cómo el Imperio Español cayó en desgracia si, seguramente, también contó con estas fuerzas. O no, porque nunca se explica (solo hay alguna mención muy leve).
Sobre la disonancia causada por el choque de novela histórica y fantástica siempre me resulta interesante por esa constante pregunda de ¿y si…? Cuestiono, no obstante, decisiones (puede que debidas a la traducción) como llamar a los «pilotos» de los dragones con el término «aviador», ya que el primer avión data de 1903 y no hay aviones como tal en la obra.
Novik posee un amplio vocabulario relacionado con el mundo marítimo (que readapta a este mundo de dragones), aunque en ocasiones se opte por términos que repiten demasiado como «haraganear». Al ser palabras poco habituales, es normal que le salten a los ojos al lector.
La construcción de mundos
Al menos, la novela no cae en el volcado de información (o infodumping). La autora va incluyendo la información de un modo sutil o, al final, con notas de los investigadores de los dragones (que nos dan más luz sobre las diferentes especies).
Ahora bien, hay ciertos elementos que no acaban de explicarse y pueden generar que arqueemos la ceja. La muestra clara de esto está en que el plan de Napoleón es bastante endeble (¿en serio? ¿Este es el gran estratega?). Una pena que, a veces, pise tanto el freno en lo insustacial y el acelerador en lo importante.
¿Y la magia?
Leo fantasía, sobre todo, por su capacidad para despertar en mí el sentimiento de la maravilla. Más allá de las primeras páginas, no la he apreciado en El dragón de su majestad.
Aunque el lector pueda esperar que la inclusión de dragones agrega la posibilidad de incluir otras criaturas mágicas o la propia magia, hay que decir que no es así. Es comprensible que Novik no quisiese desperdigarse con más cuestiones de las que pudiera abarcar, pero también se siente como otra posibilidad desaprovechada.
Por ejemplo, a la hora de construir la acción, los dragones son reconvertidos en enormes barcos aéreos, aunque resulten, hasta cierto punto, poco creíbles algunos de los recursos utilizados en las batallas. Puede que incluyendo elementos mágicos, hubiese quedado menos coja esta parte.
Podemos decir que el trasfondo de El dragón de su majestad es uno de esos trasfondos que funcionarán mientras no les demos muchas vueltas.
La parte humana
Puede que el trasfondo sea importante, pero sin buenos personajes poco importa. En El dragón de su majestad, me resultan más planos y el protagonista, Laurence, tampoco llega a encadilar como debería, dada esa manía de presentarlo como un don perfecto. Entiendo que debe ser un «estirado», pero ni siquiera cuenta con un arco de evolución: es bueno al principio y lo es al final. No afronta ningún reto más allá de crear un nexo con Temerario.
Me quedo ante todo con su relación establecida con su dragón, sobre todo en la primera parte de la novela, que considero que es la que mejor funciona. Echo en falta que se cuestione la hipocresía de los pilotos: la mayoría ama a su dragón, pero no se cuestiona el hecho de ir a la guerra con ellos, donde pueden morir. Los dragones, a su vez, tampoco se cuestionan su devoción por estos seres humanos que solo les traen desdicha.
Por ejemplo, a nivel de trama, algunos hechos relacionados con los personajes se precipitan en demasía, como la traición de Jean-Paul Choiseul. Por otra parte, sí me gustó el resultado de dicha traición y lo que supone para su dragón, Precursoris.
Choiseul se desvela, precisamente, al usar a una de las capitanas para sus planes. Sobre los personajes femeninos, es buena (aunque no revolucionaria) la incorporación de estos en la trama y cómo el elemento fantástico permite que se desarrollen más allá de ciertos canones de la época, siendo la capitana Jane Roland (y su hija Emily) uno de los personajes más interesantes, al igual que la capitana Harcourt y su dragona Lily.
Chovinismo
Si bien el término «chovinismo» procede de la defensa que Nicolas Chauvin hizo de su propio país y de Napoleón, esta preferencia hacia lo nacional y aversión hacia lo extranjero lo vemos hasta cierto punto en la novela de Novik. Nunca se cuestiona al bando inglés ni los diferentes conflictos asumidos en esa época. Como siempre, Inglaterra coloca al almirante Nelson como un héroe formidable, cuando más allá de su legado en Trafalgar, sufrió derrotas como las de Tenerife.
Dicho lo anterior, es triste que no se explore más las relaciones de patriotismo que hay en la obra, ya que, por ejemplo, un personaje deleznable como Rankin parece un rara avis dentro del ejército por tratar de una forma terrible a su dragón, Levitas.
Puede que sea un resumen del mayor problema de la novela: hecho en falta más segmentos que, verdaderamente, exploren su ucronía.
Conclusiones
Los dragones son potentes símbolos que no debemos tomar a la ligera. Puede que a esta consideración llegue también porque mi gusto por los dragones parte de aquel Smaug de El Hobbit demasiado brillante y perverso como para servir a los miserables humanos o aquel dragón del Pendor de Terramar, que jugaba con las palabras para lograr sus objetivos. Precisamente, Le Guin se tomaba el abuso de la guerra en la fantasía como un fracaso.
Aunque hablar de «fracaso» es relativo o dudoso cuando la saga de Temerario cuenta en su haber con nueve novelas hasta la fecha, de las cuales se han publicado las cuatro primeras en español: El dragón de su majestad, El trono de jade, La guerra de la pólvora y El imperio de marfil. Lo positivo es que, al tener tantos títulos y al haberse extendido la publicación durante años, se habrá profundizado más en el mundo y se habrán mejorado los puntos más discutibles.
Más allá de esto, como primera parte, El dragón de su majestad de Naomi Novik presenta la interesante premisa de la Saga de Temerario, que destaca por mezclar fantasía y novela histórica. Presenta, pero no profundiza ni se hace la gran pregunta: el porqué de algo tan inhumano como la guerra.
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