«No hay nada más lamentable que un artista que ha perdido el norte».
Uno de los actos más importantes de cualquier cultura es el acto de comer. Cuando se enfoca en una obra artística, se ve poblado de simbolismo y nuevas lecturas. Incluso para los gourmets, el cocinar y comer es, en sí, un ritual casi litúrgico. Y, como en el arte, nada es lo que parece.
En el alimento, hay intimidad, debilidad y también tensión. Hay gente que detesta que otros vean cómo comen. Hay personas que no comen, sino engullen. Los monstruos, si te atrapan, te devoran. Nadie debería sentarse con un enemigo a la mesa (aunque, ¿quién sabe?). Comer antes que el invitado es de mala educación. Los cubiertos se colocan de cierta manera. Los mesías acaban convirtiendo su cuerpo en carne y su sangre en vino… Y todo eso, para nada. Todos somos los platos del rico de turno, todos seremos pasto de los gusanos. Todos formaremos parte de El Menú.
La cena de los idiotas
El Menú de Mark Mylod es una pequeña delicia que evoluciona desde la comedia negra hasta el terror, pasando por un constante suspense, pero que, por desgracia, sabe a poco. Nadie repetirá. Brilla, más allá de por su guion (alargado en algunos puntos y con cambios de tono que se acercan al bandazo), por el duelo interpretativo entre Ralph Fiennes, quien da «vida» al chef, y Anya Taylor-Joy, una de las asistentes a la cena que acapara el film.
Con gran habilidad, lo que empieza como una comedia ácida evoluciona a un incómodo film de terror. El acto de comer muestra vulnerabilidad en la ficción, aunque El Menú no logre siempre transmitirla. La resolución, digna de Ulises ante Polifemo, nos hace esbozar, sin embargo, una sonrisa. El problema es que cada plato se adecúa perfectamente a lo que espera el comensal o el espectador y no hay ninguna sorpresa.
De modo inteligente, la puesta en escena cumple a la hora de dividir los diferentes segmentos de la película en cada uno de los platos de los que disfrutará su comensal. Eso hace que El Menú sea adictiva, como una buena comida, pero deje con ganas de más de su malicia y menos de su simpleza consecuente.
La herencia de Tántalo
En la mitología clásica, Tántalo descuartizó a su hijo y se lo dio de comer a los dioses. Aparte de este crimen, cometió otros por los que fue castigado por toda la eternidad en el Tártaro.
Durante la película El Menú, en uno de los recortes, se cita que el chef Slowik trabajó en un restaurante con el nombre de Téntalo.
En la obra, Lilian, la crítica gastronómica, utiliza un adjetivo derivado de una de las diosas del mar para quedar como una pedante remilgada. Sin embargo, es incapaz de reconocer la sombra que Téntalo cierne sobre Slowik y todos ellos.
Una demostración más de que si la gente conociese los símbolos y su significado, quizá pudiera escapar de su aciago fin.
Una lástima que el film tenga tan poca profundidad, salvando esta lectura, y la posible lucha de clases sociales que se desarrolla a lo largo de su metraje: simplista, demasiado simplista.
Comed y bebed
Mientras veía El Menú, he recordado varios cuentos clásicos y no tan clásicos de terror, como El pájaro de sol de Neil Gaiman, donde el protagonista se reúne con un selecto club de gourmets. La idea era similar a El Menú: todos los que comemos, algún día seremos comidos (por los gusanos, seguramente). Y aunque El Menú no caiga en el esperable canibalismo, sí que cae en el símbolo de que los que se alimentan se convertirán en alimento aunque sea metafórico.
Crítica de El Menú, película cuyo primer plato es la comedia negra, el segundo el suspense y el postre el terror Share on XComo en la obra de Gaiman, en esta película hay un nivel de crítica hacia las clases sociales. No cae en la brocha gorda en la que cayó el bueno de Rian Johnson en la reciente Knives Out: Glass Onion, pero la idea es similar: destrozar a las clases altas, con su banalidad y su ego. Un servidor jamás estará en contra de esto. Cada uno de los comensales representa lo peor de la sociedad: tipos de negocios que roban, un depredador sexual, una crítica gastronómica bochornosa, un actor en declive…
Más original, sin embargo, me resulta la comparación que se hace entre un chef y una prostituta: ambos sirven con su alma a aquellos capaces de pagar por sus servicios y es así cómo se sacrifican poco a poco, convirtiéndose en alimento de los gusanos en vida.
Como quien dice, El Menú no deja títere con cabeza.
Conclusiones
Una película auténticamente grande es aquella que aguanta los revisionados y la búsqueda de significados, entre otras cuestiones que podríamos señalar como cruciales desde la perspectiva de la crítica. Me pregunto hasta qué punto lo es esta. ¿Cuánto se puede sacar de cada uno de sus sabores? ¿Con qué nos deja la historia? ¿Con un buen sabor de boca o uno profundamente amargo?
El chef era un hombre insatisfecho que había olvidado disfrutar de la comida; Erin, la protagonista, es una mujer que se ha cansado de servir a otros. Cada uno de ellos se venga a su manera de los ricos que se han alimentado de ellos, pero ¿queda algo más allá de esto? ¿Solo hay un par de destellos brillantes entre lo vacuo? ¿Esto es todo lo que me puede ofrecer?
Al final, una vez se toma el postre, El Menú es, por seguir con el símil gastronómico, un buen plato, que combina sabores y deja lleno (casi empachado). Sin embargo, me pregunto si acabaremos repitiendo una vez sepamos cómo funcionan todos sus ingredientes. Lo más seguro es que no.
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