Hay historias que no son contadas sin más, sino que entran en ti y te acompañan desde que comienzan hasta mucho después de que acaban. No es nada nuevo. Aristóteles, en el germen de la teoría literaria que fue La Poética, ya estudió qué hacía que la tragedia griega funcionase y por qué aquellas historias llenas de muerte y malos augurios eran las preferidas por el público. Siglos más tarde, nos encontramos ante la misma situación con Atenea (Athena, Romain Gavras, 2022).
Una historia de violencia
Athena nos sumerge en la tragedia de unos hermanos que, en el fondo, representan ideas universales. Cada uno de ellos, es un reflejo de la sociedad actual, dividida por el odio y el auge de unos viejos monstruos que nunca llegaron a desvanecerse.
En la barriada de Atenea, los grupos rebeldes proliferan bajo el liderazgo de Karim, quien pide a las autoridades que entreguen a los policías que asesinaron a su hermano de trece años. Abdel, hermano mayor de Karim, que forma parte del ejército francés, intenta negociar con su hermano y detener la escalada de violencia. Mientras, otro de sus hermanos, Moktar, esconde una serie de armas que podrían servir de polvorín para el estallido de una guerra civil.
La tragedia de tres hermanos en #Athena sirve para representar una tragedia a nivel de toda una sociedad Share on XEl odio
Athena funciona como un film de acción ejemplar, con varios planos secuencias que hacen que el making of sea de obligatorio visionado. Es impresionante el nivel técnico logrado por Gavras y todo su equipo, y no se concentra en ser un mero artificio, sino que tiene una finalidad argumental y estética, introduciendo la tensión y la dureza en cada una de las escenas del film. Para los que teman que se quede en el mero alarde técnico, Gavras es honesto y realiza cortes y fundidos a negro cuando su historia lo necesita.
La forma que tiene su director de medir cada escena ha hecho que haya un sector de la crítica que lo acuse de «esteticista». Me gustaría que estos críticos explicasen realmente a qué se refieren, cuando luego se celebran películas de otros directores que llevan a cabo algunos ejercicios similares. Si Alfonso Cuarón o Alejandro González Iñárritu optan por un plano secuencia, es excelente; si lo elige Romain Gavras, se lo califica de «coreografía de la violencia» o el delirio pop. Ya le pasó a George Miller con Mad Max, no me extraña que le ocurra a Gavras, igual que no me extrañaría que no se reconociese su labor con los premios de marras.
Por suerte, el futuro de una película no depende de lo que digan aquellos que viven de destripar obras ajenas.
La tragedia griega
Pero más allá de cómo esté filmada, me importa la historia, que es lo que realmente hace que me detenga ante una película. Y en esta tragedia de tres hermanos en una Francia que podría ser la de mañana, encuentro una fuerza que me recuerda a la tragedia griega: tenemos al héroe enfrentándose a los presagios, a un antagonista que desea justicia, una incógnita y una fatalidad que desdibuja cada momento, la aparición de una música sobrecogedora que vaticina el desastre, una batalla campal que evoca a una guerra digna de Troya, solo que aquí no se busca la belleza, sino la justicia… y ahí está esa escena en la que Abdel se rompe y sufre la hamartia que le marcará en los últimos treinta minutos de la película.
«La tragedia -esencialmente la tragedia griega- es un esfuerzo del espíritu humano por aclarar el enigma del universo, por entender el sentido último de la existencia humana. Vista así, es la tragedia una creación maravillosa, eterna, válida mientras el hombre aspire a comprender el porqué de las cosas. Pero hay más: como medio de “ comprensión», la tragedia ha florecido siempre en épocas eminentemente criticas, cuando los valores tradicionales tienden a esfumarse y el hombre se encuentra solo ante la vida, ante sí mismo o ante el Absoluto. Por ello hay épocas trágicas y épocas antitrágicas» (Lesky, A., Costa, J. G., & Clota, J. A. (1966). La tragedia griega. Barcelona: Editorial Labor.)
Conclusiones
A menudo, me cruzo con estudiantes que dicen que la literatura es aburrida. A algunos les convenzo para que escuchen el argumento de alguna tragedia griega. Les suele encandilar. No les digo que sea una obra griega, me centro en los sentimientos, en los personajes, en los sucesos… y, de pronto, para esos chavales del siglo XXI, Edipo, Antígona o Medea son tan reales como el compañero que tienen sentado delante. Por eso, funcionan los clásicos, porque nunca mueren: se siguen contando porque estamos fascinados con ellos, ya se llame nuestro héroe Héctor o Abdel.
Athena no se queda en un simple ejercicio técnico o en reversionar los elementos clásicos de la tragedia griega. Como se deduce de la cita anteriormente incluida en este comentario, trata también sobre nuestro mundo, al borde del precipicio, en estado crítico. Trata sobre nosotros, los que estuvimos y los que estaremos, como el género clásico griego.
El film es, ante todo, una advertencia: como en la serie (también francesa) El colapso, se nos advierte de lo sencillo que es acabar con todo, de cómo el fin del mundo podría comenzar un día cualquiera. El odio, esa llama imperecedera, está ahí, aguardando. Y ojalá sepamos verlo y podamos escapar del fanatismo, el odio y la venganza.
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