A propósito de Harry Potter and the Cursed Child (o algunas cosas que me están gustando de lo que estoy leyendo)

Oh, sí, este será el único blog, seguro, del mundo, en el que se está hablando de esa desconocida obra que es Harry Potter and the Cursed Child. Je. Fuente.

No sé qué ha sido. Si la nostalgia, el hype o que, en el fondo, me gustan estas cosas, pero este fin de semana, coincidiendo con el cumple de Harry y J.K., ha salido a la venta Harry Potter and the Cursed Child (que en España se traducirá como Harry Potter y el legado maldito, juas, juas, juas… Ríete tú de El misterio del príncipe o ya me parto yo por ti).

Seguro que no os habéis enterado de la publicación. Nadie lo ha comentado. Ha pasado bastante desapercibido. Solo anda todo el mundo revolucionado con este tema. ¡Que es la octava historia de Harry Potter! ¡Que es el auténtico final de la saga! ¡Que es solo el guion de la obra de teatro! ¡Que J.K. no lo ha escrito, solo ha asesorado y dado su bendición! ¡Que estas revisitaciones son peligrosas! ¡Que parece un fan fic! ¡Que se le está acabando la pasta o algo! ¡Que blablablí y blablablú!

Da igual. Lo bueno de intentar huir del ruido de las redes sociales y todo eso es que solo me tengo que escuchar a mí, con mis tonterías, y a nadie más, por difícil que parezca. Y bien, este egoísmo para no terminar de perder la cabeza, ha hecho que diga: «léete The Cursed Child, Carlos, aunque sea en inglés». No es por miedo a los spoilers o por ir a la moda (sí, voy tan a la moda que comento libros, pelis y canciones que llevan existiendo más que yo en muchos casos), simplemente es porque me apetece volver al mundo mágico de Harry Potter, porque soy un ñoño y porque siempre le guardaré un gran cariño a esta saga.

I am reading!


Yo no era de los que me leía los libros de Harry Potter en inglés. No es que no me llamasen la atención, simplemente, no me veía preparado para abordarlo en la lengua original, era un crío y, además, siempre guerreaba mucho para que me comprasen un libro, así que tampoco estaban las cosas para comprar algo que luego no fuese a leer. Eso sí, yo me entusiasmaba como el que más y, aunque no iba a hacer colas por fuera de las librerías y rollos así, recuerdo que, cuando salió La Orden del Fénix, lo devoré en una semana y eso que es un tochal (¿adónde se fue esa parte de mí capaz de zamparse un señor libro en siete días?). En fin, la mejor semana de Carnavales de mi vida. Muchos dirán (y más si son de por aquí), que sus mejores fiestas de Don Carnal han sido aquellas en las que se emborracharon como perras y vomitaron hasta el carnet de identidad de sus ancestros, pero para mí fue ir con aquel enorme libro de un lado a otro, leyéndolo sin parar (ya fuese en las escaleras de la casa de mis padres, en la azotea, en mi habitación…). Y es que fui miembro honorario de la Orden del Fénix. En mi imaginación. Como debe ser (no, en verdad, debería ser en la realidad, pero vivimos en una dimensión más aburrida, ¿qué le vamos a hacer?).

Sea como sea, recuerdo (leed esto con voz de abuelete) que el sexto volumen (El Príncipe Mestizo, jeje, se llamaba así, ¿no?) se lo mendigué a una amiga del instituto que fue tan maja como para prestármelo, pero ya me habían reventado en el autobús del colegio quién moría. Y después tardé, pero pude conseguir Las Reliquias de la Muerte, que leí con el asco de que todo el grupillo me lo hubiese reventado a spoilers. Maldita sea, los spoilers.

Voy de maduro guay por ahí siempre y digo: «los spoilers no son para tanto. Total: todos acabamos muertos, todos sabemos cómo vamos a acabar. Cualquier personaje, salvo inmortalidad, morirá. Tenemos ese spoiler asimilado. Más o menos (de lo contrario, ¿de qué vivirían los psicólogos?). ¿Por qué no descubrir el cómo y demás? Hay historias que nos proponen un viaje que es incluso mejor que el final». Ya os digo, eso es cuando voy de guay. En realidad, cuando tienes dieciséis años, te has criado con Harry, y viene el pijilisto de turno y te dice quién gana o quién pierde antes de que tú hayas podido conseguir tu libro, te fastidia (por no decir que te jode y mucho).

En definitiva, eso no quitó que me viese las pelis en los estrenos o que llegase a ir al maratón de toda la saga para verme el primer pase de Las Reliquias de la Muerte. Parte II, con el consecuente especial que hice en 2011 por el blog, hablando todo el rato de Harry Potter y de lo que me gustaba y de cómo esperaba mi lechuza y cómo me merecía un palo de escoba por soltar todas esas tonterías que me encantan, porque es que en el fondo siento que ese crío que leía estos libros sigue vivo, aunque sea con la forma de un corazón pequeñín metido en un tarro (al estilo el del cazador de The Strain, je, je). Y, bueno, cada equis tiempo, suelo verme alguna de las películas o hacerme un maratón en mi casa, porque resulta que mi novia es aún peor que yo en este sentido, así que…

Sea como sea (que me voy por el Callejón Diagon por no irme por los cerros de Úbeda), nunca había leído un libro de Harry Potter en inglés y esta es mi primera visita a un texto largo en ese idioma que si le quitas la tilde, te hace gracia porque te recuerda a cierta escena de cierta peli española bastante surrealista. Y es que sí, he traducido alguna cosa, las webs de cine que sigo son norteamericanas, leo los post de mis autores favoritos, blablablá, pero este es mi primer libro…, aunque, en realidad, es un guion (no está narrado como una novela, por si hay alguien que no lo pille). No obstante, ahí voy, a lo loco, armado con mi diploma de B2, mi manía de verme las series en inglés y mi viejo diccionario... Y me voy enterando, más de lo esperado, sorprendentemente. Incluso me dan ganas de traducirlo si luego no pensase que en casa me aparecería un dementor para decirme: «¿qué estás haciendo con tu vida?» (a lo que respondería: «¿el beso con lengua o sin lengua?», pero esto es una mierda que solo entenderéis si habéis leído los libros, aunque imagino que si estáis leyendo esto es por eso, porque yo, de interesante, tengo lo mismo que un cactus… menos tal vez, porque los cactus absorben la radioactividad y esos rollos que dice la gente y yo me creo porque he leído muchos cómics y everything is possible!).

Ya os percatáis (si no os saltáis los paréntesis, en cuyo caso os estaréis saltando este, bordes, que sois unos bordes), ya me salen expresiones en inglés y todo. Un día de estos, me pongo a escribirle poesía en inglés a mi gato imaginario o algo. Y me planto y me leo el Jerusalem de Alan Moore en inglés antiguo, con expresiones escocesas y tono de señor sin dientes. ¡Ya veréis! Total, es casi mi esperanza. Harry Potter y la Piedra Filosofal me descubrió el amor por la letra impresa y, desde entonces, encadené un libro tras otro. ¿Quién sabe si dentro de diez años no estaré leyendo los libros en inglés y apreciando la extraña dicción de Hagrid y…? Bueno, dejemos de soñar.

Y cuando entienda la imagen, prometo que os lo comentaré por aquí para que os riáis de mí y por qué no pillaba el símbolo de la obra de teatro y esas cosas que digo para tener un pie de foto que añadir. Fuente.

Una tormenta en el horizonte


De sueños y augurios va The Cursed Child. Aún, no lo he terminado, pero espero hacerlo durante estos días. Como nunca veré la obra de teatro porque soy un arrastradete, yo me imagino las cosas y soy tan feliz. Y sí, aunque persiste esa sensación de «¿esto es un fan fic o no?» y el «¿trata realmente sobre Harry Potter?», como mi nivel de exigencia es el justo, yo ya estoy de nuevo en Hogwarts y me he llevado algunas sorpresas. Abstenerse, eso sí, los que odiáis la retrocontinuidad o capítulos como Gire a la izquierda de Doctor Who, porque de lo contrario, entraréis en modo hater y no querréis disfrutar de esa sensación deprimente de ver cómo han crecido tus héroes y como sus hijos han salido unos rebeldes, sobre todo, el bueno de Albus Severus (que ya con ese nombre, bien podía tener motivos para odiar a sus padres).

Me está gustando. Albus tiene ese carácter de «no quiero ser como mi padre», Harry está en modo «voy a salvarlos a todos, incluso aunque acabe siendo demasiado testarudo» (como siempre), el cliffhanger me parece peligrosamente llamativo (hay que tener valor para tocar el tema del pasado), hay algunos descubrimientos simpáticos (cierta profesora de Defensa contra las Artes Oscuras), ver cómo nuestros protas se están convirtiendo en aquello que nunca quisieron ser de críos, los guiños a personajes como Dumbledore o Sirius, el tema de la «maldición»… Y me está gustando también que se reivindique al personaje de Draco, a los Slytherin y, sobre todo, a Scorpius Malfoy (en Pottermore he salido dos veces como Slytherin, así que...)Creo que es interesante cómo se les ha desmarcado de ese «son malos y puntos». No, ellos son algo más y me resultan fascinantes, como ese Scorpius que debería ser malo hasta la médula y es todo lo contrario: un chaval majo, tímido, que intenta caer bien. ¿Y el misterio sobre el origen de Scorpius? Mi cara de: «¿qué me estás contando?» se divisó hasta por el Google Maps (mientras se oía el grito y las maldiciones de los enemigos de esta obra).

Nada, que ya me he extendido tres (casi cuatro) folios de Word y quería que esto fuese un post corto para cumplir con mi propósito de colgar algo cada día en el Antro. Mientras escribía esto, más ganas me han dado de continuar leyendo en el Kindle. Y creo que eso voy a hacer. Es la maldición de que te guste algo mucho, que nunca lo abandonas y nunca te abandona. Always! [Inserte algo más de postureo en inglés si lo desea, gracias).


P.D.: Mi problema con la traducción en español, por ahora, no es que haya cambiado el significado y demás (y que yo vaya de tío cool que solo se lee cosas en inglés, tiene un C1000 acreditado en inglés y me pongo las gafas de pasta para ver cine pakistaní sobre ovejas conspiradoras), sino por el hecho de que, en la propia obra, se toca el tema de que hay un niño maldito que puede ser Harry, Albus, Scorpius o que Blaze el centauro es un cenutrio haciendo profecías… o yo mismo podría serlo, que tengo un alma cándida. Por tanto, es más bien el rollo de ¿se entenderá este tema o soy yo con mis cosas como siempre? Sí, soy yo, con mis cosas, como siempre.

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