Crítica de DUNE (primera parte) de Denis Villeneuve, el miedo es el asesino de la mente

Denis Villeneuve nos trae de nuevo Dune a la gran pantalla, ¿ha valido la pena? Fuente.

«No debo temer. El miedo es el asesino de la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Me enfrentaré a mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y por mí. Y cuando haya pasado, volveré el ojo interior para ver su camino. Donde el miedo se ha ido no habrá nada. Solo yo quedaré».

Desde hace un par de días, no he podido dejar Arrakis. Cuando salí del cine, tras quedarme religiosamente hasta la muerte de los créditos, pensaba que me había gustado sin más, pero, desde entonces, la película ha vuelto a mí de forma intermitente y me ha gustado más y más. Desde sus contemplativos planos hasta los solemnes diálogos, desde sus espectaculares escenas hasta la estruendosa música, es como si Dune hubiese entrado en mi cerebro como un gusano de arena. Y lo ha hecho hasta hacerme pensar en que si no tenemos una segunda parte, será un hecho lamentable. Dune de Denis Villeneuve ha sido un motivo para reencontrarme con la magia del cine en la gran pantalla tras dos años de una interminable pandemia que nos había abocado a la ciencia ficción más oscura. Y ya solo por eso, merece la pena.

Dune es la nueva adaptación de la novela de Frank Herbert. Fuente.

Sueños de arena

En 1959, un periodista que se ganaba la vida escribiendo pequeñas historias recibió el encargo de realizar un texto sobre las dunas. El proyecto no llegó a materializarse, pero le sirvió de base para una novela de ciencia ficción donde hablaría sobre el futuro, las guerras de poder del pasado, los viajes espaciales, las drogas capaces de abrir la mente, el colonialismo y la explotación de recursos, los mesías… 

Y pese a que la novela fue rechazada por una veintena de editoriales que la consideraban un mal viaje lisérgico, finalmente logró publicarla y acabó convirtiéndose en un éxito que la haría merecedora de un premio Nébula, entre otras distinciones. Había nacido Dune.

La contracultura de los '60 y '70 abrazó el libro y también muchos jóvenes lectores que encontraron no solo una aventura, sino una filosofía de marcado aire orientalista que, en pleno auge del LSD y el descubrimiento de la espiritualidad, haría que consiguiese una gran repercusión. 

Aquel periodista se había convertido por fin en el gran escritor de ciencia ficción que llevaba años queriendo ser. Era Frank Herbert y había concebido una nueva era dentro de la literatura de ciencia ficción estadounidense, basándose en elementos clásicos del protagonista que comienza por enfrentarse a unos "salvajes" para acabar convirtiéndose en uno de ellos y llegar a ser su líder (elemento que hemos visto en Lawrence de Arabia, Bailando con lobos, Atlantis o Avatar). 

El emblemático mundo (o, mejor dicho, universo) de Herbert sería expandido en varias novelas que firmarían su hijo Brian y Kevin J. Anderson. Así, veríamos la caída de imperio y el auge de los descendientes del nuevo emperador, asistiríamos a una yihad y al esplendor del vergel de Arrakis, pero también a su caída, en una odisea del tiempo.

Dune narra la historia de la caída de la Casa Atreides y el destino de su heredero, el joven Paul, quien está destinado a ser el mesías de un universo que busca liberarse de la tiranía del Emperador y las Casas, quienes ansían la especia autóctona de Dune, una droga que hace posible los viajes espaciales y que, además, ha condenado al planeta a ser un desierto, en vez de llevar a cabo los originarios planes para la terraformación. La guerra contra los Harkonnen llevará a que Atreides se una a los habitantes de Arrakis, los Fremen, que buscan, a través de la fe, a un salvador que podría ser Paul.

Mucho se ha hablado de la grandeza de la novela Dune: su uso de los monólogos internos, la creación de un vasto mundo con su propia mitología, la posible búsqueda de analogías con nuestro mundo, el camino de un mesías que está condenado por un destino que no sabe romper... Hallamos desde las leyendas clásicas y las tragedias griegas hasta las naves futuristas y la visión de nuevos mundos que ha influenciado a muchas obras posteriores. Dune es un compendio de lo que nos conmueve, pero ¿lo será en la gran pantalla?

La maravillosa edición ilustrada del clásico de Frank Herbert, editada por Nova. Fuente.

Dune en el cine

No es sencillo llevar un libro como Dune a la gran pantalla. Al igual que Lost in La Mancha de Terry Gilliam, documental que nos narraba su odisea para llevar a cabo una adaptación del Quijote (que era casi más interesante que la propia película), el recomendable documental sobre el Dune de Alejandro Jodorowsky se antojaba como un delirio de lo que podría haber sido un film lleno de tantas estrellas que era imposible que llegase a nacer sin colapsar en una supernova, pero nos deja varias historias curiosas sobre la importancia de los sueños y el celuloide. 

Y entonces, en los ’80, Dino de Laurentis, todavía con ganas de traumatizar a una generación (porque se ve que Flash Gordon no había sido suficiente), logró que un joven David Lynch se pusiese tras las cámaras y adaptase Dune… para luego sufrir todas las interferencias posibles desde la Universal y los productores, lo que hace que Dune sea la película de la que Lynch reniega más abiertamente al no ser “su” película. 

Y es que la película de Dune de ¿Lynch?, pese a ser "mítica" para muchos que se criaron en los '80, es una obra fallida en todos los sentidos: interpretaciones, música, efectos especiales, dirección... Poco queda del Lynch de Cabeza borradora o El hombre elefante en ella. Todo es torpe y se percibe cómo el director que dijo no a El retorno del Jedi para hacer esta película se encontró con las interferencias del estudio que optó por las decisiones más vagas posibles: una sola película, las constantes explicaciones con la voz en off, etc. ¿Lo mejor que se puede decir de ella? Que es tan rara que uno no puede dejar de verla, aunque no entienda qué diantres está pasando. Vaya, un equivalente a un vídeo de la primera comunión.

David Lynch detesta Dune, porque no es su versión, sino la de sus productores. Fuente.

Dune es una novela que ha fascinado a lectores durante generaciones. Hay mucho de Arrakis en el Tatooine de George Lucas, pero también en los Siete Reinos de George R. R. Martin (los Stark tienen complejo de Atreides) o el Cosmere de Brandon Sanderson (el mundo de El Archivo de las Tormentas se construye con algunos elementos que vemos ya en la obra de Herbert). Dune ha sido una obra rompedora que ha alimentado otras historias a lo largo de los años, ya sea con la lectura del libro o con proyectos como el de Jodorowsky, que unió a creativos que luego llevarían a cabo obras como Alien. Dune es un sueño, de especias, de esperanza, de lucha.

Tras la adaptación extraña y fallida de Lynch, habría un par de series y varios libros más que ampliaban el lore, pero el intento de volver a Arrakis a la gran pantalla no fructificaría hasta que el director de interesantes películas como La llegada, Prisioneros o Blade Runner 2049, el director francocanadiense Denis Villeneuve, decidió tomar la especia y conducirnos en un viaje a través de la galaxia. ¿Cuál ha sido el resultado? ¿Hemos alzado el vuelo y escapado de los gusanos o nos hemos hundido en la más profunda de sus fosas?

Paul Atrides y lady Jessica. Fuente.

Un nuevo viaje

Dune es la historia de una tragedia, pero también del surgimiento de un mesías; el tono solemne que impregna la obra resulta perfecto. La Casa Atreides, liderada por el duque Leto Atreides, recibe el encargo de abandonar el planeta natal del tormentoso Caladan y ocuparse del desértico Arrakis, el mundo del que surge la especia tan apreciada en el Imperio. La antigua Casa que controlaba el desierto de Arrakis, los Harkonnen, han tenido que abandonar su mundo por mandato del Emperador, pero todo es parte de una trampa. Debido al ascenso de la popularidad de los Atreides, el Emperador teme a la dinastía de Leto y busca una forma de destruirla. Para ello, empieza una guerra entre los Atreides y los Harkonnen en una intriga política que condenará a todos y donde poderes superiores están en juego. El joven heredero Paul Atreides se verá en medio de esta lucha por el poder, pero ¿y si él está destinado a algo más, a ser el mesías que espera el pueblo sometido de Arrakis, los Fremen, y cambiará el sino del universo?

Si un punto ha hecho que me decante por la propuesta cinematográfica de Dune es por su domino de los puntos clave de la tragedia, incluyendo los sueños y las visiones como elementos fundamentales para el drama que se desencadena. Desde la primera línea de diálogo, sabemos la importancia del mundo onírico en esta galaxia. Y aquí surge el eterno problema entre el determinismo y el libre albedrío, ¿se puede escapar de los hados? El propio Paul deberá hallar la respuesta, antes de sucumbir ante la hamartía (el error trágico del héroe).
A su vez, ¿quién es Paul para cumplir con sus visiones? Si se transforma en el Mesías, ¿llevará a cabo una yihad que acabará con todos los infieles? ¿Será mejor el universo cuando se hunda en la sangre? ¿O es todo fruto de las visiones de la especia, esa droga que a algunos recuerda al LSD como impulsor del subconsciente? Son cuestiones interesantes y, aunque no se puede indagar en demasía en ellos por su metraje, los recursos que utilizan los guionistas y el director sirven para trazar la idea de la posibilidad de cambiar el futuro.

Del mismo modo, toda la familia Atreides acepta su fatal sino y la trampa que se le ha tendido. Esto le da un aire orgulloso y sacrificado a una dinastía que sabe que debe cumplir con los juramentos, aunque estos se vayan a romper contra ellos. Eso aporta un aire solemne a toda la película, que asienta bien los pilares de unos reinos galácticos (con naves que recuerdan a las de 2001, una odisea en el espacio) y que se antojan maravillosos y, a la vez, reales.

La política es esencial en Dune (con ese feudalismo moderno, con esas espadas en vez de pistolas debido a lo que ocurre con los escudos, con esas casas que recuerdan a la fantasía épica) y podemos hallar en la necesidad de la especia una visión de lo que ocurriría años más tarde de la publicación del libro con el tema del petróleo en países como Iraq. Herbert siempre quiso captar el futuro a través de su obra y pudo atisbar el devenir egoísta del ser humano. Hay demasiados Harkonnen y muy pocos Atreides en nuestro mundo.

Más allá de la política, también el ecologismo es tocado en la obra. La idea de terraformar Arrakis era posible hasta que al descubrir la especia, se supo que se perdería si el planeta se convertía en un vergel, pero, más allá de los intereses económicos, ¿es lícito modificar un planeta a nuestra merced?

Y sobre responsabilidad también tratan varios dilemas relacionados con la religión. Las creencias son cultivadas por las enigmáticas Bene Gesserit, que buscan crear un futuro a partir de sus designios. Su trabajo es lento, pero se ha mostrado impresionante con el paso de las generaciones. Ellas manipulan al Barón Harkonnen, al Emperador y a todos los que haga falta, llegando a ver en Paul una esperanza, pero también un enemigo que escapa a sus redes deterministas, como si fuesen unas Nornas o Moiras modernas.


Desde el primer momento, Denis Villeneuve se toma su tiempo y nos deja claro que estamos ante una primera parte. Cuando llega la conclusión, si se le puede llamar así, es casi inesperada y la última frase de Chani (Zendaya), más que para Paul, parece dedicada a nosotros. Si algo se aprecia Villeneuve es que un director que se dedica a dar pequeños toques de color que insinúan más de un mundo vasto, como un pintor que sabe cuándo pasar el pincel por su lienzo. Le basta con un detalle como las referencias a los toros o Paul tocando el agua de Caladan y luego la arena de Arrakis para comprender el cambio del personaje. Y lo mejor es que el ritmo pausado no es lento, ya que sirve para construir el mundo. Por supuesto, hay detalles, momentos, personajes… que se pierden, pero Villeneuve es consciente de estar haciendo una adaptación de una novela y de saber cómo esta debe funcionar en la gran pantalla. 

Agrada ver que no todo tiene que ir siempre a toda velocidad y que el director emplea su tiempo para saber dónde se coloca una cámara, qué enfoque darle a una escena, cómo plasmar otro mundo. Hay escenas que deberíamos estudiar con calma, como la llegada a Arrakis, donde un creativo menos hábil hubiese puesto una luz cegadora, pero Villeneuve prefiere ver cómo una nave comienza a llenarse de arena y a mostrar lo arduo y difícil de este nuevo mundo. Y así hay varias lecciones del talento de Villeneuve.

Precisamente, donde muchos ven un ritmo lento y aburrido, un servidor lo que ve es un ritmo pausado que sirve para ir colocando las diferentes piezas de este gran mundo. Y, frente a películas con worldbuildings torticeros y el tirar de estribillos culturales (estereotipos) se agradece que se haya tirado por una vía más sosegada.

La fotografía de Dune ha sido creada por el director de fotografía tras Rogue One y The Mandalorian. Fuente.

Una experiencia para la gran pantalla

Puede que argumentalmente, el libreto de Denis Villeneuve, Jon Spaihts y Eric Roth hubiese conseguido más minutos en el formato de serie, pero los minutos que tiene sabe dónde gastarlos para dar ligeros toques que ayudan a construir el mundo y, aunque no incluya toda la información del libro, tampoco impide que sea comprensible para el público profano. No estamos mucho tiempo con los Harkonnen, por ejemplo, pero en su minutaje podemos llegar a atisbar parte de su trasfondo, un trasfondo que se puede explorar a través de la lectura del libro si se desea.

Sin embargo, la película ha sido creada para la gran pantalla, no solo por la fotografía o su aire ceremonial, sino incluso por un Hans Zimmer (gran fan del libro) que hace gala de sus “muros de sonido” (y sus leitmotiv) y crea toda una experiencia donde la propia música crea la vibración en la sala que deben sentir los personajes cuando el gusano avanza bajo ellos, una concepción que es complicado lograr en la televisión de una casa, por muy buena que sea, y que hace comprensible el desencuentro de Villeneuve con Warner por querer estrenar la película de forma simultánea en cines y en streaming a través de HBO. 

Y es que Dune es una película preCOVID en una época marcada por la pandemia no solo en cuanto a salud, sino también social y culturalmente (ya no es raro ver a Paul con una mascarilla negra cuando nosotros mismos vemos la película con una). 

Paul dejará atrás su planeta natal. Fuente.

El reparto está fantástico, algo que era indudable al ver el número de grandes estrellas que tiene, aunque también sea un motivo para temer sobre la secuela, ¿se podrán reunir de nuevo para filmarla, más allá de los deberes del contrato?  

Timothée Chalamet cumple gratamente como Paul Atreides, un joven destinado a convertirse en mesías; Chalamet es un actor competente que ha sufrido algunas campañas de desprestigio, pero él mismo sabe cerrar la boca con su actuación. No es sencillo encarnar a un personaje superior al resto de los mortales, pero logra dar vida a la idea de cómo los héroes son un milagro, pero los superhéroes pueden ser una condena, como opinaba Herbert.

Lo mismo sucede con una actriz magistral como es Rebecca Ferguson, a la que conocí en Doctor Sueño, y que aquí hace un gran papel como lady Jessica, aportándole humanidad al personaje, que en la novela se caracterizaba por cierta frialdad. Muchos han criticado este aspecto, pero creo que no se percatan que, en la mayoría de las ocasiones, Jessica se muestra humana cuando está sola, no ante los otros.

Es destacable también cómo otros actores, como Oscar Isaac, quien encarna al valeroso Duque Leto, Javier Bardem como el aguerrido líder Stilgar, Josh Brolin en el rol del maestro Gurney Hallek (del que echamos de menos que cante algo) o Jason Momoa como Duncan Idaho, consiguen desbordar carisma en el poco metraje que tienen, siendo de lo mejor de la película. Al espectador no le importaría pasar más tiempo con ellos. 

Es una pena que la película no tenga la posibilidad de tener más escenas para Che Chang como el doctor Yueh o, sobre todo, el Piter de Vries de David Dastmalchian, que en el libro era un malvado con más peso, capaz de hablar demasiado para ser un Mentat a las órdenes del Barón. Eso me hace pensar en si el formato ideal de Dune no sería una serie en vez de una película.

En cuanto a papeles femeninos destacables (Villeneuve hablaba de la importancia de dar más peso a las mujeres de la obra), Zendaya encarna a Chani, personaje importante a través de las ensoñaciones. A algunos les resulta cansino, a mí me gusta la idea de todos los futuros posibles que puede ver Paul y la multitud en la que ve a Zendaya. Pero si Zendaya representa cierta luz, la Madre Gaius es la sombra; Charlotte Rampling, que ya en su día estuvo a punto de ocupar el papel de lady Jessica en la versión de Jodorowsky (la idea de aparecer en una escena con centenares de extras defecando no le llamó demasiado la atención como para finalmente aceptar el papel), da vida a esta siniestra arquitecta del destino.

A menudo Hollywood añade a actrices femeninas a una obra, cambiando un rol masculino, y aquí tenemos a Sharon Duncan-Brewster dando un nuevo enfoque a Liet Kynes como Árbitro del Cambio y que posee una de las mejores escenas del film cuando se acerca al gusano de arena.

Sobre los villanos, Dave Bautista tiene poco peso como Rabban (aunque su físico es imponente) e imaginamos que ocupará más metraje en la secuela (cuando gobierne Dune, como parte del plan maestro del patriarca de la Casa Harkonnen) y el actor Stellan Skarsgard borda el papel del maléfico Barón Vladimir Harkonnen (con el que hacen un guiño al Coronel Kurtz de Marlon Brando en Apocalypse Now). Si bien a veces se le retrata como un personaje repulsivo (y lo es), aquí le añaden cierto aire severo en esa malicia. Ya no es un montón de porquería sin más, sino que es un ser que podemos temer, un aprendiz de Nerón desquiciado.

En resumen, es imposible que no sintamos que estamos ante una de las películas con mejor reparto de los últimos meses.

La magnífica llegada a Arrakis en Dune. Fuente.

Debido a que Villeneuve decide dónde poner el foco, muchos personajes quedan fuera de la ecuación con apenas unas pinceladas, aunque cabe esperar esto ante la futura secuela. No obstante, es una pena con otros personajes que sabemos que no regresarán; la Casa Harkonnen funciona, su barón es maléfico, pero se lamenta la pérdida tan rápida de Petir o que no se acabe de explicar el propósito de Harkonnen al poner a la Bestia Rabban al cargo de Arrakis, de un modo similar a cómo la Madre Gaius juega con los Harkonnen, los Atreides y el propio Emperador, con tal de “matizar” el futuro de la galaxia. Al menos, se empieza a dibujar la retorcida relación entre Madre Gaius y el Barón, relación que conecta con el destino de lady Jessica y su hijo Paul de un modo terrorífico.

Puede que, debido a la duración, se hayan cortado subtramas, como la dedicada al invernadero o algunas intrigas políticas en aras de volverlo un film más introspectivo con la parte del desierto. No obstante, como decía, Villeneuve sabe qué teclas tocar y en qué momento. Como bien ha dicho, consideraba La llegada y Blade Runner 2049 como una preparación para Dune y puede que sí, que haya mucho de cimas que alcanza el director a lo largo de las más de dos horas que dura la película. Dos horas que no aburren, porque es una experiencia, un viaje a otro mundo.

Mi mayor problema con el guion (si se le puede llamar "problema") ha sido que el final puede antojarse casi abrupto, pero también lo ha sido porque tenía ganas de más. De más Fremen, de más Arrakis, de más Herbert, de más Dune. Eso quiere decir que el resto de los aspectos sí funcionan y que se le puede perdonar que todavía no sepamos si tendrá continuación.

"Puede antojarse" es lo que dije en el párrafo anterior y es que podría parecer un error, cuando, en realidad, al pensarlo, me doy cuenta de que el tercer acto (tan deudor de las teorías clásicas) no está mal construido. La idea principal de esta parte de la película es que Paul debe dejar morir al niño para que nazca el hombre; es decir, debe aceptar que tiene que matar a alguien con quien ha tenido una visión, a alguien que en el futuro sería su mentor. Está rompiendo el futuro, está quebrando los hilos, si logra destrozar eso, ¿escapará de su destino como mesías o se enredará más en la telaraña de Destino? Pero para sesgar los hilos debe llevar a cabo un acto como matar a otro hombre: ¿es lícito derramar sangre para cambiar un futuro más sanguinario o, precisamente, es el error trágico del héroe, la hamartía, y Paul solo está haciendo con esa muerte que se cumpla lo que ha visto sobre su macabro futuro envuelto en una yihad galáctica?

El plano de la mano tocando la arena de Arrakis repite la mano tocando el agua en Caladan. Fuente.

Creando mundos

Otro aspecto esperable, aunque no por ello obviable, es el estupendo apartado de los efectos especiales que sirven para recrear los diferentes mundos, pero también a las criaturas, como esos gusanos de arena, o ideas como los escudos que portan los guerreros. Escenas como la batalla inicial entre Harkonnen y Fremen, la caída de los Atreides o la huida en las naves libélula en medio de la tormenta de arena son colosales.

Ya que mencionamos a las naves libélula, el diseño de producción es sobresaliente. El worldbuilding o la creación del mundo de Dune es muy complejo en el libro, tanto que se añaden citas y falsos librofilms para ampliar el lore de la novela, y todo esto se recoge también en la película y se consigue mediante la creación de conceptos, vestuario, naves, idiomas, arquitecturas… Nos gusta la ciencia ficción porque habla sobre el presente a través del futuro, sí, pero también por el afán de explorar otros mundos, ¿y qué es el arte, al fin y al cabo, que una exploración de otros universos? No solo por el diseño de cada mundo (que logra en tan solo una escena reflejar cómo es ese mundo), sino también de las naves, vehículos, armas, trajes… que nos permite vislumbrar muchos de los conceptos que Herbert tocó en su novela.

Paul Atreides está destinado a ser el mesías. Fuente.

Si por un apartado Dune resulta una película sobrecogedora en muchas escenas es por la fotografía de Greig Fraser, quien estuvo tras este apartado en películas como Rogue One, Vice o Zero Dark City y series como The Mandalorian. Aunque la paleta de colores es más apagada, se juega con el contraste entre Caladan y Arrakis, como también ocurría en la novela. Si la sala donde se reproduce la película está en perfectas condiciones, no hay ningún grado de oscuridad que resulte molesto al espectador; una cuestión que parece baladí, pero no tanto en estos tiempos. Por otra parte, las referencias pictóricas se perciben también a la hora de recrear cuadros bíblicos, como la bajada de Cristo de la cruz, en la escena de la traición que marca el descenso a los infiernos de la casa Atreides.

Sobre el diseño de vestuario de Dune, Jacqueline West y Bob Morgan optan por un vestuario sobrio, aunque no por ello carente de elegancia. Los creadores comentaron que tuvieron que diseñar más de mil trajes y todos ellos son movidos por las culturas que representan. Los Atreides no visten igual en Caladan que en Arrakis, pero más allá de ello, cada pueblo que aparece en la película tiene sus propias características, como vemos con los Sardaukar del Emperador, los Fremen o los Harkonen. Cada aspecto visual agrega capaz de significado a la película y se parecen haber seguido la misma idea de Eiko Ishioka para el Drácula de Bram Stoker de Francis Ford Coppola: que el vestuario fuese el escenario.

Zendaya encarna a una de las Fremen. Fuente.

El futuro de Dune

Me preocupa lo que esté por pasar con la saga que puede que se quede en una sola película. A esta arriesgada apuesta de estrenar en dos plataformas, se suma que en Estados Unidos se estrene con varias semanas de diferencia con respecto a Europa. Muchos se temen que las posibilidades de una secuela se jueguen a una sola carta, su estreno en Estados Unidos, ya que no está confirmada, aunque puede que no esté confirmada en papel para que precisamente la gente vaya a verla en masa y garantizarse una secuela. Algunos nos preguntamos sobre si no hubiese sido más lógico rodar las dos películas a la vez (como se hizo en El Señor de los Anillos), ya que todavía hay un hándicap mayor: las apretadas agendas del excelente reparto de esta película. Tendremos que estar atentos para ver qué ocurre con el destino de Dune y Arrakis, pero mientras, perdurará en nuestra cabeza, como uno de esos gusanos de arena.

Decía Denis Villeneuve que su equipo había puesto tres años de su vida en esta película. Tres años de esfuerzo, trabajo y constancia para llevar a la gran pantalla a este clásico de la ciencia ficción. Por el camino (y como nadie se esperaba), el mundo ha cambiado por una pandemia y la ruptura de todos los paradigmas socioeconómicos, políticos, sanitarios y culturales. En este último aspecto, el futuro del cine dependerá de cómo cambien los hábitos del público y cómo se readapte la industria. Todo, ahora, es más efímero que nunca, pero, si se me permite, diré que, aunque no soporto al reste del público en el cine, para mí ir a una sala cinematográfica es como un ritual, es lo más parecido que tengo a ir a misa, y Dune, con sus mesías y sus creencias, se antoja como una revelación, un recordatorio de la importancia del arte y el deseo de crear otros mundos cuya ventana, más allá de la especia, no deja de ser la pantalla de un cine.

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