Elevación es una pequeña joya que escapa de los géneros habituales de Stephen King. Fuente. |
No es sencillo ser Stephen King ni escribir obras que se alejen de lo que la gente cree que es tu estilo. El propio maestro de Maine cuenta que una anciana se lo cruzó en un supermercado y, con disgusto, le dijo que no le gustaba lo que hacía, que debía ser un escritor de verdad y escribir cosas como Cadena perpetua [The Shawshank Redemption]; Stephen King le respondió que él había escrito Rita Hayworth and Shawshank Redemption, la novela corta en la que se basaba la película y, mirándolo con disgusto, la mujer mayor le dijo: “no, tú no has escrito eso”. Y es que, pese a haber tocado varios géneros desde diferentes perspectivas (fantasía, costumbrismo, género negro…), a menudo nos equivocamos al catalogarlo como el rey del terror; más bien, Stephen King es el rey de los contadores de historia de nuestro tiempo, pese a quien le pese (imaginamos que los mismos que hubieran detestado a Charles Dickens por su fama en vida, por ejemplo). No decimos nada nuevo para los que estén dispuestos a aceptarlo: King es más que un mero señor que se queda detrás de unos arbustos y asusta a unos críos, es el flautista de Hamelín que consigue encandilarnos con sus historias.
En Elevación tenemos una historia que no utiliza el terror. Ni por asomo. El único atisbo del género fantástico es una premisa tan irreal como tantas otras utilizadas por el loado realismo mágico, esa corriente que parece única de la novela latinoamericana y que, en realdad, solo es parte de un fenómeno editorial creado para lograr que el resentido mercado editorial de habla española reviviese tras años moribundo. Más allá de disputas literarias y regresando a lo que en realidad importa (la literatura, no la farándula literaria o los estudios pretendidamente “literarios”), Stephen King tira en Elevación de un hecho insólito para hablarnos de un hombre que va elevándose y elevándose mientras intenta liberar al mundo del peso de los prejuicios. Sí, Scott pierde peso, aunque de volumen siga siendo el mismo: un hombre corpulento; nadie encuentra explicación y él acepta su nueva condición con un efecto casi mesiánico para la cada vez más derrynesca Castle Rock… Pero eso es solo una excusa, un simbolismo, para hablarnos sobre nuestra sociedad y el intento de cambiarla: nosotros podemos seguir siendo los mismos, pero las buenas acciones nos llevarán más lejos. Sonará cursi y manido, pero es un mensaje necesario y lo da King, por tanto, logra funcionar.
No mentimos al insinuar que Elevación es una historia dulce, cálida, con sus lágrimas y sus alegrías, con un King que parece dispuesto a despedirse con un aire y una luz del atardecer, como la de los relatos y poemas del último Ray Bradbury (no olvidemos De la ceniza volverás y a cierta chica sin cuerpo, que flotaba por su mundo buscando el amor). Puede que, después del oscurantismo de Revival, Elevación sea una dosis de optimismo, pero también la clara sonrisa de alguien que acepta el final de su tiempo, la de un escritor que decide que comienza la etapa de despedirse de su lector constante: “Todo converge aquí […]. A esta elevación. Si así es como se sienten los moribundos, todo el mundo debería alegrarse de partir”.
Quien desee sustos o explicaciones, incluso tramas excesivamente complejas, esta no es su obra (King es muy prolífico, busque en su bibliografía… o en la de cualquier otro autor si desea eso). Elevación se mueve mediante símbolos como la desaparición del alma, el fuego artificial o esa lluvia torrencial que, como en tantas obras, es un eco de la expiación, de la limpieza de los pecados y el descubrimiento de la auténtica vida. Para todos esos críticos pretenciosos que piensan que Stephen King es incapaz de esto, seguramente deban revalorizar la idea de que la subjetividad más simplista no se queda en subjetividad, sino en simplista.
Stephen King es el maestro del terror y la fantasía, pero también es capaz de explorar otros géneros en su obra. Fuente: Pixabay. |
Y King es simplista en esta obra, pero en un buen sentido, en el sentido fabulístico. Elevación es un libro corto, apenas un relato acompañado de alguna ilustración, pero que resulta, sobre todo, entretenido. No es una obra maestra de Stephen King, más bien es una de esas obras de su bibliografía que bien podrían ser descubiertas por un casual ante el lector que profundice en sus historias. No resulta excesivamente novedosa; en algún momento me recordó al relato La ley de la gravedad de su hijo, Joe Hill, pero la historia de King estaba mejor escrita. Lo importante es lo extrapolable que es para nuestro mundo actual. King es abiertamente contrario a las políticas conservadoras de Donald Trump que parece el monstruo salido de La zona muerta, solo que mucho más estúpido (y, por tanto, mucho más peligroso… además de ser real) y, en Elevación, encontramos un mensaje de tolerancia sostenido por una metáfora fácilmente comprensible: nuestros prejuicios pesan e impiden que nos liberemos de todos esos lastres que convierten nuestra vida y la de los demás en pérdidas de tiempo y en abrumadores infiernos en la Tierra. Solo por eso, ya es una obra digna de ser leída y debatida.
Para los que solo busquen seguir la cosmogonía de King, ojo a los guiños al universo de King, por cierto: el diecinueve que luce Deirdre, la banda de rock rebautizada como Pennywise, la ciudad de Castle Rock, la mención al antiguo sheriff Bannerman, la mención al derrumbe de la Escalera de los Suicidios, el guiño al Aviador Nocturno... Homenajes que no entorpecen la historia e interconectan de un modo claro todo el universo creado por King, seguramente un regalo o un consuelo para aquellos que buscan la Torre Oscura más allá de lo que cuente el escritor afincado en Maine. Para que digan que King no es generoso.
En definitiva, para todos los demás lectores que disfruten más allá de los guiños y se levanten bajo una buena historia, Elevación es como el “pequeño” Benjamin Button de King: una historia altamente metafórica sobre la necesidad vital del cambio y de la superación en un mundo lastrado por el horror más terrorífico: el prejuicio.
“Recordó bailar por la cocina mientras Stevie Wonder cantaba Superstition. Era lo mismo. No un viento, ni siquiera un subidón, exactamente, sino una elevación. La sensación de que uno había ido más allá de sí mismo y que podía llegar aún más lejos”.
Stephen King utiliza el símbolo de flotar como un modo de hablar de la liberación de la cadena de los prejuicios. Fuente: Pixabay. |
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