Crítica de La adicción de Abel Ferrara, una metáfora del vampirismo y la drogodependencia. Fuente. |
«To face what we are in the end, we stand before the light and our true nature is revealed. Self-revelation is annihilation of self».
Si bien muchos podríamos ver en el conde Drácula una metáfora de los fumaderos de opio que plagaban Londres a finales del XIX y comienzos del XX, sería cuando culminaba este último siglo cuando contemplamos, en pleno auge de las drogas intravenosas y enfermedades como el SIDA, cómo el vampirismo supuso una metáfora perfecta de la oscuridad de ambos mundos. La sangre era la heroína de la ficción y el vampiro representaba la muerte y la destrucción del individuo y de aquellos que los rodeaban. El yonqui pasó a ser una criatura de la noche. La adicción de Abel Ferrara fue una oscura metáfora de toda esta concepción posmoderna del horror.
Christopher Walken encarna a un vampiro que aparece pocos minutos, pero nos deja un par de grandes frases. Fuente.
Pienso, luego... soy vampiro
Acusada de ser falsamente intelectual (con todos sus devaneos filosóficos) y, paradójicamente, extrañamente comercial (producida por un rapero que no dudó en incluir este estilo de música en el film), Abel Ferrara nos retrata, en blanco y negro, cómo una joven, Kathleen (Lili Taylor), que se está doctorando se convierte en vampira y, cuando no puede detener su sed de sangre, se transforma en la matriarca de una sociedad secreta de vampiros que más que vampiros son drogodependientes de un mundo que se consume a través de la sangre, la enfermedad, el delirio o el conocimiento.
Con una bellísima fotografía en blanco y negro, y una voz en off meditabunda, La adicción se considera como el punto de no retorno del polémico Abel Ferrara, pero también debería considerarse como una de las películas de vampiros más injustamente olvidadas de los ’90. Puede que la resaca de The Hunger, The Lost Boys o Entrevista con el vampiro jugase en contra de lo que esperaban muchos de los espectadores, pero continúa siendo una interesante reinvención del mito y una película que merece ser descubierta, ya sea por los debates filosóficos de la protagonista, la mordacidad hacia el mundo académico que vuelca Ferrara en su película o la aparición del melancólico y fascinante inmortal encarnado por un Christopher Walken que, pese a acaparar los créditos, solo aparece un par de minutos.
El director Abel Ferrara nos recuerda que todos somos adictos a algo: una droga, la sangre, una persona, en destruirnos… Esboza, desde un enfoque filosófico, al vampiro como una forma de consumirse a uno mismo hasta acabar destruyéndose dentro de un mundo que resulta cruel, desagradable y terrible. La adicción nunca muere.
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