Crítica de La maldición de Hill House, el terrible fantasma de la soledad de Shirley Jackson

 

La maldición de Hill House es ya uno de los clásicos sobre casas encantadas, pero ¿qué más se guarda en la novela de Shirley Jackson? Fuente: Pixabay.

«Aquella casa, que parecía haberse construido a sí misma, encajando en su propio e incontenible patrón por medio de las manos de los albañiles, creando su propio diseño de líneas y ángulos, volvía su enorme cabeza al cielo sin concesión alguna hacia la humanidad. Era una casa carente de bondad, nunca pensada para que la habitaran, un lugar no apto para las personas, el amor ni la esperanza. El exorcismo no puede alterar el semblante de una casa: Hill House permanecería inmutable hasta que la destruyeran» (Shirley Jackson, 2019:41).

No es justo que se entierren voces de autoras tan fascinantes. Shirley Jackson es la madre del terror moderno que, gracias al reconocimiento que autores como Stephen King le profesan, ha logrado volver a nuestras estanterías y no mantenerse en el aciago olvido al que había estado relegada por ser una mujer adelantada a su tiempo, los miedos editoriales de nuestro país y mil vicisitudes más. No me malinterpreten con el simplista discurso de turno: no es que un hombre le diese validez, simplemente es que otro escritor, gozando de su fama por obras influidas por la escritora estadounidense, consiguió que muchas editoriales volviesen a apostar por recuperar la obra escritora y este reconocimiento de un autor a otro sucede constantemente, por suerte.

Pero ¿por qué La maldición de Hill House de Shirley Jackson es tan importante? Mucho se ha escrito sobre casas encantadas y mucho se ha filmado sobre ellas, pero siempre se vuelve a Hill House y su legado literario y fílmico. Hay algo muy poderoso en esa casa que, insana, se alza en las tinieblas. Sin Hill House no tendríamos la Casa Infernal de Richard Matheson (Hell House), el hotel Overlook de Stephen King o el Tollington Place de Clive Barker. Hubo mansiones endemoniadas antes, pero tras Hill House, ninguna volvió a ser lo mismo.

 
Portada de una de las versiones en inglés de la obra. Fuente.

La soledad como monstruo

Shirley Jackson nos cuenta la historia siguiendo al personaje de Eleanor, una mujer adulta que ha sacrificado todos sus sueños y su propia vida por cuidar de su madre impedida. Cuando la mujer que le dio la vida fallece tras una larga y terrible enfermedad, Eleanor vive junto a su hermana y la familia de ella, sintiéndose oprimida por el pensamiento de que sigue siendo una niña apocada, con ataques de rabia que Carrie White heredará años más tarde en el debut de cierto escritor de Maine.

Cuando Eleanor recibe la invitación del doctor Montague para pasar un verano en la casa encantada de Hill House junto a personas que, como ella, pueden atraer presencias o sucesos paranormales, acepta. Es su oportunidad de tener una vida. Por fin le ocurre algo interesante y, junto al doctor, el heredero de la casa (el vividor Luke) y la misteriosa Theodora, se propone investigar la oscura historia del hogar sobre el que pesa una terrible leyenda.

Y es que todos ellos pronto descubrirán que Hill House no es una casa, ni siquiera es un lugar: es un ente hambriento que se ha alimentado a través de oscuras historias y muertes. Y pronto, el hogar de Hugh Crain pone a prueba a Eleanor y al resto de personajes: golpes a medianoche, pintadas con sangre, susurros, puertas que se abren, pasos en la oscuridad… Hill House no ha resucitado, es que nunca ha estado muerta. Como bien escribe Jackson:

«Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo por mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y los saltamontes, según dicen algunos, sueñan. Hill House, insana, se alzaba solitaria contra sus colinas, conteniendo la oscuridad interior; estaba allí desde hacía ochenta años y podía estar ochenta más» (Shirley Jackson, 2019:9)

La maldición de Hill House es una obra fantástica, no solo con carácter de aprecio, sino también de género, pero ¿de terror? Su ambigüedad prevalece y proviene de otro maestro: Henry James, quien siguiendo la tradición de las historias de fantasma, demostró los niveles de incertidumbre del hecho paranormal con Una vuelta de tuerca, mítica historia sobre una institutriz que empieza a ser víctima de sucesos extraños que puede que no ocurran en Bly Manor, sino en… su cabeza. Esta vinculación del fantasma al problema psicológico del protagonista aparece en varias ocasiones en la obra de Jackson, pero, sobre todo, en Siempre hemos vivido en el castillo y en La maldición de Hill House. No es extraño que perviviese en el personaje de Jack Torrance de Stephen King en El resplandor.

Podemos llegar a afirmar, sin ninguna duda, que Shirley Jackson reinventó un género tan clásico como el de la narrativa gótica, inspirada en aquellas historias que transcurrían en enclaves de arquitectura gótica y que, poco a poco, se servían del terror fantástico para narrar sobre fantasmas, monstruos y otros seres que Jackson encontró más humanos que los humanos.

Póster de la reciente adaptación de La maldición de Hill House. Fuente.

Hill House, un personaje más

Gracias al estilo y la voz de la autora, las doscientas sesenta páginas se leen con rapidez a medida que caemos por las escaleras de caracol de Hill House. Los recursos como metáforas, símiles o personificaciones se centran muchas veces en el proceso de convertir Hill House en un personaje más de la historia, como lo pueden ser: Luke, Theodora, el doctor Montague y su odiosa esposa, el no menos odioso director de la escuela Arthur, la señora Dudley o la propia Eleanor.

Hill House es un centro del mal, sí, pero ¿por sí misma o por quienes la habitan? Tal vez somos nosotros los monstruos que convertimos todo a nuestro alrededor en fantasmas y espectros de nuestros miedos y memorias. En esta obra como en la de James, brilla la ambigüedad. No sabemos si los fantasmas existen o están en la mente de Eleanor, de cordura frágil, que se tortura con la idea de que ella dejó morir a su madre enferma de un modo que nos recuerda al de Rachel Creed, la esposa de Louis Creed, que cuidó de su enferma hermana Zelda hasta que la dejó morir en El cementerio de animales, la más gótica de las obras de King, como señaló el escritor español Carlos Ruiz Zafón.

A Shirley Jackson se la considera como una escritora de terror, cuando, sin aras de crear polémicas, creo que es algo más. Me complacería destacar su particular punto de vista y el humor negro que suele subyacer en algún diálogo o los pensamientos que, a menudo, resultan perturbadores o macabros y nos van acercando a la locura que se desatará en la última parte. Como se imaginará, puede que el auténtico miedo nazca de estos personajes, de sus mentes.

Es insólito pensar que el libro llevase años desaparecido en nuestro país tras una edición de Valdemar. Es extraño, porque la obra es popular: la famosa adaptación cinematográfica de Robert Wise en 1963 contó con un remake en 1999 con Jan de Bont y, desde entonces, hemos tenido docenas de películas sobre lugares encantados y el «vecindario» de las casas encantadas nos evoca constantemente a Hill House. Por suerte, la serie estrenada en 2018 en Netflix consiguió que el público volviese a interesarte por la autora, gracias al buen trabajo de Mike Flanagan (director tras El juego de Gerald y Doctor Sueño, dos adaptaciones de King. No existen las casualidades). Por fortuna, la falta de obras de Jackson en nuestro país ha cambiado: es loable el trabajo de Editorial Minúscula a la hora de recuperar Cuentos escogidos, Deja que te cuente, Siempre hemos vivido en el castillo y La maldición de Hill House, cuatro obras de Shirley Jackson que merecen ser descubiertas y estar en nuestras estanterías y en nuestras almas.

Si le cabe alguna duda, le diré que Shirley Jackson fue una escritora capaz de explorar el terror, pero también las almas de cada uno de nosotros y, mediante una voz muy propia, señalar el auténtico sentido de este mundo donde terroríficas casas nos recuerdan una gran verdad: que nacemos y morimos solos.

«Dentro, las paredes seguían de pie, con los ladrillos dispuestos en orden, los suelos eran firmes y las puertas estaban prudentemente cerradas; el silencio yacía agazapado en la madera y la piedra de Hill House, y lo que fuera que rondaba por allí, lo hacía a solas» (Shirley Jackson, 2019:265).

Portada de la reciente edición de La maldición de Hill House de Minúscula. Fuente.

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