El océano al final del camino de Neil Gaiman. Fuente. |
"No era más que un estanque de patos, en la parte de atrás de la granja. No muy grande. Lettie Hempstock decía que era un océano, pero yo sabía que era una tontería”.
La infancia, los primeros pasos del todo. La inocencia nos rodea ante un mundo que, tal vez, nunca ha sido inocente. En esa época podemos ser cualquier cosa. Todo aquello que nos envuelve nos moldea, desde que somos bebés incorruptos hasta niños que algún día serán adolescentes, adultos y viejos. Cuando ya no somos críos, buscamos en la infancia respuestas a aquello en que nos hemos convertido. A veces, recordamos con exactitud momentos, en otras ocasiones, creamos nuestros propios recuerdos o estos se pierden en los mares del tiempo. ¿Habremos luchado lo suficiente para que el niño que fuimos no se horrorice del adulto que somos? Esa es una buena pregunta.
En su novela Marina, el escritor español Carlos Ruiz Zafón escribió que “solo recordamos lo que nunca sucedió”. Puede que nuestros recuerdos sobre nuestra niñez, que tanto nos han marcado, sean auténticos o no. Siguiendo este paralelismo, en El océano al final del camino nos sumergimos (nunca mejor dicho) en la historia de un hombre que regresa al lugar donde vivió cuando era pequeño y que recordará desde ese momento aquellos extraños hechos y personajes (como la abuela, madre e hija Hempstock) que le cambiaron para siempre.
En su novela Marina, el escritor español Carlos Ruiz Zafón escribió que “solo recordamos lo que nunca sucedió”. Puede que nuestros recuerdos sobre nuestra niñez, que tanto nos han marcado, sean auténticos o no. Siguiendo este paralelismo, en El océano al final del camino nos sumergimos (nunca mejor dicho) en la historia de un hombre que regresa al lugar donde vivió cuando era pequeño y que recordará desde ese momento aquellos extraños hechos y personajes (como la abuela, madre e hija Hempstock) que le cambiaron para siempre.
—¿Debería confinaros en el corazón de una estrella oscura, para que sufráis vuestro dolor en un lugar donde cada instante dura mil años? ¿Debería invocar a los pactos de la Creación, y hacer que seáis eliminados de la lista de cosas creadas, de modo que nunca hayan existido los pájaros del hambre, y cualquier cosa que desee pasar de un mundo a otro pueda hacerlo impunemente?”
Viaje a la niñez
Necesitamos más novelas como El océano al final del camino, libros bien escritos que nos devuelvan la fe en la literatura y nos conmuevan al entregarnos a una época tan fascinante como la infancia. Es un placer poder leer obras tan entretenidas, magistrales e imaginativas. Y es que en 236 páginas, el escritor Neil Gaiman nos regala una novela que retrata el poder de la niñez y la imaginación.
El autor nos confiesa desde el principio que esta novela que vamos a leer es una que se le ocurrió mientras esperaba a su esposa, Amanda Palmer, y de ahí surgió un relato que se acabó convirtiendo en una novela corta que ha conseguido un gran y merecido éxito. Sin ir muy lejos, ha ganado el premio a la mejor obra del año pasado en la importante red social de lectores Goodreads.
El océano al final del camino comienza con una muerte y un atisbo de memoria, termina con esperanza y olvido. La novela arranca con nuestro protagonista, un escritor (aunque él no parezca saberlo), que ha vuelto a sus orígenes para asistir al funeral de un ser querido. Tras marcharse del entierro, mientras transita las calles de su niñez, recuerda el lugar donde estuviese su hogar y también la casa de una familia a la que quiso, la abuela, madre e hija Hempstock. Decide regresar a esa granja que visitó por primera vez con solamente siete años, y vuelve a ver el estanque que para su mejor amiga de la entonces, Lettie Hempstock, en realidad era un océano que su familia había surcado para llegar el mundo. Ya está, Gaiman siembra de este modo en el lector el deseo de saber más de esta aventura y pronto el protagonista cae en su pasado y con él, nosotros, pues así de poderoso es el relato que enfrenta a la infancia y a los adultos, a lo conocido y lo desconocido, porque como bien escribe: “los adultos siguen el camino. Los niños exploran” y “los adultos no deberían llorar. No tienen una madre que los consuele”.
Durante varios capítulos, un pequeño de siete años nos emociona con sus vivencias, con cómo conoció la muerte y la tragedia, pero también la esperanza a través de una afable niña pecosa de pelo castaño y corto, llamada Lettie. Con ella, el niño pronto supo de un mundo más oscuro que entrelaza al nuestro. Y eso es solo el comienzo…
—Nada es igual– dijo–. Así haya transcurrido un segundo o cien años. Todo está en continuo movimiento. Y la gente cambia igual que cambian los océanos”.
Fuente. |
Nosotros al final de la novela
El océano al final del camino consigue hacer algo realmente hermoso y que, como todo lo bello, suele ser complicado: Gaiman nos transporta a la infancia, a cuando éramos críos que veíamos el mundo por primera vez e intentábamos comprender todo lo que pasaba a nuestro alrededor, incluso los actos más terribles como la muerte de alguien cercano o las decepciones de los que considerábamos seres queridos.
El océano al final del camino. Fuente. |
No es extraño que, mientras devoramos la historia, nuestra mente viaje y surque ese océano con forma de estanque que da título a la novela y nos perdamos en nuestros propios recuerdos; nosotros fuimos muy parecidos al niño que fue el narrador de El océano al final del camino.
Los lectores que ya conocemos a Gaiman reconocemos en él rápidamente ese carisma que ya nos ha enseñado en otros de sus trabajos e incluso en las redes sociales o sus giras por todo el mundo (habiendo visitado España tras once años de espera).
No solamente vemos a Gaiman en el retrato descarnado que hace de la niñez, sino también en la aparición de figuras como las tres mujeres, que se han repetido desde las brujas de The Sandman hasta las de Stardust por solo mencionar a las figuras de los mitos de la anciana, la mujer y la niña que aparecen en numerosos y antiguos relatos y aquí quedan representadas por las Hempstock.
Por fortuna, en ningún punto se renuncia al deseo de reflejar los primeros años con todo lo que suponen en la realidad.
Mientras que otros juntaletras habrían decidido autocensurarse, dulcificar y crear una obra donde los actos horribles o sombríos no ocurriesen durante esa etapa, Gaiman decide hacer un retrato de un niño que podría ser cualquiera. Todo este sentimiento oscuro queda reflejado en cada una de las páginas, como ya lo hiciera en la célebre Coraline (siempre a reivindicar) y como bien dice Maurice Sendak, creador de Donde viven los monstruos, en la cita con la que se inicia el libro: “recuerdo con claridad mi propia infancia… Sabía cosas terribles. Pero sabía que no debía permitir que los adultos supieran que lo sabía. Los habría asustado”.
Además, la galería de villanos sombríos del escritor no podía faltar con la aparición de los pájaros del hambre y la escalofriante Ursula Monkton. Como los escritores de cuentos clásicos, por ejemplo los hermanos Grimm, Gaiman comprende que en el horror y la violencia está parte de la sombra que envuelve a las diferentes obras que abordan el tema de los niños, es por eso que asistimos a momentos realmente escalofriantes, a la vez que en otros instantes vivimos hechos que solamente pueden ser calificados como mágicos. Y la magia nunca puede ser comparada con algo negativo, como señalaría algún crítico elitista. Gaiman, alejándose de convencionalismos, nos regala una aventura que nos creemos desde el principio, con un aparente arranque realista donde pronto empiezan a suceder ciertos hechos extraños.
Poco a poco, El océano al final del camino se convierte en un libro donde fuerzas mágicas más allá de nuestra imaginación (y no de la que posee Gaiman) cohabitan con todos nosotros bajo las más variopintas formas. Es loable el ejercicio que hace Gaiman para presentarnos un mundo creíble y, de forma progresiva, ir introduciendo esa magia deslumbrante de la que suelen hacer gala muchas de sus obras. No es un misterio que tras los primeros capítulos, ya estemos dentro y queramos saber más hasta que se termina, y es que El océano al final del camino engancha, como si fuese nuestra propia vida.
Decir a estas alturas de la historia (y sí, sabemos el poder de las historias) que Neil Gaiman es uno de los mejores escritores de la actualidad es algo que no sorprende (o no debería sorprender) a nadie. Si bien nos tememos que las élites de la literatura lleguen a odiar la franqueza, la diversión y la imaginación de un autor como Gaiman, el lector más vivo apreciará cada golpe de la pluma del creador. Ha conseguido desde el origen del mítico cómic The Sandman, que sus obras hayan alcanzado la fama y el respecto que se merecen entre la crítica y el público, ya sea en el terreno del noveno arte con tebeos como Batman: ¿qué le sucedió al Cruzado de la Capa? o Casos violentos (con el que El océano al final del camino guarda algunos motivos comunes), sin olvidar cuentos como El día en que cambié a mi padre por dos peces de colores o El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre, sin renunciar a las novelas con la fantasía del cuento de hadas modernos de Stardust, la novela adulta con American Gods y ahora con este cuento largo que es El océano al final del camino.
Neil Gaiman es uno de los mejores narradores vivos que tenemos la suerte de poder leer, como demuestra en la mayoría de su carrera, donde deslumbra al lector dispuesto a embriagarse en su rica prosa y su superdotada imaginación. En este caso, con Lettie y compañía, tiene el orgullo de haber escrito una obra con la que puede sentirse orgulloso ante otros clásicos.
Añadimos a todo esto el gusto de encontrar cada dos por tres estupendas citas que nos llevan a reflexionar y agradecer que estemos leyendo este libro. Por ejemplo: “Se hizo un silencio, un silencio más significativo que todas las palabras. No tenían nada que decir” o “los monstruos sí que tienen miedo. Por eso son monstruos”.
Por motivos como estos, es un deleite descubrir siempre lo nuevo de Gaiman.
Por último, recordando a dos de los autores y una de las novelas favoritas de Neil Gaiman, decía C.S. Lewis sobre El Hobbit de J.R.R. Tolkien: “Todos los que aman los libros para niños que pueden ser leídos y releídos por adultos que han de tomar buena nota de que una nueva estrella ha aparecido en esa constelación”. El océano al final del camino es una estrella más en ese firmamento y no dejará de brillar.
"Era imposible que parecieran muertos, porque nunca habían estado vivos”.
Está muy bien tu admiración por Neil Gaiman, quien tiene su propia musa. Incluso esperarla, le inspiró este libro que reseñas.
ResponderEliminarEs interesante la evocación de la infancia, tema que también han planteado Stephen King y Ray Bradbury. Es un hallazgo que un estanque le haya parecido un oceano a un personaje.
Y es para analizar el tema de la inocencia. Tal vez el mundo, en cuanto a la naturaleza, la tenga. Tal vez la inocencia sea ignorar la crueldad que se tiene. Tal vez la inocencia de la infancia sea ignorar lo cruel, lo oscuro, de algunos deseos, fantasías que se tienen. Tal vez se nace con una crueldad necesaria para enfrentar al mundo, algo que usualmente se va perdiendo. Y la infancia es donde aparecen las pesadillas. Así que tiene sentido lo de los villanos, que mencionás.
Bien planteada la reseña.
Espero que puedas leer el libro. Creo que por tu reflexión sobre la crueldad inherente a la inocencia, si es que existe, sería una obra que te gustaría. Además, se lee rápido y deja grandísimos momentos que confirman a Gaiman como una de las mejores voces del género fantástico.
EliminarEn cuanto a la infancia, sí, grandes autores han viajado a ella a través de su obra y estoy completamente de acuerdo en cuanto al talento de estos tres autores: King, Bradbury y Gaiman.
Sobre Palmer como inspiración, los autores siempre obsequian al mundo con regalos que incluso creen que son solo para una persona.
Muchísimas gracias por tu comentario y tu reflexión. ¡Saludos!
Jamás he tenido la oportunidad de leer nada del autor, sin embargo no dejo de leer cosas buenas de él, especialmente de este libro.
ResponderEliminarEspero pronto tener la oportunidad de leerlo y saber por que tanta gente lo ama.
¡Hola!
EliminarPues espero que sí, que puedas descubrirlo pronto. Yo lo leí en los cómics al principio, con obras como la miniserie sobre el personaje de Muerte o The Sandman, y luego lo leí en formato de novela con obras como Buenos presagios (coescrita con Pratchett, la cual te recomiendo si te gusta el autor de Mundodisco).
Espero que pronto puedas leerlo y que te guste. ^^ Ya me contarás.
¡Muchísimas gracias por tu comentario!
No he podido comprarme aún El océano al final del camino, pero con entradas como estas me lo haces pasar realmente mal :P Es una reseña preciosa la que has hecho, por lo que veo una vez más Gaiman trata muchos de los temas que me obsesionan. Me gusta el tratamiento que hace de la infancia, no me interesan esas versiones edulcoradas, dudo mucho que nadie haya tenido una de esas infancias de cuento de hadas que nos venden. Yo recuerdo cosas duras de mi infancia, son esas cosas las que nos hace ser quienes somos.
ResponderEliminar¡Un abrazo desde el otro lado del océano!
Espero que puedas leerlo algún día, creo que es uno de esos libros más que recomendables. ¿Tal vez ya esté en tu biblioteca? Con este libro, reconozco que me reenganché a la obra de Gaiman y tocó muchas cosas de mí mismo, sin ir muy lejos, lo que tú misma dices sobre la infancia y su dureza, lejos de la felicidad edulcorada y artificial de algunas obras...
Eliminar¡Muchísimas gracias por tu comentario! ¡Saludos!
¡Un abrazo desde el otro lado del océano, en medio de Azkaban, esperando a que Bellatrix nos libere! :P