En 2013, Pedro de Mercader y yo escribimos sobre uno de los cómics que destruyen el gémero de los superhéroes: Marshal Law. Ahora, que está tan de moda The Boys, no está mal que recuperemos esta crítica de una obra que fue su precursora
Marshal Law es un policía hiperviolento que se dedica a cazar superhéroes. Toda una sátira del género. Fuente. |
"Soy una bacteria. Soy la forma de vida más baja. Soy un superhéroe” EL HOMBRE SUEÑO.
Eran los convulsos años 80. Reagan y Thatcher habían tomado el poder para montar una orgía de neoconservadurismo rancio, que se extendió desde Estados Unidos y Reino Unido. La música rock, el SIDA, la estética machada de oscuro y hortera, las luces de neón en un cielo negro… Eso eran los años 80 y fue en esa década cuando una serie de autores británicos cruzaron el charco con toda la energía y transgresión del punk, con ganas montar una revolución en el cómic norteamericano.
Escritores como Alan Moore o Grant Morrison marcaron un punto de inflexión y renovación más que necesaria del género superheróico. Todo ello con visiones totalmente distintas a gran parte de lo que se había escrito hasta el momento.
Era comprensible, era una generación de autores europeos que habían leído desde niños, casi religiosamente, todos los tebeos de Marvel, DC y otras editoriales. Su visión de Estados Unidos siempre estuvo mezclada con estos iconos que podían ser tan extraños en países como Reino Unido. Spider-Man podía balancearse por Nueva York, pero ¿cómo sería en Reino Unido, España, Alemania...? Raro, cuanto menos. De ahí, el halo casi mítico del panteón de superhéroes que parecía ser Estados Unidos y, por eso, cuando estos autores crecieron bajo el amparo del pulp y la ciencia ficción, no es raro que decidiesen desmitificar la leyenda de la capa y los superpoderes a medida que crecían.
Toda la Ola Británica trajo al género algo más adulto e incluso sórdido. Eran niños grandes escribiendo tebeos para niños grandes, sabían que tras las luces de la infancia se escondía la oscuridad de la madurez. ¿Podía darse un paso más o se debía abrir directamente otro camino para el cómic americano de superhéroes?
Su respuesta era clara: las historias de superhéroes eran algo más que un simple juego diseñado para un público infantil, también podía ser tan adulto y artístico como cualquier otro medio artístico. La Edad Oscura del cómic americano había comenzado y algunos de sus precursores como Alan Moore renegarían de ella, porque entendía que se había obviado para siempre al público imaginativo y fantasioso a cambio de una falsa madurez que él nunca compartió.
De la brillantez de Watchmen, por ejemplo, se pasó al tono noventero basado en sangre, armas, músculos hipertrofiados, palabrotas y tonterías que supuestamente era lo que significaba la palabra “adulto” para algunos.
Sin embargo, antes de que la ola chocase contra la realidad, surgieron grandes nombres e historias de la época. Fue esta la manera en la que se produjeron una hornada de obras rompedoras, que siguieron el camino trazado abierto por la invasión británica.
Es el caso del cómic surgido por Pat Mills, llamado The Godfather of the British Comics y que ya se habría labrado un nombre gracias a su labor de 2000AD (donde se ocupó de Juez Dredd) y el dibujante Kevin O’Neill, también reconocido por su trabajo en diversas publicaciones y por su marcado estilo de dibujo. La mala baba de ambos hijos de Albión no se hizo esperar en el proyecto donde trabajarían juntos para destruir a los superhéroes: Marshal Law.
Marshal Law se enfrenta a los superhéroes. Fuente. |
Presentando la pesadilla del mañana
En 1987, ya con la miniserie Watchmen publicada, se había abierto la puerta a hacer historias oscuras, sórdidas y muy distintas de los superhéroes, así que con ese caldo de cultivo, que viesen la luz obras como Marshal Law tan solo era una cuestión de tiempo. Mills entendió perfectamente el mensaje, y realizó una obra que tan solo se podría haber producido en ese momento particular de la historia del noveno arte.
Marshal Law se nos presenta como un policía con métodos extremos que odia a los superhéroes en un San Francisco que ha sido arrasado por El Grande (¿un terremoto?). La ciudad se ha reconstruido como una urbe visionaria… aunque sus ojos estén sangrantes y llenos de pus. El lugar ha quedado dividido entre los escombros del pasado y el virus de la nueva versión, que intenta expandirse como si la línea fronteriza entre la barbarie y lo que creemos civilización estuviese a solo paso: ese muro de Pink Floyd o el propio de Berlín.
En ese mundo, por si fuera poco, habitan los superhéroes. Olvidemos la gloria de los cómics clásicos, de superhéroes de moral impoluta y poderes que traen la bendición al ser humano. Estamos ante una versión distorsionada de ellos. Estos “superhéroes”, lejos de sacrificarse por el prójimo, se mueven por instintos egoístas y son usados por una empresa que los ha creado para “proteger el mundo”, mientras se lucra por ellos. Sin embargo, como en una pesadilla, no es extraño captar visiones de la realidad, y he ahí su mayor superhéroe: Espíritu Público, la mejor creación de S.H.O.C.C., que nos recuerda al mismísimo Superman... si este fuese un psicópata ario.
Sin embargo, el que se haya democratizado el acceso a los superpoderes no ha hecho del mundo un lugar mejor. Muchos no han dudado en formar bandas criminales que campan a sus anchas en la zona derruida, la cual se ha convertido en una zona terriblemente criminalizada. Tenemos desde lunáticos que solo quieren ver el mundo arder (como diría el Alfred de Michael Caine) pasando por grupos de enemigos de los superhéroes que los quieren ver muertos, llegando hasta lunáticos veteranos de guerra que tuvieron superpoderes en su día. “El horror”, que diría Marlon Brando en Apocalipsis Now.
En esa metrópolis viciada de maldad y locura, era inevitable que un psicópata, valiente y sin escrúpulos apareciese para terminar con el sistema superheróico que se había organizado. Nos referimos a Marshal Law, un antiguo combatiente, vestido con ropajes que recuerdan a los uniformes fascistas o sadomasoquistas (el fetiche del uniforme de superhéroe), y que lejos de ser un héroe, bebe más bien de la obsesión por la justicia y la violencia de Juez Dredd.
El cómic comienza como lo hacen muchas grandes historias: un asesinato. Mientras leemos una misteriosa y maligna voz en off, una prostituta disfrazada de la superheroína Virago es raptada por una especie de superhéroe vestido de negro, con una bolsa que le cubre el rostro. La mujer, vestida con un uniforme que insinúa completamente sus formas, es tentada por este demonio y su charlatanería barata, que la advierte de que las superheroínas deben saber volar. Es entonces cuando ese villano digno de pesadilla, El Hombre Sueño, la arroja al vacío y la mata. Uno más de sus crímenes salvajes: todas las asesinadas vestían como esta especie de sirena superheróica. Es a través de este crimen siniestro cómo conocemos este mundo y estos personajes, más allá de la mera fachada y cómo incluso algunos de estos seres se humaniza aunque sea para morir.
Marshal Law será quien decidirá ir más allá en la investigación de este individuo, algo que le pondrá en contra de todo el sistema. ¿Y si el asesino fuera uno de los superhéroes más importantes? Algo que le hará plantearse seriamente todos sus principios. Es de esta manera cómo Law se enfrentará a su némesis, la amenaza más imponente a la que jamás ha tenido que plantar cara. Ya no es un caso de bandas de superhéroes, si no que el propio Espíritu Público, la leyenda superheróica encarnada y el líder de la sociedad americana, podría estar implicado.
Si el superhéroe más grande de todos los tiempos es un supervillano, ¿qué nos espera entonces? Buscando la respuesta, Mills y O´Neill nos ofrecen una autopsia a un mundo que ha muerto y se debe analizar los restos putrefactos de lo que una vez fue, de lo que una vez se pudo llamar civilización.
"Algunos creen que, como son superhéroes, están por encima de la ley. Mi trabajo es hacerles cambiar de opinión” MARSHAL LAW
El dibujo de Kevin O'Neill es una de las claves de este cómic. Fuente. |
Supersátira
Un célebre guionista inglés decía que leer Marshal Law por primera vez era como recibir un escupitajo hasta que te dabas cuenta de qué iba realmente. Es cierto.
Su uso de lo violento, su dibujo único y su guion frenético no es raro que nos enfade, que consiga cabrearnos no solo por su contenido, sino por su forma de plasmarlo. Es un buen cómic que puede no parecerlo para alguien que no corra el riesgo de zambullirse en sus códigos y quedar fascinados por ideas tan descacharrantes como ese supervillano fugado, Hitler Hernández, la reencarnación sudamericana del dictador y que nos entrega, junto al Traidor, uno de los momentos más mordaces del tebeo (el niño que "vuela").
Pat Mills se ha caracterizado por la sátira. A través de sus cómics, la violencia y la ironía sirven para realizar una mordaz crítica social. En este caso, no es una excepción. Aquí aplica ese modo de contar historias a los superhéroes, realizando un cómic que aún no ha envejecido y que es como ahogarse en una pesadilla de LSD de los ´80. Marshal Law sigue siendo tan potente como cuando se publicó, aunque no haya recibido el reconocimiento que merece.
Este cómic ofrece una reflexión acerca de lo que representa o no ser un superhéroe y cómo es la reacción de la sociedad a la aparición de poderes. ¿Qué es un ser humano en un mundo de dioses? ¿Cómo enfrentarse a los superhéroes? ¿Cómo no creerse un dios cuando se está por encima del resto de mortales? ¿Cómo no aprovechar la figura del superhéroe para sacar pasta?
También se hace un análisis acerca de los monstruos y lo retorcido que puede ser el ser humano. No obstante, el superhéroe, en su diferenciación, es claramente un monstruo. Son antinaturales, no reflejan nada de la naturaleza del ser humano salvo temores y miedos. La divinización es una versión demoníaca de aquello que queremos alcanzar. El superhéroe solo puede funcionar como una metáfora de esperanza, de superarnos a nosotros mismos, pero si se hacen reales en un mundo tan oscuro como este, no es raro que se conviertan en bestias terribles. Impondrán su propia justicia, su propia moral, como el superhombre de Nietzsche, pero no será para bien.
No obstante, no solo teniendo una capa o rayos láser en los ojos, podemos ser monstruos, también lo es el ser humano de a pie que intenta aprovecharse de esta situación, como el jefe de policía de Marshall. E incluso aquellos que creemos normales, como cierta vecina pelirroja y su extraño y aniñado hijo. Es a través de estos dos últimos personajes cómo vamos conociendo el día a día de este mundo y cómo Marshal intenta descubrir si Espíritu Público es el lunático que está matando a copias de Virago, su antigua novia cuyo legado ha sido retomado por otra superheroína con la que pretende casarse. ¿Está ensayando, acaso, el auténtico asesinato?
Marshal Law deja las cosas claras. Fuente. |
No podemos dejar de lado que Marshal Law puede recordarnos al Juez Dredd, aunque en un Estados Unidos plagado de capas y tipos en pijama. Toda la miniserie trata, en realidad, sobre cómo nos convertirnos en monstruos cuando miramos a los monstruos. Law es uno más, pese a que intente impartir justicia, es un reflejo más de toda esa oscuridad y su violencia. Como Dredd, Law desea imponer su idea de lo que es justo, su fe ciega en la ley, por encima de todo en un mundo hostil con criminales controlando las calles y creando un mundo decadente. En ambas, la sorna acompaña en cada página, ya sea mediante diálogos o el uso de grafitis o anotaciones por doquier, donde se refleja la ironía de ser un superhéroe en un mundo demasiado real. Mills demuestra así que es partidario de la visión negativista sobre el ser humano que filósofos como Hobbes tenían del ser humano: “homo homini lupus” o el hombre es un lobo para el hombre.
Por su parte, los trazos de O’Neill nos ofrece un estilo muy marcado, pero que aún le faltaba por depurar antes de lanzar el que probablemente sea su trabajo más conocido: La Liga de los Hombres Extraordinarios, junto al Bardo de Northampton. Cuando abrimos el cómic, es lo primero que nos llama la atención. Si somos idiotas, creeremos que es horrible y lo cerraremos. Si somos algo más inteligentes, creeremos que es horrible pero que está dibujado estupendamente, porque es capaz de recoger toda esa pesadilla.
O´Neill realiza un excelente trabajo que ha demuestra su talento como dibujante. Este dibujante desmitificador es la elección perfecta para esta obra, no solo porque ya había trabajado previamente con el guionista, sino porque el dibujo ha sabido captar con maestría la atmósfera que nos plantea la historia, además de realizar un gran trabajo de diseño de los personajes y del mundo en el que viven. Esta obra si ha conseguido sobrevivir al paso del tiempo, gran parte de la culpa la tiene el dibujante.
Una brutal sátira de los superhéroes: Marshal Law. Fuente. |
En conclusión, si hay épocas en la que el género superheróico puede realizar un gran cambio, una de ellas fue durante la llegada de autores ingleses. Mills y tantos otros trajeron ideas tan absolutamente rompedoras y novedosas que la industria malinterpretó en los años posteriores su significado.
Su influencia es palpable en todos esos policías de superhéroes que vendrían después, pero sobre todo en The Boys de Garth Ennis, donde la mala leche deslumbraría a lo largo de toda la colección. En la actualidad en el que el género superheróico ha traspasado las viñetas y se está convirtiendo en uno de los pilares de entretenimiento mundiales, y paradójicamente, en términos generales, parece estar sufriendo una sequía de ideas, este tipo de obras son de lectura necesaria no sólo para entender mejor la evolución de la industria, además de servir de inspiración a darle una vuelta de tuerca más a algo que parece obsoleto.
Tal vez Marshal Law no sea una de las obras que se citan como las representativas de ese período, pero resulta una obra a descubrir y que poco tiene que envidiar a los grandes nombres.
"Para hombres que no temían la muerte, porque ya estaban muertos”- MARSHAL LAW.
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