Crítica de la trilogía GINGER SNAPS, yo fui una mujer loba adolescente

¿Os gusta este póster de la película? Bien, porque no sale nada de esto en la peli y es una especie de plagio del póster de Underworld. ¡Bienvenidos a Ginger Snaps 2: Los malditos! 📷 Fuente.

Alan Moore profundizó y reinventó el terror en los cómics de La Cosa del Pantano en los años ’80 gracias a historias como The curse, donde nos narraba la historia de una mujer que se convertía en mujer lobo. Muchos quedamos marcados por aquellos cómics. The curse sería una alegoría de la situación de la mujer y exploraría el terror como una forma de transgresión que denunciaba su estado. No es solo una historia magnífica, sino que años después sería rescatada en otras historias sobre licántropos.

Si bien el vampiro reina sobre otras criaturas de la noche gracias a tener grandes películas, libros, relatos, cómics, videojuegos y canciones a sus espaldas, el licántropo se ha quedado siempre con las sobras, pese a su reivindicación en algunos medios. Si vamos a buscar películas sobre hombres lobo, aparte de la creada por la Universal o alguna sorpresa como la fantástica Aullidos o la poética En compañía de lobos, tendríamos que llegar a comienzos de siglo para descubrir una pequeña tan pequeña sobre licántropos, que pasó de ser un producto de terror adolescente a convertir la metáfora de la licantropía con los cambios de la pubertad. Su título: Ginger Snaps. Un par de años después, nos llegaría su secuela Ginger Snaps II: Unleashed (titulada en España como Los malditos, porque según la traducción -inventada- «un» signfica «los» y «leashed», «malditos»). Ese mismo año, nos llegaría Ginger Snaps III.

Cuando te olvidas de sacar al perro. Fuente.

Ginger Snaps, culto a la licantropía adolescente

Ginger Snaps comenzó como una pequeña película canadiense de terror que pronto se transformó en una obra de culto entre los seguidores del fantástico. La historia trata sobre las hermanas Ginger y Brigitte Fitzgerald, que son consideradas dos bichos raros en su pequeño y típico vecindario. Visten de negro, no se llevan con nadie, su comportamiento es extraño, siempre están juntas y… ah, sí, les gusta pasar el tiempo haciéndose fotografías de ambas como si hubieran sido asesinadas o hubieran cometido suicidio. Un proyecto artístico insólito, sin duda, hasta que una serie de asesinatos de perros da paso al descubrimiento de una auténtica maldición bajo la forma de un licántropo la adolescencia.

Toda la primera parte de la película tiene una serie de ideas muy frescas e ingeniosas, como la comparativa que se hace la pubertad y la licantropía (en clave femenina), o de la menstruación y la maldición de la mujer lobo. Añadamos que toda la película reinventa algunos aspectos de Caperucita Roja, como ese leñador reconvertido en jardinero camello o esas góticas que siempre tienen que ir con caperuza y que se las tendrán que ingeniar al final del “cuento”. Es en esos instantes cuando la película juega mejor con los tópicos (de un modo similar a como jugará muchos años después Jennifer’s body) y presenta una trama más ágil, que en algunos puntos recuerda a una versión sin glamour de The Lost Boys (porque es mejor convertirse en vampiro que convertirse en licántropo). Eso sí, siempre que no nos la tomemos demasiado en serio y la veamos como lo que es: un entretenimiento.


 Pese a algunos elementos de la cultura gótica que muestran las hermanas y que suele aparecer en listas de películas de este estilo, puede que lo haga sobre todo por la indumentaria, el carácter siniestro de las hermanas y el elemento de la licantropía, pero la cinta es tan gótica como podría ser Carrie, por ejemplo.

Sin embargo, en la segunda parte del metraje, Ginger Snaps cae más en los lugares comunes y va perdiendo fuelle hasta llegar a un desenlace que, aunque oscuro y poderoso, ha quedado menguado por intentar alargarse en exceso y cumplir con los clichés del género. Si a esto se añade un montaje demencial en pos de ocultar al licántropo todo lo que se puede, y un rodaje de seis semanas, no es de extrañar ese tufillo de serie B que tampoco le sienta nada mal (si no que se lo digan a Sam Raimi y su Posesión infernal). 

La pubertad, la sensualidad, la sexualidad y las enfermedades venéreas se tocan bajo la licantropía en Ginger Snaps, que no escatima en ponernos la típica escena de la adolescente llegando al instituto tras realizar un cambio de personalidad, a cámara lenta y con música machacona. ¡Principios de los 2000! Fuente.

Aunque tenemos algún golpe cómico como los cambios de comportamiento de Ginger, los tópicos adolescentes (y canadienses) y algunos que dejan al espectador sin saber si reír o llorar (cuando le crece una cola a la protagonista), son los recursos más surrealistas como la madre, el improvisado cazador traficante de drogas que echa una mano con el acónito o el drama de las dos hermanas que quedarán separadas por los cambios que supone crecer, lo que más interesante me resulta.

Su éxito en Canadá en 2001 y su paso por otras televisiones estadounidenses llevó a que Ginger Snaps ganase el reconocimiento entre los seguidores de lo fantástico. Por los temas incómodos que trataba (y que ya trató acertadamente Carrie de Stephen King y sus adaptaciones, siendo la mejor y la única para mí la de Brian de Palma), Ginger Snaps se fue ganando el carácter de producción de culto y, tres años más tarde, nos llegaría una secuela directa con Ginger Snaps II y una especie de reboot o historia alternativa con Ginger Snaps III.

En definitiva, lejos de reformulaciones basadas en poner a tíos cachas que se arrancan la camiseta que tanto hemos visto en esperpénticas sagas como Crepúsculo o la serie de Teen Wolf, en Ginger Snaps tenemos una versión del mito de la mujer lobo que, aunque con menos presupuesto, más lobos plasticosos y sangre de andar por casa, reflexiona necesariamente sobre la mujer en el género del terror.

El maquillaje de la película resultaba insoportable para la actriz Katharine Isabelle. A nosotros nos recuerda a Buffy, cazavampiros y eso es el BIEN encarnado. Fuente.

Ginger Snaps II: la maldición del lobo

La segunda parte arranca con Brigitte (estupenda Emily Perkins) intentando evitar convertirse en un monstruo; sin embargo pierde el control y, al verse en medio de un asesinato, es enviada a un hospital psiquiátrico donde, cada hora que pasa, está más cerca de convertirse en licántropo si no se inyecta una dosis de acónito. En ese microcosmos, la licantropía escarcea con la locura y la manía de las películas de terror de los ’80 y ’90 de meter un manicomio y que, en realidad, es una idea tan clásica que aparecía en Drácula, pero también en una de las primeras películas de terror: El gabinete del doctor Caligari.

A finales del siglo XX, el vampirismo se convirtió en una metáfora sobre el vicio, la decadencia, las drogas y las enfermedades sexuales. En el mordisco, se veía un afrodisíaco digno de un chute, como viésemos en La adicción de Abel Ferrara. En la maldición, una alusión al enganche y las drogas al igual que el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual que vimos en Near dark. En la autodestrucción, una historia que sería recogida en The hunger (El ansia). Es decir, hablar de vampiros, era hablar de drogas, pecado, sexualidad, enfermedad y muerte. Esta metáfora estaba desde que en El vampiro, Polidori convirtió a lord Ruthven en un sensual aristócrata del que bebería, nunca mejor dicho, Drácula.

La "suerte" no fue tan buena para el hombre lobo. El licántropo se convirtió en algo más bestial, aunque con raíces vinculadas al vampiro: el hombre lobo era un ser que perdía el control, el humano se transfiguraba en una bestia, el terror a que cada uno de nosotros sea un monstruo despiadado nos acompaña desde el inicio de los tiempos, con aquel rey Lycaon maldito por los dioses con convertirse en lobo por haber traicionado a unos invitados a su mesa, o ya en el siglo XIX con un Robert Louis Stevenson moribundo, que sabía del terror de las drogas y de cómo convertían el alma humana en un monstruo, algo que recogería en el Doctor Jekyll y Mr. Hyde. En Ginger Snaps II, tenemos esta visión de la licantropía como un símil de la adolescencia, la pubertad, el sexo, la enfermedad mental, el deseo y otras interesantes visiones de este mito.

Pese al batiburrillo final, considero que Ginger Snaps II juega bastante bien con la idea de la "final girl" de las típicas pelis de terror. Fuente.

Entretenido símil, ejecutado torpemente

Aparte de su metáfora sobre la transgresión, esta pequeña película canadiense funciona por algunos momentos de humor (tal vez involuntarios, como esa hipérbolica sesión de terapia grupal), un maquillaje interesante, alguna escena macabra y un par de instantes de terror, logrados gracias a que no se muestra en demasía al lobo que persigue a la protagonista para aparearse y masacrar a todos a su alrededor (el presupuesto es el que es). A la cinta se añaden escenarios como el manicomio con una parte en ruinas o la casa quemada del personaje revelación de la historia, Ghost, interpretada por una jovencísima Tatiana Maslany, que protagonizó años después Orphan Black, y que destaca al convertir el papel de una joven demente algo insoportable, en uno de los mejores elementos de una historia curiosa. 

Una joven Tatiana Maslany encarna al personaje de Ghost, de lo mejor de la película. Fuente.

Pese al escaso presupuesto, el sabor a serie b, algunas decisiones narrativas forzadas, una dirección demasiado básica y unas resoluciones con final de chiste malo que siente que alarga más de lo necesario, otra idea fascinante es la clásica del cine de monstruos: que, al final, los seres como vampiros, licántropos, momias, zombis… no son los peores, los peores son los seres humanos que los rodean, tal y como vemos en esta película. Prefiero esta idea, pese a su torpeza al llevarse a la gran pantalla por culpa de su director (un tal Brett Sullivan), que las flipadas surgidas de partidas de Vampiro: La mascarada u Hombre Lobo: Apocalipsis como Underworld.

Ginger Snaps III: ¿el reboot?

Si Ginger Snaps ya era una película sobre el origen y Ginger Snaps II amputó las posibilidades de otra secuela convencional, los propios creadores de la trilogía decidieron que la tercera parte fuera un reboot titulado El origen. La idea de los relanzamientos parece moderna (ahí tenemos a Spider-Man), pero no lo es tanto. Siempre que una franquicia se estanca, tenemos un nuevo comienzo o líneas de tiempo alternativas. Viernes 13, La matanza de Texas, Los chicos del maíz, Halloween, Chucky… Todas ellas han pasado por este vaivén. Lo curioso de Ginger Snaps III es que tampoco se le dejó mucho tiempo para reinventarla, ya que se estaba rodando al mismo tiempo que la segunda parte. Fue como si los creadores confiasen poco en el resultado o hubiesen decidido ponerse a experimentar con otro formato cuando la segunda parte sí había sido una continuación directa. Uno piensa que quizá habría sido más atrevido que cada película contase la historia de las hermanas en diferentes épocas y darle sentido a eso de “estaremos unidas para siempre”, pero a saber en qué estaban pensando.

En esta tercera parte nos vamos a comienzos del siglo XIX, en la nieve, época tipo wild wide west y, aunque parece que quieren que pensemos que tenían pasta para alquilar un caballo, en cuanto vemos los escenarios, la ropa y los anacronismos, nos damos cuenta de que sigue siendo una franquicia más bien cutre, con el dinero justo para pillar el autobús y volver a casa. Hay indios con sueños proféticos cazalicántropos (ah, ya sabemos en qué estaba pensando Stephenie Meyer cuando se puso con su saga de gente con purpurina), hay un niño deforme, hay un clérigo tópico típico y mucha gente que da gritos porque así se interpreta de un modo más intenso. 

Jacobo Black. ¿Puedes escuchar el eco de Stephenie Meyer gritando de felicidad al ver el personaje en el que basarse para Jacob al contemplar a nuestro amigo, el cazalicántropos? Fuente.

 ¿Es la misma franquicia? El título es el mismo. Sí, tenemos las mismas actrices. Sí, tenemos a dos hermanas con los mismos nombres. Sí, tenemos una línea temporal distinta. Y sí, tenemos licántropos chungueros. Pero ¿dónde queda el espíritu de hablar sobre la femineidad a través de monstruos y maldiciones? ¿Dónde queda el humor negro? ¿Dónde queda el entretenimiento?

Los sustos no funcionan, los misterios no lo son, las interpretaciones no son muy buenas, no hay ningún momento de tensión, no hay gore de baratillo como en las anteriores, no hay nada espectacular… Por no haber, no hay ningún espacio a dobles lecturas como en las dos películas anteriores. Es como si la franquicia quisiese abrirse a un público más general y olvidar su origen como película rara canadiense que tan bien le sentaba.

Más bien es como si la franquicia, sabiendo que iba a volverse tan salvaje como un licántropo, hubiese decidido coger una pistola con una bala de plata y dispararse en la cabeza. 

En esta película, con el sueldo que les pagaron, solo podían poner estas dos caras: cabreo o cachorro abandonado. Fuente.
 Cerrando el círculo

Será porque me gusta el terror. Será porque no hago ascos a la serie B. Será porque no hay muchas películas de licántropos. Será porque en las franquicias de horror con adolescentes a veces estoy del lado de los malos… Pero he concluido el visionado de la trilogía de Ginger Snaps con un par de cuestiones claras y sin querer tirarme por la ventana.

La saga funciona cuando juega con los tópicos y habla de la adolescencia como un hecho monstruoso. La licantropía y la mujer funcionan muy bien, como ya demostró Alan Moore en La Cosa del Pantano o las dos primeras películas de la trilogía. El terror con mensaje funciona mejor que el gore con tripas compradas en la carnicería de debajo de mi casa.

Si quieres hacer secuelas de tu primera película, piénsate muy bien lo que vas a contar. No pasa nada porque Ginger Snaps haya metido la pata, siempre se le podrá hacer un reboot (otro). Total, a Star Wars también le pasó con la última trilogía.

Si no tienes presupuesto para meter licántropos, tira por resoluciones ingeniosas como las dos primeras películas, pero intenta no marear con la cámara. Eso sí, me gustaría ver un making of donde la actriz que encarna a Ginger confesase que acabó tan harta del maquillaje de la primera que pasó de repetirlo en la tercera.

Básicamente, he aprendido que pase lo que pase con Ginger Snaps, que no sea como la tercera. Una pena que con tanto potencial, la serie nunca despegase por otros parajes.

Si Ginger Snaps sigue siendo una trilogía recordada y casi de culto para algunos seguidores del género fantástico es que, más allá del terror de la época, profundizó en la metáfora de cómo cambiamos, nos convertimos en bestia y perdemos cualquier atisbo de fe, es decir, crecemos. Y no hay mayor miedo que ese. Ni siquiera el que aúlla.

2 comentarios:

  1. Me gusta la serie B. Creo que que hasta es una de mis influencias.
    Así que me despertaron la curiosidad la película y la secuela.

    Interesante tu mención a The lost boy, en que uno de los personajes alude a los hombres lobos.

    ResponderEliminar

Puedes comentar mediante nick, anónimamente o con tu cuenta de correo o similar. No almacenamos ninguna información.

¡Muchas gracias por tu comentario!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Sobre el blog

Los textos pertenecen a Carlos J. Eguren salvo cita expresa de los autores (frases de libros, comentarios de artistas...), siempre identificados en el post. El diseño de la imagen de portada pertenece a Elsbeth Silsby.

Si deseas compartir un texto, ponte en contacto con nosotros para hablarlo. Si quieres citar un fragmento, incluye la autoría.

Muchas gracias.

Carlos J. Eguren. Con la tecnología de Blogger.