Spider-Man: Tormento, un éxito de ventas y... ya está. Fuente. |
Los noventa. Qué década, ¿no? En nuestra memoria, todavía no se ha impregnado del falso y pegajoso almíbar de la nostalgia que impera ya por los ochenta, sin embargo, ya ha comenzado a trazarse en esos años cierta línea de amor y odio que, con el tiempo, los reivindicará, desde sus cintas de VHS a sus programas de vísceras, sus series de adolescentes de cuarenta años, sus modas extrañas como los pantalones de botones y sus películas entre lo sublime y lo detestable. Como cualquier década... Pero en el cómic de superhéroes estadounidense siempre se recordará como una extraña época marcada por un concepto, a veces, inevitable: el declive.
Permitan que dé un apunte personal, recuerdo la etapa en que empecé a leer cómics y el vendedor de turno me resumió los años noventa como los años del “puaj” y simuló un vómito. Con el tiempo, uno aprende a pensar solo (qué suerte) y sabe que no todo en los noventa fue basura dentro del noveno arte (resumirlo a esto sería insultar grandes obras y autores, además de una muestra de radicalismo que no es compatible con la variedad y el poder de asombro del cómic). Una excepción a lo horrible es la emblemática serie The Sandman de Neil Gaiman, que vio gran parte de sus mejores arcos durante los noventa dentro del sello Vértigo, perteneciente a DC Comics. Una muestra de lo contrario, de lo que marcó gran parte del cómic mainstream, es la obra de la que voy a hablar hoy: Spider-Man: Tormento de Todd McFarlane como dibujante, guionista y hombre para todo. Y eso que Gaiman y McFarlane, ya sea por sus caracteres y sus problemas legales por Spawn, Angela y compañía, son figuras claramente opuestas.
Este texto trata sobre cinco motivos que hacen que Spider-Man Tormento sea el reflejo perfecto de los años noventa en el mundo del cómic de superhéroes... Y ya sin más, nos internamos en la oscuridad bajo una onomatopeya: “DOOM-DOOM-DOOM”. Y sí, todo es muy “doom”, más allá de unos tambores o un hechizo tribal o vudú, todo es muy "perdición".
Todo al gusto del lector. Fuente. |
El declive del superhéroe
Pero ¿qué pasa aquí? Fuente. |
El malentendido de Watchmen y El Regreso del Caballero Oscuro
Algo malo le pasa a Spidey. Fuente. |
El dibujo y el auge de Image
El dibujo de esta década en la mayoría de los cómics de superhéroes resulta forzado, cuando no hipertrofiado y... ¿Cómo definirlo? ¿Extraño? Algunos parecen hechos con prisa, otros con poco acierto y algunos son pura locura, como se puede ver en cualquier ilustración de Rob Liefeld (y recomendamos este enlace para perdernos dentro de los peores cuarenta dibujos de este dibujante). Cualquier dibujo de Spider-Man: Tormento es completamente abigarrado por sombras o líneas que surgen de momentos imposibles. El Lagarto, uno de los primeros villanos de Spider-Man, aparece como una figura enorme y monstruosa que, a veces, se desdibuja como fruto de una pesadilla. Podemos entenderlo. El problema es cuando, en una especie de homenaje (por así decirlo) al estilo de dibujo tan particular de Frank Miller, nos hallamos con rostros raros para Peter Parker y Mary Jane incluso en los momentos más normales. Aquí está la premisa que seguiría Image en sus comienzos y luego en Heroes Reborn muchos artistas que convertirían a tus superhéroes favoritos en seres de los que incluso el guionista Peter David (X-Factor, Hulk, Aquaman, Supergirl) se burlaría en sus columnas de But I digress..., y que le convalidarían más de una disputa con McFarlane y compañía.
Spider-Man contra el Lagarto. Fuente. |
El guion es lo de menos
Uno de los lemas de los dibujantes de esta etapa fue: el dibujo es lo que vende cómics, no el guion. Es decir, el libreto... Eso es lo de menos. Gran error, ¿no? Por parte de los creadores, la industria y muchos de los lectores. Lo importante para esta oleada de dibujantes fue sobre todo el propio dibujo, aunque con ello se dejase de lado lo realmente importante en el cómic, la mezcla entre historia y dibujo, su narratividad, su alma... Si a esto sumamos que el apartado gráfico no era para echar cohetes (o tal vez sí, contra las editoriales que los vendían)...
Por tanto, podemos encontrarnos con frases redundantes, momentos incoherentes y diálogos que nos evocan, sin duda, a las películas de justicieros tipo Charles Bronson, donde nuestro héroe callejero cogía todas las armas posibles (cuanto más grande mejor) para masacrar a la basura de las calles y se justificaba que cualquiera tuviese un buen arma frente a la inutilidad de las leyes.
Ese héroe de moral turbia, esa caricatura hiperviolenta, queda representada perfectamente en esa tergiversación y malinterpretación del spaghetti western aunque en clave de película de acción urbana que es El justiciero de la noche (Death Wish 3, Michael Winner, 1985), que, con escenas como los vecinos armados hasta los dientes, es una especie de preludio de este tipo de tebeos donde la hilaridad absurda conquista al lector. En Tormento (y el título es, hasta cierto punto, un auténtico acierto, aunque la mordacidad de algunos pueda hacer que digan que el "tormento" era para el lector y no para el Trepamuros), Spider-Man intenta no volverse loco frente a una villana cuyas motivaciones quedan en un segundo plano (hasta que se descubren en las últimas páginas) en una noche complicada para el Trepamuros y donde Mary Jane… Bueno, Mary Jane está... Por ahí.
Cinco números para eso, fruto del descompressive storytelling o el "cuéntame en veinticuatro páginas lo que antes me contabas en la mitad o en menos". A algunos les enganchará, otros se decepcionarán, mientras bajamos por la penumbra de una noche en Nueva York donde la chusma se junta para caer bajo el mordisco del Largato o ser testigos de la pelea entre el Caballero Arácnido (no se extrañen de que este apodo no suela usarse), ala vez que uno piensa que solo falta que aparezca Bronson con su revólver y haga su ley. Vaya, los crossovers tampoco eran tan poco comunes, ¿no? Acaso, ¿Brian Azzarello no metió a Travis de Taxi Driver en la miniserie de Rorschach que nunca tuvo que haber existido y nos devolvió a los noventa?
Spider-Man en plan héroe noventero. Fuente. |
El artista y el personaje
Todd McFarlane. Dibujante, guionista, creador de personajes, coleccionista de pelotas de béisbol, propietario de un equipo de hockey sobre hielo, juguetero, perfecto para que Christian Bale lo interprete en una película... Es la representación perfecta del creador de los noventa: deseoso de tener los derechos sobre su obra (recuerden su polémica de cómo quería los derechos sobre personajes como Venom, creado entre el guionista y él para Marvel), ansiosos de contratos cada vez más altos, con la ambición de hacer lo que les diera la gana y con un amor propio capaz de hacerles mover montañas. Entre los logros de MacFarlane en Spider-Man, junto al número de ventas, estarían volver a nuestro personaje más arácnido (extremidades más alargadas, movimientos de araña) y ser parte del tándem que transformaría a Venom en la némesis del Trepamuro (o, al menos, en uno de sus villanos más potentes gráficamente). McFarlane, que siempre quiso dedicarse al deporte hasta que una lesión se lo impidió, se convertiría en uno de los rostros de Image y crearía a personajes como Spawn (basado en un héroe concebido en su adolescencia) y una empresa juguetera que se dedica a la creación de figuras de, por ejemplo, sagas de videojuegos como Assassin's Creed. Los cómics parecen seguir junto a él, pero ¿él quiere estarlo?
En definitiva, leer Spider-Man: Tormento es sumergirse en una década misteriosa e importante en el mundo del cómic. Puede que la calidad sea lo de menos. Muchos podrán describirte (incluso con un “puaj” y simular un vómito) cómo fue esa época, pero nunca lo sabréis hasta que leáis obras como esta, que capta a la perfección lo que significó un momento malentendido en el arte, pero del que siempre surgirían cosas de las que aprender. Que cada uno elija cuáles.
Spider-Man: Tormento de Todd McFarlane, símbolo inequívoco del cómic de los '90. Fuente. |
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