Crítica de THIRST de PARK CHAN-WOOK

Thirst utiliza al vampiro para hablarnos del amor... y su condena. Fuente.

 

«Grant me the following in the name of our Lord Jesus Christ. Like a leper rotting in flesh, let all avoid me. Like a cripple without limbs, let me not move freely. Remove my cheeks, tht tears may not roll down them. Crush my lips and tongue, that I may not sin with them. Pull out my nails, that I may not grasp nothing. Let my shoulders and back be bent, that I may carry nothing. Like a man with tumor in the head let me lack judgment. Ravage my body sworn to chastity leave me with no pride, and have me live in shame. Let no one pray for me. But only the grace of the Lord Jesus Christ have mercy on me».

Monstruo. Guerrero. Bestia. Aristócrata. Clérigo… La gracia del mito del vampiro es su capacidad para reinventarse constantemente; su gran arma no es la fuerza ni los colmillos, sino su poder para seguir siendo culturalmente importante y su habilidad para adaptarse a diferentes culturas, no solo la estadounidense o la europea, sino también la asiática. Una muestra de la versatilidad del mito está en la siguiente premisa: un cura católico, Sang-hyun, se convierte por un fallido experimento médico en vampiro. Pronto, su poder se ve consumido por una interminable sed: de sangre, de deseo, de pasión. Cuando se enamora de una mortal y decide transformarla, se dará cuenta de que la inmortalidad se puede convertir en una condena eterna.

El remordimiento y los pecados en una imagen. Fuente.

Pecados de sangre

En 2009, el director surcoreano Park Chan-wook estrena Thirst, una película de vampiros que mezclaba la pasión, una bella fotografía y la mordacidad de la visión que el creador volcaba sobre el mito vampírico. Para ello, contó en el rol protagonista con el famoso actor Song Kang-ho (Memories of murder, Parásitos), quien encarna al cura Sang-hyun (quebrado por su fe y su deseo), y la actriz Kim Ok-bin como la mujer prisionera de su hogar que es Tae-ju, la cual corre cada noche buscando una forma de escapar de su cotidianeidad y cuya única esperanza estará en el monstruo. Sobre ellos recae gran parte del peso dramático del film y son los que nos hacen creíble lo increíble en este particular film de cine fantástico que, en el fondo, también abraza en varios momentos el costumbrismo, con esa pareja de amantes que desea escapar de los otros, solo para darse cuenta de que, una vez convertidos en monstruos, ellos tampoco se soportan.

Es muy interesante ver cómo el director surcoreano logra jugar con los motivos religiosos en su película, plasmando cómo Cristo dio su sangre a través del vino a sus Apóstoles, siendo una metáfora de lo que supone el propio vampirismo. El origen del artista permite ver una cuestión de fe que damos por hecha en Europa como algo insólito que puede servir de base para su modernización del vampiro.

Como el buen cine fantástico, la premisa del monstruo sirve también para hablar de los monstruos, de esos seres marginados que buscan escapar de los grilletes de la sociedad. ¿Haríamos algo cruel o monstruoso con tal de librarnos de esas cadenas? ¿Puede el amor justificar un acto vil o despiadado? Y, a su vez, más allá de explorar estas preguntas, añade otras como… ¿cuánto puede sobrevivir el amor inmortal de dos seres condenados?

Sirviéndose de una original propuesta, Park Chan-wook nos habla sobre la pasión de su protagonista... y su condena. Fuente.

La pasión de Sang-hyun

Pese a que puede que el metraje se vuelva excesivo en algunos momentos y los cambios de tono puedan chirriar en algunas escenas, el guion de Park Chan-wook y Jeong Seo-Gyeong funciona de perfecta metáfora entre las creencias cristianas y la pasión carnal, entre el deseo de vivir y las maldades que se pueden llevar a cabo por amor, entre todas las cárceles que nosotros mismos nos imponemos y cómo la libertad puede ser una condena.

Inspirada en la novela Thérèse Raquin de Émile Zola, no es la única referencia literaria que podríamos señalarle. Tal y como señalamos el doctor en Artes y Humanidades y divulgador en cine coreano Luis Machín y un servidor, podemos encontrar una serie de temas en Thirst que nos recuerdan al relato La muerta enamorada de Teóphile Gautier. En este cuento se narra la historia del sacerdote Romuald, enamorado de una vampiresa llamada Clarimonda, y de qué supone el vampirismo para un cura y qué significa la pasión y la sangre. Thirst sería una reinvención de las mismas claves tocadas por el escritor francés.

Como es habitual en el cine de Park Chan-wook (la trilogía de la venganza -con la famosa Oldboy-, o incluso su incursión en Estados Unidos con Stoker), el director prepara sus películas para que, pese a que el guion pueda parecer endeble, el film se transforme en toda una experiencia audiovisual, gracias a la cuidada fotografía de Chung Chung-hoon y la música de Jo Yeong-wook. El ambiente preciosista y, a la vez, sórdido de Thirst es perfecto para la historia que su director quiere que veamos y, sobre todo, sintamos.

Y es que Thirst es la demostración de cómo el cine coreano puede convertir el mito del vampiro en una fuente de historias que conectan con actos tan mundanos como el deseo, la pasión, la condena y la desdicha, y, con todo ello, al hablarnos de las criaturas de la noche nos habla de clérigos, aristócratas, bestias, guerreros, monstruos…, de todos nosotros.


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