Entre el maratón que he hecho estas Navidades de Akira Kurosawa y las partidas al Ghost of Tushima, he decidido escribir este texto donde relaciono al director japonés con Shakespeare y la tragedia griega. Espero que os guste.
Póster de Trono de sangre realizado para la colección Criterion. Fuente. |
«Si vas a hacer una montaña de cadáveres, haz que al menos llegue al cielo... Si vas a derramar sangre, al menos haz que sea un río de sangre».
Nadie puede escapar de su destino. Más vale estar ciego ante el futuro que condenarse a dar los pasos que lo causen. Nosotros, nimios seres ante un horror cósmico, podemos descubrir cómo los hados de los dioses juegan con nosotros hasta convertirnos en muñecos rotos.
La hamartía es definida, según el Tesauro (Historia Antigua y Mitología) en red, como:
«Noción clave de la doctrina aristotélica sobre la tragedia griega, en la que prima el error cometido por el héroe, generalmente por pura ignorancia, que arrastra el castigo correspondiente sobre su persona y el desenlace trágico por definición en este tipo de obras. El término adquirió luego la connotación de falta moral y fue el utilizado por los cristianos para expresar la noción de pecado que no existe en griego».
A lo largo de la historia de la humanidad, el elemento del destino como una sombra de fatalidad se repite en diversas historias. Uno de los primeros estudiosos que se dedicó a descubrir cómo funcionaban estos relatos fue Aristóteles en La Poética. En ella, nos hablaba de cómo estas historias fatalistas tenían una importante moraleja que, además, servía para causar la catarsis, un proceso que ponía al descubierto sentimientos que el espectador ni siquiera sabía que sentía. A menudo, el héroe intenta evitar su futuro, enfrentarse a una profecía, como Edipo, pero acaba causándola con sus propios actos. Este poderoso recurso se repite en innumerables ocasiones y no solo en el teatro griego. Creo firmemente en que existen historias inmortales que trascienden cualquier tipo de frontera. Hay historias universales que conmueven a los seres humanos y nos llevan al abismo de la tragedia que cada cultura recoge en su mundo artístico. Pasan las décadas, los siglos, y continúan enseñándonos.
El trono de la araña
Akira Kurosawa tomó la tragedia shakesperiana de Macbeth para realizar Trono de sangre, una fantástica adaptación cargada del lirismo del director japonés. Taketoki Washizu y Yoshiteru Miki, dos señores de la guerra japoneses, encuentran un espíritu maligno que teje el telar con el presente, pasado y futuro de todos nosotros, como las Parcas. Esa fuerza oscura del bosque que les revela su futuro: Washizu perderá su fuerte y se convertirá en señor de una mansión antes de llegar a ser el señor del reino, y Miki obtendrá el fuerte perdido por Washizu antes de que su hijo ocupe el trono del señor del reino tras Washizu. Ambos amigos toman el augurio como una mera broma, pero pronto, el temor a que la visión se cumpla jugará en su contra. Lady Asaji Washizu, la esposa de Taketoki, manipula a su esposo: ¿y si Miki le cuenta la visión al señor del reino y este piensa que Washizu es un traidor y hay que eliminarlo? ¿Y si Miki conspira contra ellos? ¿Y si todo obedece a una confabulación contra ellos? La duda sembrada en el corazón de Washizu traerá la muerte al Castillo de las Telarañas. Esta profecía, al principio tomada como una broma, moverá a la esposa de Washizu para empezar una escalada de traición y ambición.
El actor habitual de Kurosawa, Toshirô Mifune, interpreta a la perfección su papel de caudillo caído en desgracia. Pronto, la locura se ceba con él. Magistral la escena en la que se enfrenta con el fantasma de su amigo o da una arenga a sus soldados que se volverá en su contra. La degeneración del personaje es digna del héroe trágico de cualquier cultura. El poder absoluto corrompe absolutamente y eso queda demostrado con su personaje, movido por el terror, el pánico, la obsesión y el ansia de un poder.
El elemento sobrenatural juega un importante papel en esta adaptación de Macbeth: Trono de sangre de Akira Kurosawa. |
Shakespeare japonés
La lluvia, la noche, el caballo desbocado, el viento o el graznido de los cuervos son algunos de los símbolos que aparecen en esta película como signos de mal augurio. El escenario es una externalización de los sentimientos de los personajes, con ese aspecto volcánico y desolado de las laderas del Monte Fuji. De suma importancia es la niebla que aparece en varios momentos de la película y que sirve de cortinilla de apertura y cierre de la película, junto a la imagen de la tumba. Además de la profecía y el error trágico, también se toma el elemento del coro con personajes como los sirvientes, que ponen en situación al espectador en varios momentos de la película. Kurosawa demuestra todo su poderío visual, deudor del teatro noh japonés (los movimientos, la música, la danza, los maquillajes que evocan máscaras…) y de un tipo de cine pausado, pero espléndido, que ya no se hace, en una de sus grandes joyas fílmicas.
A la música minimalista de la banda sonora de Masaru Satô se suman los cánticos que crean la simetría perfecta de la película, el destino como un círculo del que todos quedamos prisioneros.
Una de las escenas más poderosas de la película es cuando la esposa, que ha movido los hilos para provocar la tragedia y ha perdido al bebé que esperaba, intenta limpiar sus impolutas manos, pero ella sigue viendo la sangre de sus crímenes. Sangre que ninguno de ellos se podrá quitar nunca, pues la marca de la traición es indeleble.
Finalmente, el Castillo del Bosque de la Telaraña tiende su trampa. Cada flecha que atraviesa a su señor, en un primer plano, nos recuerda a lo inevitable: a una telaraña, la telaraña de un fatal destino que nos atrapa a todos y de la que nadie podrá jamás escapar.
Trono de sangre es una importante película que nos habla del fatalismo de la tragedia. Fuente. |
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