Portada de Vive como un mendigo, baila como un rey de Ignatius Farray. Fuente. |
John Kennedy Toole escribió La conjura de los necios con treinta y dos años. Se pasó meses y meses intentando que le publicasen aquella odisea protagonizada por Ignatius J. Reilly, un gordo caprichoso y energúmeno que se aprovechaba de un mundo poblado por necios y estúpidos, y, al fin y al cabo, se volvía... un antihéroe.
El rechazo editorial y una fuerte depresión llevó a Kennedy Toole al suicidio. Desde ese momento, su madre buscó que publicasen la novela de su hijo. Y lo consiguió. Y ya fuese por la historia que acompañaba la obra o porque saber que Reilly era un perfecto retrato de la contrariedad del ser humano, La conjura de los necios se convirtió en un éxito de ventas aclamado por crítica y público. Y yo digo: ¿no somos absurdos todos los seres humanos? Parece que el heredero de Ignatius J. Reilly, nuestro cómico Ignatius Farray sí lo sabe o, al menos, parece sostenerlo en su libro Vive como un mendigo, baila como un rey.
En Nochebuena de 2020, estuve con mi familia o lo que queda de ella. Con mascarillas, Tenerife y todo el jaleo de un año 2020 que ha roto lo que dábamos por hecho. Tú piensas que la vida va a ir por un lado y, de pronto, la vida te da una bofetada con la mano abierta. Detesto la Navidad, pero con los años he aprendido que es pasajera, así que no hay motivo para odiarla más que cualquier otra fecha del año. Sea como sea, fui a darle mi regalo a mi hermana. Era el libro de Ignatius: Vive como un mendigo, baila como un rey. Mi hermana me dio su regalo. Era el libro de Ignatius: Vive como un mendigo, baila como un rey. Puede que eso diga mucho de nosotros. ¿Qué le vamos a hacer? La comedia, al fin y al cabo, es l0 que nos salva la vida o eso es lo que defiende Ignatius Farray.
La serie El fin de la comedia de Ignatius consiguió una nominación a los Emmy. Fuente. |
Ríe por no llorar
Ignatius puede que sea uno de los cómicos más "polarizantes" de los últimos años en un país con tendencia hacia lo rancio, donde cualquier humor que escape de lo más clásico, pierde rápidamente a cierto sector del público. Algunos piensan que Ignatius es el gran reinventor del humor en España, otros que es un degenerado. Y yo digo: ¿por qué no puede ser ambos? Que Ignatius sea un exhibicionista con tendencia a hacer el grito sordo, improvisar y soltar lo primero que se le viene a la cabeza es simplemente eso: la imagen de Ignatius, un personaje que ha hecho que Juan Ignacio, el hombre tras la máscara, consiga liberar una parte de sí mismo que de otra manera nunca hubiera escapado de Granadilla. Ese pobre padre separado miope y tinerfeño encontró en un personaje inspirado en el protagonista de La conjura de los necios una forma de escapar de su realidad.
Quien piense que Ignatius es un imbécil, que no sabe lo que hace realmente, se señala a sí mismo como el imbécil. No entiende la falsedad de una interpretación, de un personaje diseñado a partir de retales de personas reales que ha conocido Juan Ignacio. Es una pena que, a veces, hasta él mismo se rodee de imbéciles que se creen graciosos y ni le dejan hablar, o alimentan la vacuidad en la que cae en ocasiones el personaje ante la tontería del escenario prediseñado. Además de demostrar una amplia cultura cuando escribe o habla "en serio", Ignatius sabe qué puntos tocar o, mejor dicho, Juan Ignacio tiene la perspectiva suficiente para desarrollar a su personaje. Ha creado una máscara para dar rienda suelta a cosas que no haría por sí mismo. Es como Spider-Man, pero siendo un padre tinerfeño miope y divorciado. Lo que lo hace mejor.
Vive como mendigo, baila como un rey es una mezcla entre el ensayo y la biografía. Más bien, es la búsqueda desesperada de una tabla de salvación. Ignatius recorre todo su pasado intentando encontrarle sentido a por qué es como es, creyendo que en su pasado está la respuesta, que sometiéndose a esta terapia hallará una catarsis aristotélica en su propia tragedia humana, la tragedia humana que todos protagonizamos.
Comienza con un Juan Ignacio begins (en Granadilla, nada más y nada menos) y continúa con su adolescencia y sus primeros años perdido. Los siguientes capítulos (en los que nos habla de su marcha a Londres y su regreso, y de cómo empieza en el mundo de la actuación, al igual que sus referentes) me parecen geniales. Pienso que la visión de Ignatius está llena de cierta nostalgia, ganas de reírse de uno mismo y de reflexionar sobre cómo nació el personaje de Ignatius.
Lamentablemente, percibo cierta pérdida de fuerza cuando pasa a hablar de los años más cercanos, de su triunfo en la radio y de cómo se ha convertido en una figura pública con todo lo que eso conlleva. A los locos es mejor tenerlos en un pueblo y señalarlos, pero en este mundo actual, el loco está a la vista de todos e incomoda por su capacidad de ver el mundo como realmente es: una suma de absurdos y disparates. Me hubiera gustado que hubiera incidido más en su visión de la comedia, los monólogos, la importancia del humor, pero esto no va de lo que me hubiera gustado, sino de lo que es.
Que se ofendan los ofendiditos
Odio lo políticamente correcto. Creo que es la gran trampa de la censura o, mejor dicho, de la autocensura. Creer que porque puedas ofender a alguien, te tienes que callar, es una tontería. Sé de todas esas frases hechas de que el silencio es sabio. Sí, sí… algunas veces sí, pero vivir toda tu vida callado o fingiendo ser quien no eres, tampoco me parece muy inteligente. Existe algún iluminado como Ignatius Farray, quien se compara con el loco de su pueblo, que parece que ha visto todo esto y ha decidido hacer la transgresión la clave de su humor. Y sí, todo humor es transgresión. Me atrevería a decir que todo arte lo es o debería serlo. Aquel arte que es un mero sedante, un Valium, se acaba convirtiendo rápidamente en una dosis de Fentanilo para dejar durmiendo al moribundo. En cambio, si te ríes o te indignas con las palabras de Ignatius, el cometido de este buen hombre está cumplido.
Vivimos en una época mala. Quizá ninguna haya sido buena, pero ahora existen esos altavoces llamados redes sociales donde cualquier idiota puede decir lo que quiera (véase este blog), pero una de las cuestiones que al principio no comprendía y ahora me hacen gracia son las polémicas por el “me ofende”. Salvo que sea un tema realmente grave, toda campaña de “me ofende” me parece una broma pesada y me acabo riendo con las tonterías que se sueltan. Desde que el Baby Yoda come unos huevos en un capítulo y ya es un genocida pasando porque la película donde King Kong y Godzilla se dan de palos es maltrato animal... me rio. Es superior a mí. No puedo evitarlo. Me parto de risa. Me ocurre lo mismo con Juan Ignacio. Cada vez que Ignatius protagoniza alguna polémica, me rio de este señor, pero también me rio de toda la gente que se ofende porque haya soltado alguna burrada o haya ofendido a los ofendiditos que pueblan Twitter, porque poblar el mundo real es más difícil para los ofendiditos y les va mejor viviendo con la creencia de que se rompen la camisa por cualquier causa importante que realmente haciendo algo para cambiarlo. Piensan que su tuit con tanto retuiteo y me gusta es como parar delante de un tanque en la plaza de Tiananmén. Ignatius, como todo cómico que se precie, desvela lo falsa, ridícula y boba que es esta sociedad. La comedia salvó su vida, pero mucha gente no quiere ser salvada. Les viene mejor el papel de víctimas.
¿La muerte del cómico?
Vive como un mendigo, baila como un rey es una especie de liberación que va desde los primeros pasos de Ignatius hasta los más recientes, aunque estoy más de acuerdo con lo que comentan otros reseñistas: es un ejercicio de exorcismo donde Juan Ignacio decide despedirse de la imagen de Ignatius que lleva vendiendo desde sus tiempos como monologuista o secundario en La hora chanante. Tras haber sido nominado a los Emmy por El fin de la comedia y convertirse en habitual de La vida moderna y programas similares, Juan Ignacio parece preparado para dar un nuevo paso y reinventarse, pese a que eso signifique correr un riesgo.
El libro incluye varias viñetas, alguna que otra canción y varios momentos chanantes, que eso siempre se agradece, porque son pruebas de cómo Juan Ignacio ha creado una personalidad que demuestra que el auténtico cómico es tan inteligente como para darse cuenta de que vivimos en un mundo basado en la imagen. Por supuesto, habrá gente que no piense lo mismo, pero ya con que piensen algo, es un milagro.
Vive como
siempre, baila como un mendigo concluye con un epílogo del hijo de Ignatius, un
chaval que habla de su padre con la misma simpatía con la que su padre habla de
él en sus monólogos.
Saludos desde Ohio
Empecé contando una anécdota así que voy a terminar contando otra, porque este es mi blog ¿y qué le vamos a hacer?
Llevo tres cursos dando clase. En el segundo, el año pasado, tuve una clase de 3º ESO en la que había un chaval que era muy fan de Ignatius. Al saber que a mí también me gustaba (por culpa de mi hermana), se ponía a hacerme el grito sordo en el pasillo o me preguntaba si había visto uno de sus vídeos unas cuatro veces al día hasta que al final me lo mandaba al correo, y resulta que, al abrir mi e-mail en clase, se proyectaba el inicio del correo ante los de 2º de Bachillerato con temas como «El saber no sirve para nada, es bastardear la sabiduría» o «Ignatius acuchilla un sofá». Pura poesía. No importa, aquel chaval me hizo ver el vídeo donde a Ignatius casi le rompe un monólogo un tipo del público que decía que venía de Ohio. Desde entonces, cada vez que nos veíamos por el pasillo, aquel chaval me decía: «¡yo es que vengo de Ohio!». Poco después, a mi se me ocurrió decir a ese curso de 3º ESO que, como ellos habían nacido en 2005, no habían vivido nada histórico. Ni 11-S ni 11-M ni temporales ni nada. Ese mismo día, por la tarde, nos confinaron. Meses después, terminé en ese instituto y con ese grupo y lo último que nos escribimos a modo de despedida en una corrección de Google Classroom fue «saludos desde Ohio». Todo es absurdo, todo es ridículo, pero es que la vida es absurda y ridícula. Como diría Ignatius: «olrait!».
Al final queda claro que, para entender a Ignatius, hay que conocer que es un personaje, una ficción a partir de un mundo decadente y carente de sentido. Puede haber estado nominado a un Emmy o puede haber participado en varios programas radiofónicos muy escuchados de nuestro país, pero él sigue viviendo en una casa sin muebles, con esa sensación de que todo es baladí… Nos habla de cómo al mudarse le dejaron el sofá fuera de su casa, en la calle, y él se sentó y pensó que no necesitaba nada más, que así todo estaba bien. Creo que refleja bastante del pensamiento del artista (y sí, Ignatius es un artista. Si un -o una- mocatriz puede serlo, ¿por qué no él?).
Cantaba Freddy Mercury en The Show Must Go On que su corazón se rompía, que su maquillaje se resquebrajaba, que toda aquella función terminaba, pero lo que le tocaba hacer ahora era mantener la sonrisa. Uno siente que Juan Ignacio está llegando a ese punto como Ignatius. La máscara se está haciendo añicos y ahora le toca reinventarse. Esto no nos preocupa. Ya lo ha hecho otras veces. Puede que este libro sea la última grieta de Ignatius, pero no de Juan Ignacio. O decide escapar de ella o terminar de hundirse en su personaje. «Al final las cosas se vuelven tan trágicas que acaban siendo cómicas», dijo una vez Mandy Patinkin.
Por trazar
un círculo en esta crítica, y volver adonde empezamos, dejaré la cita de
Jonathan Swift que sirve de apertura de La conjura de los necios, que pienso
que tiene la función también de hablar sobre Juan Ignacio a través del Ignatius ficticio
(¿hay alguno que no lo sea?): «Cuando
en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo:
todos los necios se conjuran contra él».
«El destino existe. Solo hay que mirar hacia atrás. Si quiero saber cuál es mi destino, tengo que recorrer mis pasos hacia atrás -como un buen cómico, tengo que hacer las cosas al revés- y encontrar el momento exacto en que todo se torció. ¿Tengo que seguir buscando mi voz o es que ya la he encontrado? Si esa voz de cómico que tanto he buscado es la que esnifa cocaína falsa en la radio, quiero saberlo. Para lograrlo, tengo que volver al pasado. ¿Es esa mi voz? Dímelo, Juan Ignacio del pasado. Deja de hacerte pajas… ¡Y DÍMELO!», Ignatius Farray.
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