Detalle de la portada de la adaptación Elric de Melniboné de Julien Blondel. Fuente. |
«Considero que la felicidad no puede durar a menos que conozcamos por completo lo que somos».
Elric de Melniboné ha sido mi primer acercamiento a la literatura de Michael Moorcock y a sus Crónicas de Elric, el Emperador Albino, una de las sagas que aparece siempre en la lista de grandes novelas de la fantasía épica. Publicada en 1972, no es extraño que nos encontremos en sus páginas con una especie de partida de rol, que, pese a su aire clásico, también incorpora innovaciones para la época, como un protagonista, Elric, que no podríamos considerar un héroe y que posee un marcado carácter existencialista; para él, vivir o morir, gobernar o no la Isla Dragón y su Imperio, importa bastante poco. Además, físicamente, con sus cabellos pálidos y su vena tiránica puede recordarnos a los Targaryen de George R. R. Martin, el aspecto demacrado nos puede evocar al príncipe elfo de Hellboy 2 de Guillermo del Toro y su habilidad para la hechicería y su necesidad de pociones para mantenerse vivo puede hacernos pensar en el Geralt de Rivia de Andrzej Sapkowski. Por tanto, puede que muchos de estos ingredientes de Elric hayan sido mejor utilizados por otros autores, pero no estarían ahí sin la influencia del escritor inglés que aseguraba que podía escribir una novela en una semana.
Como obra precursora de la fantasía épica más oscura, Elric de Melniboné todavía está a medio camino del mal genio o el carisma de Abercrombie y nos hallamos ante un mundo más básico, con ciertos toques de una Tierra Media de Tolkien, pero tocada por un aire de la mitología griega donde los dioses son participantes en los conflictos de todos los seres que aparecen en esta historia. Seguramente, si Moorcock leyese las líneas anteriores sufriría un ataque de rabia digno de Elric, ya que es conocido por ser un detractor de Tolkien y todos sus imitadores. Moorcock era partidario de profundizar en algo más que el bien y el mal, de ahí los grises de una obra marcadamente existencialista en algunos aspectos.
Portada de la adaptación al cómic. Fuente. |
Sobre la prosa, está marcada por el carácter de premura de Moorcock. Se agradece que lejos de grandes sagas con enormes libros, el escritor prefiera centrarse en hacer avanzar la trama. Solo la primera parte de este primer volumen ya hubiera sido una saga para muchos escritores (el inicio puede recordar a Medio rey de Abercrombie, por cierto; al igual que la presentación nos recuerda al Kvothe de Rothfuss), pero Moorcock es más conciso y ese es uno de los puntos positivos. Frente a las abundantes prosopografías o etopeyas, Moorcock prefiere los diálogos y avanzar con rapidez, contándonos cómo Elric gobierna sobre Melniboné para luego perder el trono, la traición de su primo Yyrkoon, su amor por su prima y hermana de Yyrkoon: Cymoril, la intervención de elementales y dioses, la recuperación del trono, el enfrentamiento con su primo y el viaje al inframundo de los Señores del Caos para recuperar las dos espadas negras que pertenecen a los ancestros de Elric. Como vemos, no dejan de ocurrir cosas y, frente a otras obras pausadas (quizá demasiado), tenemos un libro de fantasía bastante entretenido, pero uno de los problemas está en la poca profundización o en momentos demasiado cliché, donde a los villanos solo les falta reírse maliciosamente tras narrar su maligno plan. En ocasiones, incluso el comportamiento de los personajes parece más marcado por las necesidades del escritor que de la historia, como vemos en ese final que puede dejar desencajado a algún lector, por mucho que Moorcock lo justifique con rapidez.
Por el resumen del argumento del párrafo anterior, muchos lo estarán pensando: si el mundo de Melniboné nos recuerda al rol, seguramente sea por su influencia en tantas y tantas partidas que vinieron después. No olvidemos la influencia de Elric o su adaptación exitosa al mundo del cómic con dos genios del nivel de Roy Thomas y P. Craig Russell. La idea del campeón eterno que ronda el multiverso de Moorcock, con su orden y su caos, empiezan a surgir en estas historias y se trasladan a las partidas de muchos jugadores. No olvidemos que la importancia de Moorcock en el rol queda clara con el juego Stormbringer, basado en estos personajes.
Detalle de la portada de una de las ediciones de Elric. Fuente. |
A favor de Elric, tenemos los interesantes primeros e influyentes pasos del género hacia su reinvención (con protagonistas que, lejos de ser héroes, son seres siniestros) y la visión de un imperio cruel y salvaje, pero donde la magia no se ha extinguido (frente a los mundos de otros autores que prefieren controlar la magia dejándola casi extinguida). En contra tenemos la premura, la falta de profundización y cierto aire clásico que constriñe demasiado la trama. No obstante, seguramente los “defectos” no lo sean para muchos lectores que deseen una obra fantástica más clásica y que no se detenga en minucias.
En definitiva, Elric de Melniboné es un interesante primer paso en la literatura de Moorcock, que espero que no sea el último en este viaje por el mundo del Emperador Albino, desde la Isla Dragón hasta donde solo los Señores del Caos saben.
«Ésta es la historia de Elric antes de que fuera llamado Asesino de Mujeres, antes del colapso final de Melniboné. Ésta es la historia de la rivalidad con su primo Yyrkoon y del amor por su prima Cymoril, antes de que esa rivalidad y ese amor provocaran el incendio de Imrryr, la Ciudad de ensueño, saqueada por las hordas de los Reinos Jóvenes. Ésta es la historia de las dos espadas negras. La Tormentosa y la Enlutada, de cómo fueron descubiertas y del papel que jugaron en el destino de Elric y de Melniboné, un destino que iba a conformar otro mayor: el del propio mundo. Ésta es la historia de cuando Elric era el rey, el jefe máximo de los dragones, las flotas y de todos los componentes de la raza semihumana que había regido el mundo durante diez mil años. Ésta es la historia de Melniboné, la isla del Dragón. Es una historia de tragedias, de monstruosas emociones y de elevadas ambiciones. Una historia de brujerías, traiciones y altos ideales, de agonías y tremendos placeres, de amores amargos y dulces odios. Ésta es la historia de Elric de Melniboné, gran parte de la cual sólo recordaría el propio Elric en sus pesadillas».
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