De vez en cuando, conviene que como lectores nos detengamos y hagamos memoria y pensemos en aquellas obras que nos colmaron de maravilla y volvamos a su lectura. ¿Habrá cambiado la obra o habremos cambiado nosotros? ¿Quién sabe?
Haciendo memoria, hace trece años que empecé a leer a Edgar Allan Poe, escritor maldito entre los malditos. Me topé con varios de sus relatos en una antología de la editorial Siruela, a la que siempre he guardado un gran aprecio gracias a todos los autores que me descubrió: Poe, Maupasant, Stoker, Le Fanu, Polidori... Los primeros grandes maestros del terror y el misterio.
A través de su poesía (con su Annabel Lee siempre resonando en mi mente) y, sobre todo, de sus cuentos macabros (Ligeia, El gato negro, El barril de amontillado, El pozo y el péndulo...) configuré mi propio mundo a imagen y semejanza del escritor estadounidense, como en aquel maravilloso corto de Tim Burton que es Vincent, con la voz del gran Vincent Price, actor escapado de la ficción de Poe. Desde entonces, cualquier obra donde serpentea la sombra del autor (como en las maravillosas películas de Roger Corman) se convierte en una obra ineludible para mí.
Llegados a este punto (y todavía teniendo tanto que leer), siempre me complace recomendar obras a otras personas y la obra de Poe siempre es de mis predilectas a la hora de recomendar; puede que una de las bondades de ser profesor de Lengua y Literatura es poder hablar de libros y poder hablar de Poe siempre es un grato placer para mí. Así que si este verano deseáis leerle, a través de la traducción que hizo en su día Julio Cortázar, no es una mala opción para un año tan lúgubre como este.
Su vida fue tan trágica como uno de sus poemas, sus últimos días tan oscuros como uno de sus cuentos, pero su legado es tan inmortal como aquel cuervo que susurraba nunca más. Edgar Allan Poe sigue con nosotros, como nuestras pesadillas, como nuestras sombras.
En definitiva uno de los escritores más inmortales. No recuerdo cuándo lo descubrí, pero sí que cuando salí del bachillerato los profesores nos pusieron apodos a todos lo de último año, y el mío fue precisamente Edgar Allan Poe. Fue uno de los días más felices de mi vida jajajajaja
ResponderEliminarEl mejor apodo que se puede tener sin duda alguna, jeje. ¡Muchísimas gracias por tu comentario! Nevermore!
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