¿Qué
meta le quedaba, tras tanto camino y carrera, al loco Max? Parece ser que George
Miller decidió que el sendero del mesías (o, tal vez, más exactamente el de
Moisés)… pero la carrera resulta hasta cierto punto fallida.
Max
(Mel Gibson) vaga por el desierto y acaba encontrando los albores de una nueva
civilización, Negociudad, que comete los mismos pecados de la anterior (pese a
querer liberarse de la violencia de las guerras, ellos mismos tienden a la
violencia).
Este Max ha pasado de ser un justiciero vengativo al estilo Charles
Bronson o Harry el Sucio de la primera película a un vaquero al estilo Clint
Eastwood en la Trilogía del Dólar en
Mad Max 2. El Guerrero de la Carretera.
Ahora, en un mundo donde el tiempo ha pasado (ya ni siquiera hay carreteras), se
convierte en la última esperanza de un mundo al borde del colapso (una
civilización de mierda directamente) y de otra a punto de nacer, encarnada por
docenas de niños que recuerdan a los Niños Perdidos, los Ewoks y al pobre Niño
Salvaje del boomerang cortante de la
anterior película (hermosa, aunque repetitiva, la idea de que el futuro son los
niños). Él deberá decidir ahora.
¿La gran villana? |
El
problema es que está premisa se hunde en un film que resulta irregular y largo,
porque llegan a notarse las diferencias de los dos directores George Miller y
George Ogilvie. Tras un comienzo que no está nada mal, luego llega la lucha en
la Cúpula del Trueno y, desde ahí, el film se deshincha. Ya sea porque el ritmo
escasea, los niños Ewoks resultan poco llamativos o la amenaza de Negociudad (o
Truequeciudad) resulta aburrida… o porque, sobre todo, no tenemos a una villana
a la altura: Tía Alma, una Tina Turner que aporta poco, que uno no sabe si fue
la financiación americana lo que la puso en la película o qué y queda muy atrás
de villanos repulsivos como Humungus en la segunda o Cortauñas en la primera.
En la segunda mitad y el final de Mad Max 3 hay escenas salvables,
pero no demasiadas y todo empieza a naufragar en este mundo postapocalíptico
que se mezcla, de repente, con El Señor de las Moscas… Y el pecado
de caer en los clichés ochenteros del cine de aventuras, como hacer de la
violencia algo trivial al estilo Indiana Jones y no con la crudeza e incluso
gore de las predecesoras de Mad Max.
El mejor personaje. |
Todo
puede que se deba a que George Miller dejó la dirección de parte de la película
por la muerte de un amigo, Byron, al que le dedica el film y Ogilvie se encargó
de las escenas que no era de acción. Como deje entrever, se notan las cuatro
manos.
A
esto se suma que algunos puntos del guion a cargo de Miller y Terry Hayes
quedan reiterativos (la historia narrada por el futuro ya lo vimos en la
anterior) o algunos momentos algo incomprensibles que detallo en el spoiler.
Si
bien algunos puntos “vacíos” quedaban bien en la segunda parte (nunca sabemos
qué ocurre con la mujer de Max realmente), ahora nos encontramos con que
nuestro personaje ya no cojea (como en la antecesora) y ni le falta un ojo
(como se insinuaba en la anterior, al final) y, pese a que Max recibe bastantes
golpes (uno de los logros de la trilogía es hacer a un héroe vulnerable), uno
siente que ya no es tan real. Resultado general: un quiero, pero no puedo.
Y
eso pese al mayor presupuesto, que se nota a la hora de recrear las
civilizaciones, la destrucción del antiguo mundo (planos preciosistas genuinos)
y demás, pero se pierde en gran parte el efecto llamativo que recordaba tanto a
los cómics (¿o los tebeos recuerdan a Mad Max?). La mejor idea es ese
Maestro/Golpeador, que de pronto se redime sin que sepamos muy bien por qué (¿o
esta especie de Yoda siempre fue Yoda sin que nos diésemos cuenta y los malos
eran los otros?)… Se pierde un poco la gracia.
Hasta los vehículos o persecuciones están puestos a calzador (solo al
final), sin la fuerza de las anteriores pese a un mayor despliegue de medios. Y
Bruce Spence, su hijo hostiable y su avión poco pintan, pese a que aquí el
actor interpreta a un personaje diferente al de la segunda parte, pero más
olvidable pese a su papel fundamental.
Max y los Ewoks perdidos. |
La
banda sonora de Maurice Jarre es uno de esos puntos donde se nota el cambio. Ya
no corre a cargo de Brian May y se nota… para mal. Al principio, incluso
resulta estridente o fuera de lugar (la primera vez que viajamos al submundo),
luego no está mal, pero no tiene la gracia del miembro del compositor original. Los aportes de
Tina Turner a los créditos están bien, incluso quizás más que su aparición como
“villana” de la película.
Pese
a todos sus defectos, la película no deja de ser disfrutada y, quizás, es la
más recordada de las tres… o, simplemente, la más parodiada (me viene al
recuerdo cierto capítulo de la irreverente Futurama).
En
fin, Más
allá de la Cúpula del Trueno y más de dos décadas después, Max sigue
recorriendo el desierto. ¿Quién sabe qué paraíso o infierno le deparan los
dioses de la venganza y la locura? Solo Max y George Miller lo saben.
La cúpula del trueno. |
SPOILER
-¿Por
qué Tía Alma deja vivir a Max? ¿Piensa que lo liquidará el desierto? ¿La cantante
Tina Turner se negó a asesinar o ser asesinada?
-Como
Moisés, Max guía al pueblo a su nueva tierra, pero a él se le prohíbe la
entrada en el último momento. Una de las manías del cine es comparar a sus
grandes personajes con héroes cristianos o de cualquier mitología o religión.
FIN DEL SPOILER
Lo que pierde a la película es querer hacerla para todos los públicos, supongo que por imposición del estudio dado el aumento de presupuesto, y para ello "no puede morir nadie". Es impresionante cómo se buscan los tres pies al gato constantemente para mostrar que, aunque se tire a un tío por un barranco, al final sobrevive. El maldito efecto "Equipo A" se carga la película, porque no pega en absoluto.
ResponderEliminarMe temo que estás en lo cierto. Una lástima para una saga que había demostrado una violencia con consecuencia en las anteriores. A ver qué tal les sale la cuarta parte...
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