Mad Max 2, te alimentas de los deshechos del viejo mundo


El guerrero de la carretera. Ese es el subtítulo de la secuela de Mad Max porque en Estados Unidos la primera llegó a poca gente y no se quería confundir al público que se preguntaría “¿y la primera?”… Y también se titula así porque esta película expone la ruta del viaje del héroe, enfrentándose a una guerra sobre el asfalto.
Pocas secuelas superan a la primera parte, por suerte Mad Max. El guerrero de la carretera es una de ellas. Si bien su antecesora era una buena historia de origen con varios hallazgos, aquí se gana el altar entre los fans. La degeneración del mundo es la misma que la del protagonista, Max, que ya no es el hombre que creyó una vez en la ley. Ya no existe la civilización al borde del ocaso como en la primera, ya no hay rastro de la policía, todo se ha perdido.
Tras un buen prefacio (que no se incluyó en la versión australiana), en el que se resume la situación de este mundo postapocalíptico: la lucha por la gasolina ha llevado a que la sociedad sucumba y surjan multitud de lunáticos y algún que otro valiente que le planta cara. Porque lo peor del fin del mundo no es que todo se haya acabado, sino que todo se haya acabado menos nosotros.
Aquí aparece nuestro protagonista Max, un hombre con un pasado horrendo, que perdió la razón y al que El Páramo le ha cambiado. No es raro rastrear en él las influencias al antihéroe que tanto popularizaron ciertas películas como La Trilogía del Dólar de Leone: ese mercenario maldito del que no se sabe nada, cuya única compañía es un perro que nos recuerda al personaje de la novela Soy leyenda de Richard Matheson (obviemos las adaptaciones cinematográficas).
Y el western se huele también no solo en la aridez o la defensa de cierto tipo de valores (cierto orden hacia el caos, véase films como El hombre que mató a Liberty Valance o la injustamente olvidada La venganza de Ulzana), sino también en ese protagonista que dice menos de veinte líneas en toda la película, pero que, cuando habla, quiere decir algo importante.
He aquí la lección. Max deberá caer y sangrar (una de las virtudes de Mad Max es que el héroe no queda siempre indemne), enfrentarse a sus decisiones erróneas (la espantada al estilo Han Solo), para aceptar lo que supone ser el héroe de un grupo de personajes perdidos. De ahí que sea el film favorito de la trilogía para un solvente Mel Gibson. Max deberá aprender a dejar de vivir de su pasado y aceptar el presente, que representan personajes como el Niño Salvaje (Emil Minty, el chaval que mejor ha sabido usar un boomerang en su vida) o ese piloto lunático (Bruce Spence), que nos recuerda al principio a Gollum (y luego fue “plagiado”, por cierto, personaje de la olvidable El regreso de la Momia). No es raro que El héroe de las mil caras de Joseph Campbell (ese mito compartido por todos) reaparezca como esquema básico de la trama.
Bruce Spence en uno de sus primeros papeles del cine fantástico.
No podemos olvidarnos de los villanos, aún más terribles que los aparecidos en su antecesora. Siguiendo la estela del repulsivo Cortauñas, se nos presenta ahora a un villano icónico (bebe mucho del cómic o el cómic de la época beberá mucho de él): Humungus (Kjell Nilsson)- que debió ser el ídolo de Christopher Nolan y de ahí el guiño con su Bane a este anarquista que no lo es tanto-. Humungus es ese hombre que parece dar un mensaje de razón, que no es más que una broma pesada para este adorador del caos semidesnudo, con máscara de hockey y muy mala leche.
Visualmente (el presupuesto fue aproximadamente diez veces mayor), se nota más elaboración de este mundo apocalíptico, que se vuelve más creíble al igual que en argumento. Desde el asqueroso Toadie a uno de los villanos que todo el mundo desea que sea liquidado Wez. La influencia de Mad Max en futuras películas o videojuegos se nota a la legua, lo que hace al espectador actual que todo le recuerde a otras películas (como la ya citada en mi crítica de la primera película Doomsday u otras más actuales como Oblivion, en cuanto a diseño de los refugiados, por ejemplo).
Quien no sintió ganas de partirle la cara, no tiene sangre en las venas.
En cuanto a la acción, no está nada mal y seguramente es gracias a que no se abusa de tanto ordenador y explosión sin sentido como en el cine actual con más auge en la industria americana. La persecución (la cámara temblorosa de Miller no molesta tanto como alguno de esos directores de hoy, con problemas de pulso) y la huida de estos refugiados sitiados por los villanos (excelente la música de Brian May), incluyendo el giro final, ya merecen la pena ser vistos por el espectador.
Mad Max 2. El guerrero de la carretera fue un homenaje a ese héroe enloquecido con un pasado terrible a sus espaldas, que tuvo que sangrar y ser destrozado para aprender la lección: es un héroe quiera o no.
Humungus, el villano que pudo dar miedo pese a ir medio en bolas.
Arriesgada y hermosa decisión que toma George Miller y el resto de los guionistas Terry Hayes y Brian Hannant al presentarnos al pequeño salvaje. Alguno podría sospechar que el anciano que relata la historia es ese chaval y así llegar a advertir el final de la historia, ser un spoiler sobre cómo acabará. Por suerte, Miller consigue crear esta fábula y encontrar un espejo de sí mismo: alguien por el que contar una historia ante todo.


La gran historia del pequeño salvaje.

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