Ilustración de Dan dos Santos para El nombre del viento. Fuente. |
Nos hemos contagiado con la manía de vivir nuestra vida a toda prisa. El trabajo, el amor, la amistad, el estudio, el sueño, la comida… todo debe ser raudo, no podemos saltarnos ni un instante, ¡hay prisa! No tenemos tiempo para nada, los Hombres Grises han ganado la batalla. No nos quedan minutos ni siquiera para aburrirnos, a veces, ni siquiera para disfrutar. Y nuestra capacidad de concentración se ha esfumado. Tenemos que correr a todas partes, el reloj es el gran tirano. Recuerdo cuando trabajaba como becario ocupándome de los ordenadores de la Facultad de Medicina; yo ya había terminado mi carrera y estaba realizando el máster de profesorado, y recuerdo ver a los chavales de los primeros años de carrera yendo a cualquier parte corriendo, preocupados por cualquier motivo o centrados en sus móviles, olvidándose muchas veces del día que hacía, de aquellas nubes evocadoras, de aquel aire a muerte. Quizás ellos eran consecuentes y yo un intento de bohemio. Para mí, era inspirador, quizá porque intentaba aprender a vivir un poco más despacio y disfrutar más del instante (algo que por mucho que aprendiese, me temo que olvidé en estos últimos meses y ahora intento recordarlo).
Ilustración de Kvothe, protagonista de El nombre del viento, obra que le gusta más "perderse" y de la que hablaremos aquí. Fuente.
Suelo leer los consejos literarios arqueando una ceja y
frunciendo el ceño. Puede que nazca de que siempre me gusta buscarle otro
sentido a las cosas. O porque me gusta dar la brasa. Esto ni es bueno ni es malo, simplemente es. Siempre que
un profesor me decía que algo era de una forma, determinada e inexorable, me daba por pensar en una
excepción. Lo absoluto siempre me ha dado la impresión de que es ficticio. La
realidad es tan complicada, con tantos factores, que debe haber libre albedrío
en algún sentido. Así que cuando leo algunos consejos, me gusta buscarle
ciertos ejemplos de lo contrario. Uno de los consejos que más creo que ha
"destruido" la literatura es que toda escena tiene que suceder por un motivo
(como si todo fuese parte de un engranaje) y la necesidad de una tensión
dramática que hace picos prefabricados (y que son ajenos a la novela). Nos perdemos muchas grandes
obras literarias por esto. Solo hay que pensar en esos clásicos estupendos que
fueron escritos sin que los gurús literarios empezasen a dar la brasa con todo
esto. Es más triste ver cómo algunos gurús cimientan estos consejos hablando de
cómo hay clásicos que fracasan al no cumplirlo. Es como querer aplicar una ley
con carácter retroactivo, solo que esta ley ni siquiera tiene sentido: primero,
porque un autor puede preferir crear otra serie de estructuras donde una escena
aparentemente irrelevante no es “relleno” sino una exploración de la
profundidad del mundo o posee un carácter metafórico (gran parte del inicio de
El extranjero de Camus, por ejemplo) y, segundo, la novela no es dramaturgia ni
es escribir un guion para cine. Con dos horas, entiendo que una película esté
más encorsetada que una novela, pero precisamente la novela está libre de ese
corsé, tiene más tiempo para expandirse, para crear un océano en el que
zambullirnos. ¿Por qué querer drenar un océano?
El extranjero es un clásico que se disfruta poco a poco, deleitándonos con cada una de sus páginas. Fuente. |
Pienso que, en el fondo, todo esto se debe a que hay lectores que se preocupan más por leer muchísimos libros, que por digerirlos, probarlos, releerlos, degustarlos. Un libro tiene que ir de A a Z y punto para estos "devoralibros". Nada más. Lo contrario resulta molesto. En cambio, algunos como yo, como lector, a menudo, nos gusta perdernos en el mundo que me presenta un autor. Esto me ha venido a la cabeza mientras leía El Imperio Final, que es una obra esquemática donde cada escena tiene su valor. Su estilo es más directo y el propio Brandon Sanderson defiende esto en sus clases de escritura. Me parece lícito, pero es diferente a lo que hace Patrick Rothfuss en El temor de un hombre sabio, una novela que llevaba bastante tiempo aparcada en mi estantería y de la que he leído muchas críticas sobre el llamado “relleno” y que creo que, en el fondo, es una muestra del amor que siente Rothfuss hacia el mundo que ha concebido en su libro. No soy un gran defensor de este autor, pero entiendo su punto de vista. Además, tiene un aire de guionista que hace que cada capítulo parezca una escena, pero como escritor de novela, se preocupa también del lenguaje y de "nadar" en ese mar que ha descubierto. ¿Es ilegítimo? No, creo que Rothfuss, como artista, puede indagar y profundizar en todo lo que quiera, aunque corra el riesgo de tener que mantener el “romance” con el lector todo el tiempo (un lector "promiscuo" que le hace ojitos a las redes sociales, la mensajería instantánea, cualquier otra cosa...): es una relación a largo plazo y cada día, cada capítulo, debe enamorar, incluso por los pequeños detalles, aunque no sean tan importantes para la trama general.
El Imperio Final es una gran novela, pero también muestra cómo es el proceso de Sanderson: más anclado a un "esquema". Fuente.
Por un lado, en Brandon Sanderson tenemos a un autor que planifica y escribe sin parar, cumpliendo con un tono obsesivo con el esquema propuesto. Es un trabajador constante e incansable. Por otro lado, Patrick Rothfuss improvisa, descubre y, a menudo, se pierde y se entiende que Sanderson haya publicado varias novelas, mientras que Rothfuss sigue peleándose con el teclado e intenta salir del meollo en el que se encuentra para terminar su trilogía del Asesino de Reyes, que lleva siendo escrita desde hace ya casi una década. La literatura de Sanderson es, por tanto, cumplidora, exultante y lógica; la literatura de Rothfuss nos sumerge, se degusta y busca la grande de no ir con prisas a todas partes. Ambas obras son notables, ambos estilos son correctos y creo que deberíamos apreciar los dos, ya que un día nos puede apetecer más uno y otro día otro.
Por tanto, mientras sigo en estas páginas, intento recordar que los consejos buscan ser atajos y que ir con prisas no siempre es bueno; a veces hay que disfrutar del paisaje, del cielo tormento, del aroma a muerte, del memento mori, del tempus fugit, de la literatura, de la vida, al fin y al cabo.
Portada de otra de las ediciones de El temor de un hombre sabio. Fuente.
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