El Reto del Juntaletras: no dejes que la rapidez mate tu historia

Los detalles son muy importantes en las novelas, pero ¿deberíamos cortar nuestra historia y perderlos por mandamiento comercial? Imagen de dominio público.
Vivimos en un tiempo en que parece que todo tiene que ir deprisa, muy deprisa. No, esta no pretende ser una entrada escrita por un viejo cascarrabias (de veinticinco años). Sí, sé que el mundo cambia y a la gente le gusta la inmediatez, pero, a la vez, soy incapaz de no sentir cierto vértigo, a la par que pienso en lo que nos estamos perdiendo por esa manía de querer siempre apretar el acelerador. Miramos hacia la ventanilla del tren que va cientos de kilómetros por hora, vemos bruma y borrones, pero nos perdemos el paisaje.

Flash puede ir a cualquier lugar de la Tierra y seguramente pudiera disfrutar de todas las maravillas del mundo: las pirámides de Egipto, los viejos templos griegos, el Gran Cañón en Estados Unidos… Pero, al mismo tiempo, puede que no disfrute de cada uno de esos lugares, de la lenta puesta del sol y el surgir de eso que los cineastas llaman la luz mágica. No hay tiempo.

Siento que vivimos en la sociedad de Flash, Quicksilver y todos esos velocistas de los cómics, porque, aunque suene a una metáfora exagerada (y puede que lo sea), siento que hoy se busca la rapidez ante todo, el ir veloz a otra cosa y olvidarse de lo que conlleva el auténtico disfrute. Somos la Civilización de la Premura. Y, sinceramente, eso creo que está matando gran parte del arte que me gusta.

Para ponerlo en contexto, me complace perderme en los consejos literarios y en las historias sobre cómo nacen las novelas que me encantan por el mero hecho de encontrar espejos, distorsionados o no, de lo que yo mismo hago o podría llegar a hacer. Sin embargo, también temo que, cuando los consejos se transforman en mandamientos, perdemos lo que realmente queremos: la diferencia y la habilidad para la creación libre de cada uno de nosotros, individuos con el deseo de contar historias o apasionarnos con ellas. Y es que, en algunos momentos, me temo que muchos autores creen que deben seguir esas «reglas» a rajatabla y no es así. No hay fórmulas para escribir un gran libro, no hay ningún camino secreto. «Consejos doy que para mí no quiero», que dicen algunos. Y es que, si tu método sirve para contar tu historia y para llegar a alguien, emocionándolo y haciéndolo vivir en la ficción, ya lo has logrado.

Todo esto viene a raíz de esos consejos que piden, exigen, ordenan, que se concentre la trama en el final, que se borre todo lo que no sea «necesario» y que las obras sean cortas, sin más. Este estándar mata la originalidad y la fuerza de muchas historias. El centrarnos en el final hace que perdamos la importancia que es el camino que nos conduce hasta ese último punto.

Mi mente divaga a confines inesperados cuando encuentra historias enormes donde su autor me cuenta algo realmente interesante y no olvida de incluir todos los detalles necesarios. Novelas como Eso (It) de Stephen King (de las que os he hablado mucho últimamente, lo sé) es un buen ejemplo de cómo se recrea la realidad a través de detalles y más detalles que algunos encontrarían «sobreabundantes» y para mí llenan de riqueza la trama. Por ejemplo, puedes eliminar (ay) al personaje de Patrick y puede (solo puede) que el final de la novela no cambie, pero te cargas a uno de los personajes más siniestros del libro y, a cambio, consigues algo tan simplista como la miniserie de los ’90 (donde por mucho que siguiese algunos pasajes de la obra, se saltaba otros que eran los que le daban riqueza a la novela. Llamadlo el sabor o el toque King).

Y es que creo que el cine y sus adaptaciones nos influyen demasiado a los escritores, el «la película tiene que durar dos horas y todo lo demás se queda para las escenas eliminadas», por poner una muestra. Muchos creen que deben transmitir este mandamiento del cine a los libros, sin darse cuenta de que el séptimo arte responde a temas como el número de pases (si una película es muy larga, menos pases y menos oportunidad de sacar pasta) o el aguante del espectador en dos horas. El cine es el cine, la literatura es la literatura. No obstante, un libro es diferente, una historia no tiene que limitarse a doscientas páginas o trescientas. Pueden ser mil, sin problemas. Mientras se cuente algo bueno, eso sí. Si incluís muchas listas de la compra y garabatos con poco sentido, poco aporta… Pero si añadís un pasaje asombroso, algún doble significado o un buen diálogo, bienvenido sea. Como si escribís dos mil páginas. Las abrazaré. No soy de los que van con prisas a todas partes, no soy Flash, aunque ahora que lo pienso, Flash podía leerse libros en un santiamén, así que…

A lo que voy es algo que comentaba Stephen King en la introducción de su versión completa de Apocalipsis (The Stand). Cuando escribió esa novela sobre una gripe que destruía el mundo, tuvo que quitar cientos y cientos páginas de ese enfrentamiento entre las fuerzas del bien y del mal. Así mandó el departamento de ventas. Años más tarde, fruto de sus triunfos, pudo incorporar nuevos segmentos y la obra se transformó en su novela más larga, incluso por encima de It (Eso) o La cúpula. A King le han acusado muchas veces de incontinencia verbal, de ser un charlatán, de escribir mucho. Él, aunque reconoce todo ello (con su sorna habitual), dice que lo que le gusta son los detalles y que, con ellos, aporta capas y capas a sus libros. Y es cierto, al menos para mí, como lector de su obra. Stephen King agrega nuevos momentos, escenas y capítulos que hacen que sus novelas no sean solo libros gruesos, sino universos donde perderse.

Es similar a lo que ocurre con las series hoy. Hay muchas grandes series que pueden profundizar en aquellos momentos que el cine eliminaría. Juego de Tronos no sería tan grande en el cine, sí lo es como serie. Y si lo fuera, sería distinta. Nos perderíamos muchas grandes cosas, sin duda. ¿Sabíais que, en cierto momento, cuando se quiso convertir Canción de Fuego y Hielo en una película, esta iba a centrarse solo en la historia de Daenerys? ¡Nos hubiéramos perdido las tramas de Desembarco del Rey, Invernalia y tantas otras que nos encantan! Al menos, nos hubiera quedado el libro, pero ¿imagináis que Martin le hubiera dado por recortar todo por culpa de algún consejo de marras?


Y en estos tiempos donde impera la rapidez y las historias manidas, donde la mayoría de los escritores son incapaces de manejar más de dos personajes, agradezco como lector que existan autores como King capaces de hacernos este regalo. Y visto lo visto, porque nunca puedo evitar pensar en todo esto como un escritor, no me parecería mal algún día desear rozar la creación de mundos majestuosos, aunque sea con miles de páginas. Será menos comercial, todo el mundo pensará que es largo o un producto de la incontinencia verbal, pero al menos espero que haya alguien que no crea en esto, que aún se maraville con los detalles y con no pensar en solo el final. Quizás me engañe, pero sigo escribiendo. Y el mundo gira rápido, pero nunca tienes por qué girar con él. No eternamente.

4 comentarios:

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    1. Esa historia de Astro City no solo es una de las mejores de "Superman-sin-ser-Superman" sino que retrata perfectamente la psique del héroe, su responsabilidad y su escape. Y tiene un detalle que vale la pena y que no es suplantado por imposiciones editoriales. Quizás, si los superhéroes pueden disfrutar del tiempo y los detalles, nosotros también podamos. Gracias por el comentario. :)

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