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La cría se levantó de la cama, con mucho miedo. Había cerrado los ojos, pero al abrirlos seguía allí el monstruo.
No era ficción, era realidad.
Cerró los ojos, tapándolos con sus manos, cuando abrió los párpados, la bestia la imitó y ambos gritaron como locos.
Hasta que la niña se dio cuenta de algo crucial. No fue que ambos eran iguales y tenían miedo. No fue que uno era el monstruo y la otra humana por meros azares del destino. Fue algo más elemental: el monstruo estaba hecho de algodón de azúcar.
Cuando ocho horas después su madre fue a despertarla, se preguntó por qué había trozos de algodón rosa por toda la habitación y por qué su hija no quería desayunar aquella mañana.
Dentro del armario estaba la cabeza de la bestia guardada para ser devorada más tarde. La madre no supo aquello.
Los niños, en el fondo, son así. Muy dulces.
Muy buen mircorrelato. La nada agadecida profeción de monstruo es muy dura, sin duda.
ResponderEliminarGenial frase final.
Hola, superñoño
EliminarCreo que la infancia tiene mucho de crueldad así que esto va un poco sobre eso (y reivindicar que no se les baje el sueldo a los monstruos).
Gracias por tu comentario, un saludo =D