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La sensación de cansancio y muerte se había extendido por los restos del campo de batalla, plagado de derrotados.
El cielo se había teñido de rojizo mientras amanecía, cubierto de pequeñas columnas de humo. La peste a azufre, putrefacción y humo se extendía sobre el valle que otrora estuviese cubierto de hierba. Todo lo vivo se desvaneció con los espadazos y los golpes, las fechas y las lanzas. El suelo ahora era oscuro, abrasado en muchas partes, reseco, aunque enfangado a veces, no por el agua, sino por la sangre. Por ese terreno condenado, flotaban los escudos rotos y las dagas melladas.
A diestro y siniestro se veían cuerpos retorciéndose en el suelo. Los vencedores con heridas habían sido llevados ya a un pequeño monasterio cercano donde los sanadores ayudarían a salvarles o darles la extremaunción, para que murieran en paz con Dios después de matar. Dios perdona a los que matan con una razón que los hombres juzgan aceptable, honorable, nunca sabemos si realmente está de acuerdo o no, ni siquiera sabemos a ciencia cierta si está ahí, dispuesto a juzgar. Sólo tenemos la fe.
El caballo del rey se detuvo en la cima de una colina moribunda. El corcel blanquecino miró a la nada. Mientras, el soberano acariciaba con sus manos recién limpiadas de sangre, la cabeza del pulcro caballo para calmarlo o calmarse él mismo. El soberano observó con su mirada de halcón lo que se abría ante sus ojos. Sentía horror por todo lo ocurrido.
A su lado, marchaba su guardia sobreviviente, cargando sus picas y demás armas. Muchos de los caídos eran amigos o familiares suyos, aún así mantenían su rostro solemne bajo el yelmo. Contemplaron junto a su majestad la llegada de un hombre enjuto visiblemente afectado por la tristeza, montaba un pequeño burro de patas peludas. El jinete del pobre animal gris y cansado, como su dueño, alzó la mirada para ver a su rey y saludó amablemente, con un gesto de gran respeto. El recién llegado, después de ascender lentamente la colina, detuvo al pobre animal y se apeó, haciendo una reverencia.
—Saludos, Escriba.
—Salve, su Poderosa Majestad.
—¿Habéis encontrado la descripción precisa para vuestro relato sobre esta batalla?– preguntó el Rey.
—Vuestra merced, he visto la gloria de su triunfo y la consolidación de su poder, pero a costa de tanta sangre y dolor, su Majestad– respondió el Escriba con pesadumbre.
—Bien, Escriba– juzgó el Rey atusando su barba canosa–, entonces has entendido bien lo que ha ocurrido esta madrugada, Escriba. Has visto lo que yo he visto y ahora serás capaz de escribirlo.
—Sí, Señor– afirmó contundente el hombre triste–. He aprendido a mentir como mienten los demás contadores de historias. Hablan del horror y la muerte, pero seguidos de la gloria. Sé que hoy se impondrá gloria y paz en el reino, mas ¿a qué precio? Todas estas muertes me parecen tan inútiles, tan estériles... Y lo siento si me juzgáis como un traidor o un charlatán por mis palabras…
—Eres un contador de historias, maese Conrad– añadió su Majestad–. Damos por hecho que eres un charlatán. No obstante, no temáis tanto por lo que digáis, sí siempre por lo que escribís, pues permanece. Sólo le sustituiremos con su muerte, pero desde luego, jamás ejecutado. Tanto tiempo escribiendo nuestras crónicas que si cambiamos ahora vuestro irrepetible manera de embellecer y horrorizar con la tinta, la pluma y el pergamino, la gente entenderá que hemos errado con la lucha y que, a partir de ahora, podría haber paz si aprenden del nuestros errores.
—Entonces, si me permitís tal osadía, he encontrado algo– musitó el Escriba sacando de su macuto algo cubierto de ceniza, casi destrozado. Era un pergamino quebradizo que se abrió a duras penas–. Visitando el campo de batalla después de la guerra, escoltado por vuestros honorables siervos, hallé esto aferrado en el cadáver del capitán enemigo. Su espada yacía quebrada, su escudo quemado y su yelmo caído, pero sujetaba esto.
—¿Qué tiene tanto valor, Escriba? Decidme, me hallo impaciente.
—Es una lista negra, Majestad. Aquí se encuentran los nombres de los que debían morir primero en su campaña contra vos, mi Rey.
—Supongo que la encabezaré yo.
—Será una sorpresa para vos, pero eráis el segundo.
Los presentes en la colina guardaron silencio, pese a que en el campo de batalla, los soldados observaban la devastación conversando, fanfarroneando o en silencio. En la cima, el Rey se quedó meditando lo que había dicho el Escriba y asintió al descubrir lo que pasaba. El resto de los presentes, la escolta real se miraron entre sí levemente, querían saber quién era el primero pues ninguno se lo imaginaba. El Rey pidió al Escriba el papel y el soberano lo arrugó hasta deshacerlo en pedazos, después el Escriba asintió con la cabeza y dio un paso atrás, donde su montura rebuznó.
—Guardia– llamó el Rey.
—Siempre a vuestro poderoso servicio, Majestad– contestó la patrulla al unísono.
—Nos dirigimos hacia la tienda, acompañadme y vigilad la entrada, que nadie se acerque– dijo el Rey espoleando a su corcel que obedeció con rapidez, el nuevo señor de aquellas tierras miró al Escriba y como despedida le dijo–: Has obrado bien, Escriba. Que Dios te conceda todo lo que os merecéis y más, si es que hay algo tras la inmortalidad. Fortuna.
—Me encuentro muy agradecido, mi buen señor– respondió el Escriba, mientras observó al Rey alejarse con su caballo, acompañado de su legión de fieles guardas.
El Rey no tardó en regresar a su tienda de campaña real, que no se encontraba excesivamente lejos, fuera le aguardaban varios consejeros, empero eso no le importó. La guardia se detuvo junto a él, el soberano se apeaba de su caballo.
—Se halla aquí, milord– farfulló un hombre cubierto por un hábito oscuro y un rostro invadido por cicatrices, el virrey Lear.
—Guardad el exterior– ordenó el Rey, tras entregar la rienda de su corcel para que lo alimentarán y descansase. Acto seguido, su majestad entró en el interior de la tienda, que fue cerrada a su paso.
En la oscuridad, sobre un lecho formado por capas de los muertos, se encontraba un cuerpo moribundo. Las ropas habían sido rotas y se hallaban sucias por la tierra, la sangre, el sudor y el vómito. En su interior, se retorcía un cuerpo lleno de magulladuras. El rostro era casi irreconocible debido a que le habían arrancado un ojo durante la lucha, además de que la nariz se hallaba ahora completamente torcida impidiéndole respirar. Tomaba aire y escupía por sus fauces de dientes mellados. El Rey sintió lástima por el moribundo.
—¿Venís… a rego…dearos?– preguntó el yaciente.
—Nunca me he regodeado de un enemigo vencido y menos cuando fue el mejor rey y caudillo al que me he enfrentado– respondió el Rey, tapándose la nariz con un pañuelo de seda, ante el pestazo de la inminente muerte, cuya avanzadilla de moscas ya se había presentado–. Mi Escriba encontró vuestra lista negra, los primeros que habrían de morir para diezmar mi ejército. Una lista fracasada, pero una lista al fin y al cabo, ahora reducida a cenizas, como todo a nuestro alrededor.
—¿Có…mo… él…?
—No hagáis tanto esfuerzo. He comprendido en este tiempo que ambos hemos llegado a pensar de una manera muy parecida. ¿Cómo le sentó a mi Escriba que fuese el primero en vuestra lista de enemigos que tenían que ser asesinados? ¿Cómo creéis? Mal, es un hacedor de historias, demasiado sensible. Inútil si no supiese unir palabras.
—¿Quieres… saber… por… qué?
—Lo conozco. Mata al Escriba y matarás el triunfo o la derrota de su Rey, harás que mis ejércitos nunca pisasen vuestra tierra, que mi pueblo nunca llegase a sus grandes logros, que mi persona fuese una mera leyenda si no la nada. Lo escrito permanece para siempre, nos hace inmortal. ¿Por qué creéis que mis lanceros atravesaron primero a vuestro capitán, también portador de la lista además de escriba? Un rara avis pasado a mejor vida, pero los espías supieron aconsejarnos bien. Ahora vosotros, no obstante, formáis parte de mi historia.
—He… fra…casa…do… Es...cri...bi...eron nues...tro... triunfo... antes de... haber...lo obra...do... y eso... signifi...ca... la... de...rro..ta...
El Rey se acercó al moribundo y colocó su pie sobre el cuello del muerto en vida y, en un amago de piedad, le partió el pescuezo de un solo golpe con su bota.
—Gracias por haber dado a mi historia tan buen enemigo.
>>Ahora, permaneceremos hasta el infinito siendo leyendas que nunca se borrarán aunque pasen mil generaciones. Gracias.
Y el Rey salió de la tienda, se envío el cadáver de su enemigo a la viuda como gesto de buena voluntad, no hubo celebraciones, sólo entierros y el tiempo comenzó a pasar.
El Escriba contó todo esto, los pergaminos fueron copiados. Muchos desaparecieron, otros perduraron. Sea como sea, la muerte les sobrevino sin piedad a todos y muy pocos hemos sobrevivido para escuchar, leer o contar este relato inmortal.
Mientras permanezca escrito habrá alguien que lo recuerde, sepa o no si existió verdaderamente. Eso se deja al lector, mientras las nieblas del tiempo y la oscuridad de la Historia encierran mejor que cualquier candado los secretos del pasado.
Es nuestro destino.
Y, a veces, perdura escrito.
El peso de los recuerdos otra vez ¿Eh?
ResponderEliminarO más bien, de la historia. Siempre ha sido dicho que la historia la escriben los vencedores, por eso Alfonso X El sabio es "El sabio" y José Bonaparte es Pepe Botella a pesar de que ni siquiera era un alcohólico.
Parece un buen relato que leer a alguien.
Tienes que conservar ya un buen puñado de estos.
Saludos, Misery.
ResponderEliminarCreo que este relato trataba sobre ser inmortal, comprender a tu enemigo, pasar al recuerdo de la Historia... Así que ha dado con el tema. La cosa es que también quería poner alguna foto de "Gladiator", "El Señor de los Anillos" y "Stardust" xD.
Me ha gustado mucho su ejemplo sobre Alfonso X El Sabio y Pepe Botella, al que sumaría Vlad el Empalador o Ivan el Terrible. Ponemos motes con alguna sabiduría de vez en cuando, aunque recordamos a veces desde la perspectiva del ganador, como has dicho.
No sé si alguien algún día me aguantará que le lea mis historias y sí, creo que ya el documento donde los archivo todos ha llegado a las 80 páginas (de los guardados).
Muchísimas gracias por tu comentario y tu opinión.
Oh!
ResponderEliminarLa verdad es que este relato me ha gustado mucho. Quizás sea porque en parte, creo que yo trabajo con algo de esto en mi día a día.
La Historia la escriben los que vencen, y por lo tanto, una vez que has derrotado a un pueblo debes exagerar los hechos para que tu Triunfo y tu Gloria sean aun mayor. Sin embargo, siempre hay quien estudia esto para desmentir e intentar buscar la verdad, aunque al final, yo también seré una contadora de historias.
En cuanto a la exageración donde esto se ve muy bien es en las batallas, el otro día sumé las bajas en las filas romanas e hispánicas según el amigo Estrabón, y según él, la población de entonces era más o menos la misma que la china actual >.< Además, también cuando escribes sobre otro lo que hay que hacer es dar la imagen peyorativa. Le aconsejo que lea a Estrabón (3ºlibro)aparte de que dice cosas que son ciertas, otras se las inventa que da gusto leerlo.
Gracias por su relato y su dedicación. Besos de Señora Anónima Mortal.
pd. Gladiator está llena de fallos históricos, no se la crea al pie de la letra :)
Hola, Señora Anónima Mortal =)
ResponderEliminarMe alegro de que le haya gustado el relato y, cuando lo colgué, pensé inmediatamente en usted y que estudia Historia.
Considero que es importante intentar discernir la verdad entre el mare magnum de la Historia, pero, sea como sea, la Historia ya está y nosotros somos, es decir, que podemos hablar del pasado, pero no lo vivimos y no tenemos la total certeza. Además, quería tratar que la Historia hasta hace pronto se hacía sólo con lo escrito y que eso nos hacía inmortales.
Gracias por la recomendación de Estrabón y la tendré en cuenta. ¿Ya ha dado a Julio César? No sólo era militar y político, sino que también se metió a hacer Historia no sólo actuando, sino escribiendo y refiriéndose a él en tercera persona. Muy curioso.
Muchísimas gracias por su comentario y su opinión, Señora Anónima Mortal =).
PD: Lo sé, además de que también tiene muchos fallos de racord. Aún así me parece una película muy entretenida. Sobre poner fotos de la película, más que nada porque si pienso en un emperador me viene a la mente la imagen de Darth Sirious o del gran Richard Harris.