Hace veinte años, salí del instituto a toda prisa para ir a ver El Señor de los Anillos: El retorno del rey. Estaba en 1ºESO, era un crío y, como todo primer año en un nuevo sitio, me sentía perdido. Los mayores te insultaban, los profesores poco podían hacer por ti (salvo escucharte), tus padres se mataban porque no te faltase de nada (pero tú no lo entendías)… Por suerte, encontré en la Tierra Media de J. R. R. Tolkien, en la fantasía en general y en la mitología, un espacio para escapar del tedio de ser un novato.
Desde que leí la saga en 2002, aquel mundo era más real que el mío. Y, por supuesto, no podía faltar al estreno de la película más grande de todos los tiempos (o eso imaginaba que sería). Y tengo que agradecer a mi hermana que me acompañase a la que para mí ha sido una de las experiencias que más me han marcado en una sala… para bien. Aplausos, lágrimas, gritos de emoción… Puede que fuera la última vez que viese eso en una sala, antes de que los móviles, la falta de educación y otros horrores dignos de un agujero de Mordor destrozasen la experiencia de ir al cine para mí.
El significado de la trilogía
Pero volviendo a aquella época en la que todo parecía ser mejor, El retorno del rey fue el punto álgido de una trilogía imposible creada por Peter Jackson, tan imposible que no podría replicarla años más tarde con la fallida trilogía de El Hobbit. Hoy podríamos ponernos condescendientes y mirarla por encima del hombro argumentando o, mejor dicho, tirando de falacias. Pero Jackson no pudo ni él ni otros artífices del fantástico lograr lo que se logró con esta cinta, aunque muchísimos intentaron replicar la fórmula y les fue imposible. Primero, porque el material de partida era insuperable y, segundo, las condiciones de la época no han vuelto a repetirse.
Hay mucho amor en la realización de la trilogía de El Señor de los Anillos y basta con ver los making of de las versiones extendidas para saber que se aprende más de cine con ellos que con un curso en la escuela de cine. Y es que, sin duda, la trilogía de Jackson se convirtió en la vara de medir el fantástico cinematográfico durante mucho tiempo.
Crítica de El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey: veinte años después de su estreno, ¿qué significó esta película? Share on XEl significado
En la reciente crítica del viajero de la noche Adrián Massanet, se hablaba de cómo todo el mundo parecía empeñado en que El retorno del rey fuese no solo la mejor película de la trilogía, sino también una de las mejores películas de todos los tiempos. De ahí todos los Oscars que se llevó y que puede que, en el fondo, fuese un reconocimiento a todo el esfuerzo de una trilogía que redefinió los cánones del fantástico en la gran pantalla. Hasta entonces, ¿qué ejemplos teníamos tan grandes del fantástico en la gran pantalla? Palidecían en comparación.
Si bien Massanet considera que la película se queda en un simple videojuego (como si el término «videojuego» fuese un término peyorativo), en mi caso sí considero que estamos ante una obra cumbre del fantástico.
La gran saga
Y puede que no sea una película perfecta, pero para mí, sí lo es como espectador, lector y aficionado a Tolkien. Llegó en el instante oportuno, tras una travesía por el desierto de la realidad, como si fuese un cuenco con agua fresca ante nosotros, un público sediento. Ahora pudiera ponerme excesivamente purista y hablar de cómo creo que es la película que pierde más el espíritu del escritor o podría comentar cómo el exceso de algunas secuencias echa a perder algunos instantes, pero puede que solo estuviese atacando la puerta de Gondor con mis puños desnudos, en balde.
(En realidad, cuando salí del cine en 2003, lo único en lo que pensaba era que me hubiera gustado que no se modificase el final de Saruman y hubiésemos tenido toda la subtramas de El saneamiento de la Comarca, donde se nos contaba cómo los hobbits, tras tanta lucha, perdían la Comarca ante Saruman y Gríma, pero luchaban una vez más para recuperarla y curar las heridas. No obstante, recordemos que muchos se quejaban de que el film tenía “muchos finales”…)
El destino de Gollum
El retorno del rey adapta el tercer volumen de El Señor de los Anillos, como todo el mundo sabrá. Es la conclusión, el gran final del viaje. Lo que no todo el mundo sabe es que es mi libro favorito de la saga y el que más he releído y disfrutado: de pronto, todas las piezas encajaban y los caminos separados volvían a reunirse. Puedo verme a mí mismo releyendo pasajes como el de Sam colándose en busca de Frodo, dado por muerto, o temblando ante la destrucción del Anillo.
En el prólogo cinematográfico de una película que ya se sabe grande desde el principio, se recupera la trama de cómo Sméagol encontró en Anillo y cómo se convirtió en Gollum, un momento escalofriante del primer libro de la trilogía y que encaja perfectamente con la conclusión del personaje en esta tercera película; lástima que las interpretaciones y los efectos bajo el agua no estén tan a la altura como deberían. Para mí, esta parte está escrita formidablemente en el libro, siendo un ejemplo perfecto de que Tolkien no era tan maniqueo como señalan algunos; en la película, hay algún momento incluso risible con el primo de Sméagol. Por suerte, al menos no es Los Anillos de Poder.
El viaje de Frodo
Desde ahí, tenemos a un Frodo y un Sam que sufren la última parte del duro viaje hasta el Monte del Destino. Recuerdo el desasosiego de esta parte del libro y Jackson logra trasladarlo bien a la gran pantalla.
El peso del Anillo es cada vez mayor en esta trama y, aunque nunca me creí las caras de váyase a saber el qué que pone Frodo cuando cae bajo la posesión del anillo, creo que Sean Astin se eleva gracias al gran héroe común de El Señor de los Anillos que es Sam Ganyi: el mal de la fantasía de los ’80 y ’90 estuvo en centrarse en los Aragorns y poco en los Sam. Es él quien se reivindica, incluso cuando toda esperanza desaparece, debe enfrentarse a Ella Laraña, a los orcos que capturan a Frodo o al último tramo hacia el Orodruin.
Por el camino, se inventan la trama de Gollum separando a Frodo y Sam, que, aunque facilona, funciona (siempre y cuando se deje la mente abierta…). Menos mal que tenemos todo este segmento, porque al final de Las Dos Torres me preguntaba si se habrían cargado la historia de Ella Laraña, que, en los libros, está al final del segundo volumen. Por suerte, no es así y se mantiene el gran corazón de la saga, que son estos Hobbits que se enfrentan al mal absoluto con la bondad de sus grandes corazones.
Pippin, guardián de Gondor
Y hablando de los Medianos, tras la caída de Isengard, Pippin acabará jugando con el Palantír… Una de las estupideces de aquel Tuk insensato que, al final, es la clave para distraer la mirada de Sauron y llevarla hasta Minas Tirith. En la gran ciudad de Gondor, el Senescal ha caído bajo la influencia de su propio Palantír y es capaz de sacrificar a su hijo Faramir debido al dolor que siente por su hijo predilecto, Boromir, perdido durante el viaje de la Comunidad.
Sobre esta parte, debo decir que toda la entrada en Gondor, con Gandalf y Pippin, se alza gracias a una magnífica música de un Howard Shore deslumbrante, como volverá a serlo cuando se iluminen las Almenaras o cuando seamos testigos de la caída de Faramir, Osgiliath y la llegada de las tropas de Sauron en el que fue (durante mucho tiempo) uno de los grandes asedios de la historia del cine, con las hordas de orcos, salvajes, troles e incluso olifantes dispuestos a arrasar con el último baluarte de los pueblos libres de la Tierra Media.
Incluso la llegada del Rey Brujo de Angmar resulta escalofriante. Recordemos que menos de una década antes, un ejemplo de gran batalla era la que teníamos en la notable El guerrero número trece, pero no llegaba a la impresión homérica de esta.
La carga de los Rohirrim
Y, a todas estas, nuestro otro hobbit, Merry, acabará involucrado también en la batalla al ser nombrado, entre risas, como escudero de Rohan… pero para Merry es algo muy serio, como para Éowyn, uno de mis personajes favoritos de la fantasía. El rey Théoden de Rohan y su sobrino Éomer aceptan a regañadientes ayudar a Gondor, pero no pueden aceptar que Merry o Éowyn participen: ambos son considerados “débiles”, uno por ser un hobbit y otro por ser mujer.
Y es ahí cuando Tolkien se reivindica: primero, porque nos demuestra que el corazón es más fuerte que cualquier otra cosa con Merry y, segundo, porque demuestra todo el valor de Éowyn para desafiar cualquier convicción social, basándose en las guerreras vikingas y su enorme coraje… tanto que da sentido a la profecía de que ningún hombre podría vencer al Rey Brujo de Angmar… Sí, no podrá ningún hombre, pero eso no quiere decir que no pueda ninguna mujer. Seguramente, una de mis escenas favoritas de la trilogía y de todo El Señor de los Anillos.
El retorno del rey
Pero hablando de la Batalla de los Campos del Pelennor o la especular carga de los Rohirrim, sería injusto no hablar del papel que toma Aragorn en este cierre. Es el rey al que hace alusión el título y es aquel que representa un nuevo amanecer en un mundo mancillado. Un aspecto que me gusta del personaje cinematográfico es que tiene dudas, más incluso que su versión del libro. Huye del poder, como lo vimos en La Comunidad del Anillo o Las Dos Torres, escapa de las profecías, de su destino. ¿Por qué? Porque teme caer bajo la corrupción, como sus antepasados.
Sin embargo, los guionistas incluyen a Arwen y su posible caída como impulso para que Elrond confíe en él y Aragorn (un gran Viggo Mortensen) acepte su destino en el Sendero de los Muertos, junto a sus amigos Gimli (lejos del visto en los libros) y Legolas.
Si bien nos quedamos sin los salvajes y los montaraces que aparecen en el libro, que solo sean ellos tres lo hacen más introspectivo, incluso cuando el Ejército de los Muertos se convierte en una bruma verdosa que arregla todo de golpe, para disgusto de algunos fans. Aquí tenemos al Peter Jackson de las películas de terror, que usó The Frighteners como gran ensayo de los muertos que vemos aquí.
El fin de todas las cosas
Como ya decía, uno de los aspectos fuertes de El Retorno del Rey es que, pese a que es una película colosal, mantiene siempre su corazón, incluso cuando a veces se ve desbordada por el exceso. De ahí que todo el tramo final, con Frodo y Sam arrastrándose hasta el Monte del Destino y los héroes uniéndose para ir hasta la Puerta Negra y conseguir más tiempo para los hobbits sea uno de mis momentos favoritos de la Historia del Cine. Porque hay alma, porque hay grandeza y porque hay mucho de Tolkien, aunque Jackson se pierda decapitando a la Boca Negra de Sauron (menos mal que no le dio por traer a Sauron a la lucha final… tal y como llegó a barajar).
Me quedo con el ataque final de Gollum (pese a que no diga su “tessssoro” final del libro), me quedo con Sam demostrando ser un héroe, me quedo con la caída de Frodo, me quedo con la amistad de Legolas y Gimli, me quedo con Merry y Pippin siendo los primeros que corren hacia su destino, me quedo con Gandalf liderando a los héroes en un último asalto y dando su discurso sobre la Otra Orilla, me quedo con las Águilas… y me quedo con ese Aragorn convertido en el único rey que no me produce rechazo. Al fin y al cabo, me quedo con El Señor de los Anillos en estado puro, incluso con todos esos finales, a cada cual más emocionante que el anterior, aunque a algunos les duela.
Conclusiones
Y es que cada vez que veo El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey pienso que parece imposible que volvamos a ver una película así, con tanta alma, pero también con tanto detalle a la hora de construir su propio mundo y adaptar el legado de Tolkien. Si acaso hemos atisbado algo “similar” en series como Juego de Tronos, pero el mundo ha cambiado mucho desde entonces y El Retorno del Rey es testigo de otra época. Una donde se consiguió lo imposible, con unos efectos especiales que apenas han envejecido, una banda sonora magistral, buenas interpretaciones y un guion y una dirección que consiguieron lo que nadie imaginaba: llevarnos hasta la Tierra Media.
Puede que veinte años después, el viaje de El Señor de los Anillos y El retorno del rey haya terminado en la gran pantalla, pero los recuerdos permanecerán para siempre, incluso si nuestro último destino son las Tierras Imperecederas. En nuestra memoria (y en los libros, que son memoria en papel y tinta), siempre nos quedará el sendero de la fantasía abierto por el gran J. R. R. Tolkien. Hasta entonces… Namarië!
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