«The queen… is dead».
«El mundo es un teatro» pregonaba el Teatro del Globo donde autores como William Shakespeare se convirtieron en un mito. Y es indudable que el tópico del theatrum mundi nos acompaña desde entonces. Ya sea en una obra de teatro clásica o en una serie de 2018 como es el caso de Barry.
A partir de una premisa que bien nos recordase al buen del Christopher de Los Soprano, Barry narra como su protagonista, un sicario, acaba metiéndose en un taller de teatro debido a una serie de malentendidos. Ya sea por enamorarse de la aspirante a actriz Sally o por el magnetismo del profesor Gene Cousineau, es en ese momento cuando comprende que quizá pueda cambiar, que quizá no tenga que ser un asesino para siempre y pueda dedicarse al mundo de la interpretación…, aunque sea un actor mediocre.
La sitcom de un asesino
A lo largo de sus cuatro temporadas de ocho capítulos de poco más de treinta minutos, Barry redefinió la sitcom para sumergirse en un humor negro que, llegados a la cuarta temporada, dejó un sabor agridulce en su público. ¿Qué tiene la cuarta temporada de comedia? Poco o nada. Lo notamos incluso en la música: durante las dos primeras temporadas, disfrutábamos del título de Barry junto a una pegadiza melodía en sus breves créditos, a partir de ahí, desaparece y, aunque parezca baladí, es una demostración de cómo toda la historia es un descenso a la locura.
Alec Berg y Bill Hader, sus creadores, toman los clichés de la sitcom estadounidense (duración, formato, personajes…) para sublimarlos y reconvertirlos. Nos libramos de las risas enlatadas, pero no del romance de turno. Nos libramos de los chistes bobos, pero caemos en extrañas casualidades. Y todo ello para generar una sensación incómoda que va volviéndose cada vez mayor. Podemos sonreír en una escena (y cuestionarnos qué tipo de personas somos para hacer eso), pero en la siguiente, podemos sentirnos como si nos hubieran disparado a bocajarro.
Como bien señalan teóricos como Adrián Massanet en su canon de las series, Twin Peaks significó un antes y un después para el panorama de las series televisivas. Y su sombra también se nota en Barry, ya sea por sus personajes excéntricos, sus situaciones que rayan el absurdo o, lo más interesante, el viaje a parajes oníricos ya sea a través de un fundido a negro o un plano secuencia. Y porque es una serie que es más de lo que parece a simple vista.
La grandeza de Hader
Podemos brillar, pero otros pueden eclipsarnos. El cocreador de la serie, Alec Berg, consigue hacer un gran trabajo durante toda la serie, pero cuando hablamos de Barry hablamos sobre todo de un Bill Hader en estado de gracia. Conocido por sus sketches reconvertidos en memes de Saturday Night Live o sus papeles secundarios en películas como Tropic Thunder o Superbad, fue gracias a Barry donde comenzó a reivindicarse como actor dramático.
Más allá de su Ritchie Tozier de la fallida It. Parte 2, Hader demuestra en Barry una capacidad inmensa para mutar desde un ser capaz de sentir hasta una criatura devorada por la rabia que bien nos recuerda a los mejores papeles de un titán como Jack Nicholson. Pero no solo es eso.
Hader además dirige varios capítulos de la serie con un toque propio, ya sea la ausencia de música, el uso del plano secuencia o su maravillosa fotografía, lo que hace que no solo debamos estar atentos a él como actor, sino también como director. Digno de aplauso.
La vida fuera y dentro del teatro
No es Barry una serie sobre un solo personaje, aunque todo orbite en torno a él. También tenemos al egocéntrico Gene Cousineau (Henry Winkler), una representación de cómo el mundo de la interpretación está lleno de narcisistas que se alimentan de la falsedad de los focos. Lo mismo sucede con el personaje de Sally (Sarah Goldberg), que evoluciona rápidamente de una especie de ingenuidad hasta el más profundo de los infiernos.
De un modo similar ocurre con el personaje de NoHo Hank (genial Anthony Carrigan), un mafioso checheno que pasa a ser uno de los personajes más únicos de Barry. No podemos relegar al olvido a un buscavidas como Fuches (Stephen Root), un personaje odioso que acaba alimentando gran parte del caos de esta historia.
«La reina ha muerto»
Y lo interesante es el juego metatextual que plantea la serie.
En cierto capítulo, Barry y Sally deben interpretar la famosa escena en la que Seyton informa a Macbeth de la muerte de la reina. Esa escena da pie al célebre monólogo del «tomorrow and tomorrow». Un Barry completamente roto por sus actos acaba interpretando, entre lágrimas, el papel de Seyton y es entonces cuando la fuerza metarreferencial de la obra se vuelve más ímplicita.
La obra teatral de Shakespeare nos hablaba sobre un guerrero que llegaba al trono matando a todos aquellos que se cruzasen en su camino. Barry, en el fondo, es la historia de un pobre diablo que consigue algo por primera vez en su vida y el camino que emprende solo le lleva a un destino: el de matar a aquellos que se interpongan en su camino con tal de poder conservar su «paz».
La caída de Barry
Puede que Barry no sea perfecta (sus dos últimas temporadas juegan tanto con la verosimilitud que, al final, debemos darle un pase), sin embargo, existe un grado de metacrítica en la obra que nos permite ver cómo la ficción habla sobre la realidad y viceversa. De ahí la importancia de esos últimos minutos, casi como epílogo, que sirven para despedirnos de la obra en todos los sentidos. Igual que demostraba La sombra del vampiro de Elias Merhige, el cine acaba siendo un vampiro que se alimenta de nosotros. En Barry también, en Barry es un asesino capaz de redibujar la realidad y, gracias a ello, podemos seguir… o no.
Como bien señalan algunos, Barry es surrealista en muchos aspectos, pero curiosamente, es capaz de hacerlo realista en ese hilo de casualidades que podría recordarnos a la «suerte» de la que hablaba el Match Point de Woody Allen. En Barry, no nos sorprende que en un sueño se aparezca Jon Hamm o en la realidad haya una niña salvaje que parece la hija de Wolverine. Todo encaja en su rareza.
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Porque ante todo Barry es una ficción dentro de la ficción y esta existe para liberarnos de cualquier atadura. Y es también una historia que, en el fondo, trata de algo tan humano como la capacidad de cambiar o su imposibilidad de llevar dicho cambio a cabo. Cuando Barry emprende ese camino, vemos cómo todo a su alrededor se pone en su contra. De un modo similar, el resto de los personajes, como Fuches, se enfrentan a eso, pero también a otra imposibilidad: la del perdón, como en el caso de Cousineau.
Y, al final, cada uno de los personajes de Barry acaba dándose cuenta de que también son ficción. De que cada día que nos levantamos, nos ponemos una máscara que catalogamos de «yo». De que la vida es un gran escenario y nosotros somos tristes personajes secundarios sin un guion. Y ante eso, solo queda salir a escena hasta que el telón se baje y, con el corazón en la boca, aguardar un aplauso.
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