Partamos de la idea que solo Robert E. Howard, su creador, ha captado la idiosincracia de un personaje tan lleno de fuerza como es Conan el Bárbaro, tan poderoso que ha trascendido a su escritor y se ha convertido en un icono cultural que siempre ha sido malinterpretado (algunas veces, irónicamente, por cultu… culturistas).
La imagen y el alma de Conan
Sí, hemos tenido a notables artistas como John Buscema, Barry Windsor Smith, Frank Frazetta… El primer cómic que pude comprar, con ocho años, fue un retapado de la etapa clásica de Conan en los cómics de Marvel. Recuerdo que esperaba aventuras sin más y me llevé un par de traumas de índole sexual, aderezados con violencia y elefantes extraños que habitaban en torres. Es decir, era perfecto.
Estos artistas habían trasladado al mundo visual el portentoso imaginario del escritor al que sus amigos del Círculo de Lovecraft llamaban Bob Dos Pistolas, un autor trágico. Precisamente por desarrollar su carrera en este entorno de escritores que darían origen al pulp, fue carne de cañón para los pastiches de mayor y, sobre todo, menor calidad a partir del cimmerio. Tuvimos copias en la literatura y acabaríamos teniéndolas también en cómics, series de animación, películas… Sí, sí, películas.
Analizamos Conan el Bárbaro de 1982, película mítica, pero que no logra adaptar el espíritu del personaje creado por Robert E. Howard. Share on XLa adaptación película
Así que era de esperar que en los años ’80, con el auge del fantástico en la gran pantalla, se estrenase una película basada en la obra de Robert E. Howard y producida por -ay- Dino De Laurentiis. Un aspecto crucial es que fue dirigida y escrita por John Milius, célebre por su primera versión del guion de Apocalypse Now, su paranoia con los comunistas de Amanecer Rojo e inspirar al personaje de John Goodman en El gran Lebowski). Esto quiere decir que, en una cena de Navidad, como saques el tema de la política, él quizá saque su rifle.
Cuando pensamos en la peli, pensamos ante todo en un Arnold Schwarzenegger que apenas chapurreaba inglés, pero tenía unos músculos en sus brazos más grandes que tu esperanza de vida. El actor (jeje) lo considera el papel de su vida junto a Terminator. No me extraña.
Pero si algo es recordada, sobre todo, es por la magnífica banda sonora de Basil Poledouris que realza la película como una joya operística cuando menos logra alzar el vuelo. Es más, me atrevería a decir que la gran protagonista de la primera adaptación de Conan al cine es la música del compositor grecoestadounidense.
Mítica, pero ¿olvidable?
Me explico: más allá de los intentos interpretativos de Schwarzenegger (al que casi se lo comen los perros… los animales, no los críticos) y que se hizo amigo de James Earl Jones para que le enseñase a interpretar (y él enseñaba a la voz de Darth Vader a mantenerse en forma… quid pro quo), tenemos a un John Milius (vaya personaje…) que intenta impregnar toda la cinta de sangre, oscuridad y fuego.
Pero donde el film brilla es en su visceralidad, en la potencia de la música de Poledouris (quien creó un sistema para sincronizar la percusión y el montaje de las escenas), que ha pasado ya a ser parte de la historia del séptimo arte, nos guste más o menos la película. Los escenarios, las secuencias, los paisajes (España fue elegida por su “calma” frente a su primera elección: Yugoslavia)… se vuelven más grandiosos cuando la percusión de Milius hace acto de presencia y eso lo logra desde el primer momento, cuando se forja la espada.
El poder de la pálida copia de un bárbaro
Gracias a ello, tenemos aciertos como la escena de la muerte de la madre de Conan, la escena en la que el bárbaro yace con el súcubo (que inspiraría la primera escena del manga de Berserk, por cierto)…, pero también es una película con momentos muy bobos, como ese Conan cuyo plan de infiltración entre los sectarios es… mejor no pensarlo demasiado (que se rompe).
Hoy, además, nos quejamos bastante de las “ideas políticas en las películas”, pero aquí las hay: por un lado, Milius se burla de los hippies con los que se encuentra Conan por el camino (Milius y Vietnam es… otra historia digna de contar) y, por otro lado, tenemos a una gran Valeria a la que muchos consideran si la viesen hoy en la gran pantalla como “woke” (y creo que Milius está en las antípodas de esto).
Malinterpretar a Conan
Sin embargo, todo podría haber sido peor: en el primer guion de Oliver Stone, la historia iba a ser posapocalíptica… ¡Acabáramos! En definitiva, no me gustaría ver una versión de Conan el Bárbaro sin la música de Poledouris.
Pero ¿qué nos queda más allá de la fanfarria? Pese a que se inicie con una frase de Nietzsche y tome elementos de varios de los relatos de Howard, inspirándose también en los mejores dibujantes de la obra (como Frazetta), la película de Conan también es la culpable de que se haya extendido el estereotipo de un bárbaro estúpido y bruto, idea que se realzó con sus secuelas, todos los seudoproductos (muchos de ellos italianos), remakes, series televisivas, juegos de rol e, incluso, parodias como el Cohen el Bárbaro del magnífico Terry Pratchett.
A Conan lo hizo popular la película, pero también lo hizo popular por los motivos menos adecuados. Es más, puede que sea en el terreno del cómic donde más se ha respetado la memoria de Howard cuando se ha escrito a Conan… aunque también tenemos cosas como esos tebeos donde Conan lucha junto a Los Vengadores. Puro pop.
El legado de Robert E. Howard
Pero la gran pregunta no es cuál es el enigma del acero, sino ¿cuál es el espíritu de Conan el Bárbaro? Diría que el espíritu de Robert E. Howard y de quien quiso ser y nunca fue. Hablábamos de un hombre con un concepto de la moral chapado a la antigua, con un valor y un genio que superaba al de muchos de su generación, aficionado al boxeo, las historias y, me temo, a llevar un revólver consigo.
Era también muy contradictorio. Por una parte, hablaba de un Conan capaz de vivir lejos de un hogar que nunca existió y de yacer con cientos de mujeres. En la vida real, Bob, como su amigo Lovecraft, apenas salió de su tierra natal (Texas; Lovecraft de Providence) y su único amor se vería frustrado por una madre dominante. Howard, sin embargo, a través de sus escritos siempre buscó la libertad, la misma libertad que anhelaba Conan, quien consideraba la vida en la naturaleza algo mejor que la auténtica barbarie que representaba la civilización. Cuando su madre enfermó y le confirmaron que no despertaría del coma, se suicidó. Días después, moría su madre.
Conan fue, en el fondo, un eterno buscador. Y es imposible, incluso para la película de Milius, captar toda la fuerza de la narrativa del estadounidense. Seguramente, por Milius y muchos de los pastiches literarios basados en la obra de Howard (aquí podemos repartir con la mano abierta, como Conan a los camellos), la gente vea a Conan como un culturista austríaco que apenas sabe hablar, pero no como el personaje que busca su propio camino en un mundo colosal donde él puede resultar insignificante o simbólico.
Conclusiones
Podríamos, por tanto, hablar de cómo Conan el Bárbaro es una entretenida película de aventuras, uno de los ejemplos del cine fantástico de los ’80. Dio cara a la espada y brujería en el cine y popularizó todavía más al personaje de Howard. Además, obtuvo un notable éxito, pero en ningún caso es el Conan de Robert E. Howard, aunque haya algún diálogo o idea de estos (qué carnicería hacen con El fénix en la espada o La torre del elefante).
Ni tenemos al Conan perspicaz y erudito ni los reinos y espacios únicos de sus aventuras, ni a muchos de sus secundarios (¿dónde te quedaste Belit?) ni mucho menos la filosofía existencialista que planteaba el escritor tejano en sus relatos. Para los que no busquen nada de esto o se conformen con los espadazos de Milius, se verán recompensados. El resto deberá quedarse con la película que se monten en su cabeza cada vez que lean uno de sus cuentos. Y si Crom no nos convence, ¡mandémoslo al infierno!
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