El Rey Arturo es una leyenda que ha alimentado la imaginación de generaciones. La poderosa materia de bretaña forma parte de la literatura universal y la cultura en cualquiera de sus variantes. Pero ¿por qué? ¿Por qué no la hemos olvidado tras siglos? Muchas son las posibles respuestas, una de ellas es que nos habla del auge y la caída del perfecto monarca, de cómo la esperanza puede destruirse, de cómo los altos ideales pueden hundirse. Trata de hechiceros taimados, valientes caballeros, poderosos reinos, dragones…, pero también trata de cada uno de nosotros y cómo el amor, la codicia y la redención forman parte de nuestra propia tragedia de la existencia.
Influencia de un clásico
El director que mejor lo ha captado con una película es el inglés John Boorman en su película más recordada Excalibur, clásico de la fantasía de 1981 que, aunque no se hable lo suficiente de ella, podemos detectar su ADN en la trilogía cinematográfica de El Señor de los Anillos (cuando Jackson no le pillaba planos a Ralph Bakshi se los tomaba a Boorman… Jackson no es tonto), en la serie Juego de Tronos (esas armaduras, esas batallas sucias…) o incluso sus partes casi operísticas en Drácula de Bram Stoker, magnífica obra maestra de Francis Ford Coppola.
Y es que si no dejamos de contar las viejas leyendas es porque estas nos siguen conmoviendo. Pondré el ejemplo que le suelo poner a mis alumnos mientras bostezan y se acuerdan de mis ancestros. Allá va. Si te vas a tu librería favorita (y si no tienes librería favorita, ¿qué haces aquí?) y te fijas en sus estanterías, verás docenas de bestsellers de los que se dice que son obras maestras imperecederas. ¡Ja! Como mucho, sirven para convertirse en pasta de papel y volverse a imprimir.
Nadie te asegura la inmortalidad de una obra, ni siquiera esa crítica sesuda que es para echarle de comer aparte (en un pesebre). Ni siquiera si tiene una frase de Stephen King en el fajín (¿cómo puedes leer tanto, King?). En cambio, hay otras historias que han surcado el tiempo con viento en popa y a toda vela. Algunos levantan la ceja (qué cliché) y se quejan de que son antiguas… ¿Y? ¿Y cuál es el problema? Si siguen contándose es porque han pasado por el que es el mejor “curador” del arte (qué concepto más horrible). Y no, no es el crítico de Babelia ni tu cuñado Eustaquio, sino el TIEMPO.
Crítica de #Excalibur, un clásico del fantástico que debemos reivindicar dentro de un panorama que necesita joyas. Share on XEl poder de la leyenda
Regresando a Excalibur, John Boorman utilizó todas las ideas que rondaban por su cabeza para su adaptación de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien y las llevó a la materia de bretaña dándole una dosis de lo que hoy llamamos grimdark, porque nos gusta poner etiquetas estúpidas. Sí, hablamos de una fantasía más oscura, sangrienta, pasional… ¿No lo ha sido siempre la fantasía? Claro, es que tenemos que hablar de la deconstrucción, el posmodernismo y otras cosas que crean urticaria.
A lo que me refiero con esta idea (sobre el germen de lo legendario, no la urticaria) es que en las leyendas originales siempre hubo sangre y oscuridad, aparte de milagros y valía. Por eso destaco cómo series como Vikings fueron capaces de captar esa euforia por la extrañeza que es tan deudora de las obras más antiguas del ser humano.
Aquí lo vemos con ese prólogo operístico donde Uther pacta con Merlín su trono, que le durará bien poco, mientras que el ladino mestizo de demonio y mujer, el brujo Merlín decide que no perderá de vista al que estará destinado a convertirse en Rey Arturo (lo que se dice marcarse un Obi-Wan Kenobi). Batallas, promesas, juramentos, sangre, sexo, pérdida, tragedia, horror… Tenemos todos los elementos de muchas grandes historias.
Vida y muerte del rey Arturo
Y desde ahí emprendemos la historia de Arturo, desde su descubrimiento de Excalibur hasta su breve entrenamiento con Merlín, pasando por su grandeza cuando se convierte en rey, vence a sus enemigos y crea Camelot y sus caballeros de la Mesa Redonda. Sin embargo, como nos enseñó Ziggy Stardust, todo lo que se alza está destinado a caer y donde un día hubo oropeles y almenas de plata, pronto habrá sombra gracias a la bruja Morgana, hermanastra de Arturo, que buscará la desgracia a través de los rumores sobre el amor de la reina Ginebra y el mejor caballero y amigo de Arturo, Sir Lanzarote.
Desde ese punto, seremos testigos de cómo todos los buenos ideales sucumben ante la sombra y con él la tierra y el propio Arturo, quien, para recuperar los antiguos ideales, encomienda a sus caballeros la misión más difícil de todas: ¿iluminar sus armaduras? No, ir tras el Santo Grial. Será Perceval quien llegue a lo más alto solo para ver las más bajas miserias y comprender cuál es la gran amenaza: el bastardo, fruto del incesto de Arturo y Morgana, Mordred.
Abarcar todo un mito
Con un ritmo que nunca decae, Excalibur está cargada de potentísimas imágenes: desde el árbol de ahorcados que pudo servir de inspiración para aquel que viésemos en Berserk (igual que la armadura de Lanzarote), cayendo a las profundidades de las cavernas del Dragón (entre la fantasía fastuosa de Conan y la Fortaleza de la Soledad de Superman), sin olvidar hermosos paisajes naturales o la capacidad de retratar las batallas y el amor con una capacidad pictórica que encumbran la película como uno de los mayores logros cinematográficos dentro del fantástico, porque sí, es fantástico.
Aunque de vez en cuando surge algún investigador de la reputada Universidad de Váyase a Saber Dónde (la mejor junto a la Universidad Invisible) que afirma que hubo un rey Arturo, un Camelot, una mesa redonda y un caballero dorado querubinesco que daba más mal rollo que otra cosa, el Rey Arturo es una leyenda, es fantasía, es un ideal encarnado. Y no hay nada malo de eso. ¡Los cantares de gesta dieron pie a la novela de caballerías y la novela de caballerías al fantástico! ¿Cuál es el problema? Hoy, que la gente se rompe las vestiduras con el rigor histórico en la ficción (deberían leerse el epílogo de From Hell, que trata precisamente sobre eso…), es loable que John Boorman se quedase con lo interesante: el mito. Mucho mejor que paridas varias como El Rey Arturo de Clive Owen (ay) o tontadas como el de Guy Ritchie (¿qué estás haciendo con tu carrera, Guy?). Puede que la otra gran película sobre el mito artúrico (o, al menos, de uno de sus guerreros) sea El Caballero Verde.
La potencia visual de una leyenda
Para alcanzar su meta, la fuerza del relato de Excalibur está cimentada también en una puesta en escena magnífica, con una fotografía y un uso de la música (ese Carmina Burana) que realzan cada momento, incluso cuando el sol rojo marca el final de todas las historias.
A este apartado se agrega que todos los entornos naturales consiguen trasladarnos a la magia de esos relatos clásicos que nos siguen cautivando. Y para ser 1981, los efectos especiales cumplen gratamente, al igual que las batallas, que incluso superan a algunas posteriores, como las de El guerrero número trece.
Es interesante ver cómo el panorama cinematográfico y televisivo han evolucionado desde 1981, desde las elipsis de las batallas de Roma hasta la Batalla de los Bastardos de Juego de Tronos; no obstante, había ya ejemplos de grandes momentos en filmes como Excalibur. Como suele ocurrirme además con estas películas, me suele fascinar cómo rodaron con armaduras, caballos y armas en terrenos inhóspitos. Era otra época, una donde si un caballo mataba de la coz a un actor, parecía que no pasaba nada.
Héroes caídos
Hablaba hace un par de párrafos más arriba del ritmo y mi único problema con la película es uno que podríamos considerar baladí, pero está relacionado con él: Excalibur no se me ha hecho larga (por los dioses, no tengo la atención de un adolescente con las facultades mermadas por TikTok), sino todo lo contrario: no me hubiera importado ver una versión extendida, ya que en su duración condensa toda la vida de Arturo y hubiera sido interesante profundizar más en algunos puntos como la niñez de Arturo, su entrenamiento, el encuentro con sus caballeros, su amistad con Lanzarote… Es más, ojalá se hiciese alguna buena serie con esta trama, pero me temo que en 1981 estábamos bastante lejos de eso, tendría que llegar Juego de Tronos treinta años después para cambiarlo. A ver si algún buen creador toma el guante.
No obstante, si bien el guion es raudo, también consigue trasladarnos una atmósfera legendaria con diálogos que, aunque sean imposibles en nuestra realidad, sí lo son en la realidad de la ficción. Huye de esos gurús que te digan que los diálogos deben ser creíbles… Deben ser creíbles con su realidad. Y aquí funcionan maravillosamente, incluso cuando más engalanados resultan. Este tema funciona porque funciona el trabajo de un reparto con intérpretes como Nigel Terry, Nicholas Clay, Paul Geoffrey… y rostros muy conocidos en la actualidad, como Helen Mirren, Gabriel Byrne, Patrick Stewart, Liam Neeson o Ciáran Hinds…
Aunque el que se roba cada escena con su brujo Merlín (con permiso de la imponente Morgana de Mirren) es el magnífico Nicol Williamson, que responde a esa idea del hechicero que lo sabe todo, que habla con enigmas y que, aún así, erra… porque ¿erra? Sobre Williamson se ha escrito mucho. Baste decir que los productores le pidieron a Boorman una única condición: que no eligiese a Williamson como Merlín debido al carácter altivo y hasta cierto punto pendenciero de Williamson. Por supuesto, Boorman lo eligió. Y el resto es… historia.
Conclusión
Así, con el Carmina Burana y planos inolvidables, John Boorman escribió su nombre con plata y oro en el sitial del fantástico en 1981 y lo hizo al tomar de nuevo el papel del juglar y contar de nuevo la leyenda del Rey Arturo.
Su Excalibur, con muchos de los elementos que tradicionalmente asociamos con el personaje, y lejos de convertirse en una letanía, nos redescubrió que nos fascinaba del monarca que representó el auge y la caída de la esperanza, pero también la redención más allá de un océano que no sabemos adónde nos conduce (quizá a Avalón, quizá a las Tierras Imperecederas). Es una metáfora perfecta de la vida y muerte de cada uno de nosotros. Todos nos alzamos para caer, ¿no? ¿Quién sabe?
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