Una cuestión que me gusta de leer y releer los clásicos es darme cuenta del diálogo que se entabla entre las obras más insospechadas. Es el caso de Madame Bovary de Gustave Flaubert y Las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes. Dos obras fundamentales y universales que tratan, en cierto modo, del mismo tema: cómo los libros pueden marcar nuestra existencia.
Si bien el Quijote aprovecha su «locura» para darle un nuevo sentido al mundo a través de las novelas de caballería, Emma Bovary lo que hallará es una forma de sufrimiento y de hastío eterno por jamás poder vivir una de esas historias románticas que lee en las novelas que devora. Es interesante ver, por tanto, cómo ambas concepciones de la misma idea se contraponen desde puntos de vista muy diferentes. Y así la literatura sigue poseyendo su magia.
La condena de los libros
En el caso de Gustave Flaubert podemos hablar sobre cómo retrata a la perfección el hastío vital. Siempre nos preguntaremos si él veía a Emma desde la misoginia que muchos estudiosos han aplicado a la hora de analizarla. El síndrome Bovary, de esa mujer inconformista que se deja llevar por sus fantasías, en el fondo es un modo de negar algo tan humano como es la búsqueda de la felicidad, una felicidad que, quizá como atisbaron autores como Sartre o Camus, no existe.
Otro punto interesante de los clásicos es que podemos reinterpretarlos desde nuestra perspectiva actual. Estoy en contra de que censuren obras como Lolita de Vladimir Nabokov, porque pienso que se elimina una oportunidad para el debate y la discusión.
Citar a Nabokov no es baladí, él mismo reconoció la fuerza de la prosa de Madame Bovary en la literatura, pero regresando a su célebre novela, lo interesante de Lolita es que ahora la podemos descifrar de otra manera. Es una historia de terror, no una historia de amor, como se vende en su sinopsis, por ejemplo. Y podemos usarla para debatir por qué la RAE tiene la definición que tiene del término «lolita» en su versión impresa y web (cuanto menos, cuestionable).
Lo mismo ocurre con Madame Bovary. Más allá de porque la Iglesia fuera quien la prohibiera, porque es un título que genera debate siglos después de su publicación. Lejos de verla como un personaje superficial, siempre que vuelvo a ella veo a una mujer que intenta aferrarse a la vida y encontrar algo que merezca la pena. Y puede que halle algún chispazo de felicidad en algún momento… pero ese chispazo pronto se extingue. Ama amar, pero es incapaz de permanecer ciega de amor por mucho tiempo. Una vez logra su deseo, se da cuenta de que no es como en las novelas. En la realidad, los romances no son como los de las novelas góticas o folletinescas (aunque la propia Madame Bovary fue publicada por entregas en 1856). En la realidad, se impone el día a día y el hastío, la desmitificación pura y dura. ¿Y cómo podríamos ser incapaces de sentir compasión por ella?
¿Sigue vigente una novela como #MadameBovary en pleno siglo XXI? Share on X¿Quién es Madame Bovary?
Del mismo modo, podemos preguntarnos si la visión de Flaubert sobre su personaje es «justa». No tiene que serla. Todo narrador es una ficción al fin y al cabo, pero la novela es Madame Bovary. El personaje de Emma no se libera del apellido de su esposo. La novela empieza por la vida de su marido, el aburrido Charles Bovary (en mi edición, gracias a la extraña tradición de traducir a los clásicos, Carlos), no por Emma. Y aún así tenemos una de los mejores personajes femeninos de la ficción que lejos de ser un fantasma etéreo, nos parece más humana que muchas personas que conocemos. Pero lo bueno es que sigue generando debate en cuanto a su creación y significado.
Del mismo modo podemos repensar en cómo una sociedad machista reduce a la mujer a las labores de la casa y poco más. El hastío de Emma es el hastío de cualquier mujer que se da cuenta que, al nacer, tiene el camino ya marcado. Es el problema que no tiene nombre del que hablaba Betty Friedan. Después de su paso por el convento, donde encuentra las novelas románticas, halla en estas una vía de escape. Y sí, como defendía Tolkien, no hay nada malo en el escapismo literario. Pero Emma confía en encontrar lo que en realidad nunca ha existido. ¿Y no lo hacemos todos nosotros en algún momento de nuestra miserable existencia?
El talento de la prosa
El talento de Flaubert nos lleva a que detectemos cómo su pluma ha marcado a gran parte de los autores de lengua francesa. Desde los buenos ya clásicos (Proust) hasta los horribles modernos (Foenkinos), pero nos quedamos con lo mejor de su obra y cómo era capaz de captar la realidad de modo milimétrico.
Cada descripción que hace de un lugar, un gesto o un personaje (con grandes dosis de poesía) hace que su narrador, lejos del paternalismo, parezca un dios que, a través de una serie de pocos toques de color, es capaz de crear un gran cuadro y hacernos pensar que conoce a estos personajes desde su nacimiento hasta su muerte.
Autores del Realismo y el Naturalismo harían de esta característica su carta de presentación (aunque algunos citan a Madame Bovary como parte de un Romanticismo tardío), igual que su planteamiento de la psicología de los personajes imponía la realidad como una fuente desmitificadora de las creencias de los propios personajes y de los propios lectores. Así, Flaubert crea personajes tridimensionales.
Conclusiones
El mayor problema de Madame Bovary es precisamente que siento que con menos páginas y divagaciones, hubiera sido mejor. En ciertos aspectos, aunque podamos ver a Bovary como un transunto de la propia Francia, me temo que Flaubert comienza a hablar de política, moral y religión y se olvida del auténtico drama de su historia. A veces, la literatura (y el arte en general) parece un test de Rorschach donde cualquier loco ve lo que quiere ver.
Como todos los clásicos, Madame Bovary ha tenido varias adaptaciones (películas, series e incluso cómics), pero lo interesante, más allá del fondo, también es la forma y el diálogo que entabla su historia con obras pasadas y futuras. Hoy, que la novela romántica vive un gran auge (¿alguna vez ha dejado de vivirlo?), es interesante tener también una obra desmitificadora como esta, igual que la fantasía necesita de El Quijote, el western de Meridiano de sangre o los superhéroes de Watchmen.
Porque todos somos letraheridos como Madame Bovary, obra y personaje dañado por el propio formato del folletín. Por eso, los amantes de la lectura volvemos a los clásicos, les buscamos nuevos significados y hallamos nuevas interpretaciones a favor o en contra de la nuestra. Nos enriquecemos lejos de la vulgaridad de pedir la censura o la prohibición. Y así podemos seguir participando dentro del arte y vislumbrar las verdades que autores como Flaubert nos revelaron a través de ficciones. Y como Emma Bovary, caemos una vez más en la telaraña.
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