La estrella oscura de H. R. Giger

 

La obra de H. R. Giger, aparecida en las obras como Necronomicon, marcaron la trayectoria del artista. Fuente.

Eros y Tánatos. Todo se resume a su dualidad y su unión: el nacimiento, la vida, el amor, la muerte. Nacemos entre lágrimas y dolor, nos marchamos con más lágrimas y dolor. La risa y el llanto son efímeros. El futuro y la máquina son solo dos formas que se fusionan en nuestra existencia. Lejos de contraponerse, todos estos conceptos se enlazan entre el erotismo y la pesadilla. Nuestra existencia es una simple chispa entre oscuridades y H. R. Giger vivió cautivo de todas las sombras.

La obra de Giger fue recopilada en varios libros que, desgraciadamente, ahora se encuentran descatalogados. Este contó con introducción del escritor Clive Barker, padre de Hellraiser y los Libros de Sangre. Fuente.

A lo largo de su vida, Giger exploró la fina línea entre el miedo, la máquina y el deseo, como vemos en sus cuadros y en sus ilustraciones recogidas en el Necronomicón I y II, entre otros apasionantes trabajos. Es innegable la influencia de surrealistas como Dalí en su obra y de escritores como H. P. Lovecraft (cuyas obras ocupaban estanterías en la casa de Giger), pero también concibió la unión de la carne, la máquina, el sexo y la muerte que marcarían a los autores de la nueva carne como Clive Barker o David Cronenberg. Convertido en una celebridad gracias a los diseños que realizó para la película Alien, el octavo pasajero de Ridley Scott, la carrera de Giger siempre exploró las sombras de un surrealismo tardío en el que cada obra suponía para su autor enfrentarse al terror y exteriorizarlo a través de su arte. En su camino, nos dejó curiosidades, como bocetos para la versión de Dune de Jodorowsky o un batmóvil que no fue utilizado en las películas, simples sombras menores de aquella perpetua reina alien que cautivó a millones de espectadores. 

El documental Dark Star, dirigido por Belinda Sallin, acompaña a Giger en sus últimos días, recorre su casa (que bien podría ser un espacio de su mente), indaga en su taller (acaso un transúnto de su vida), nos presenta su forma de ser, la enfermedad, la culpa por la muerte de su primera compañera y modelo Li Tobler (quien se suicidó en ese hogar) y explora su obra y cómo la muerte marcó su visión del mundo desde que recibió de pequeño una calavera como regalo. Es un documental lento, que se toma su tiempo para presentarnos una casa que representa la propia mente del artista suizo, y que puede servir de base para otros estudios más o menos simbólicos, más o menos convencionales, pero que, sin duda, ya no contarán con el propio Giger, fallecido en 2014. 

Póster del documental Dark Star sobre la vida de H. R. Giger. Fuente.

Reservado, al borde de la muerte, deambulando como un fantasma que todavía no lo es, Giger recorre su hogar en varias escenas donde vislumbra su jardín lleno de los miedos que intentó superar, mientras le sigue su gato y el recuerdo de toda una obra artística que no volverá a repetirse. Es gracias a sus esculturas, sus pinturas con aerógrafo y sus bocetos cómo vemos que supera un dolor que lo había reducido a una sombra de quien fue en sus últimos días.

Poseedor de un castillo que reconvirtió en un museo y de un bar donde se plasmaban sus visiones (igual que en su propio hogar), Giger era capaz de recrear en nuestro mundo aquel que tenía en su interior.

La última declaración del documental, donde dice no arrepentirse de la vida que ha vivido, y su despedida de un almuerzo con sus seres queridos, es el adiós de Giger al documental, pero también a la vida y la carrera de un autor único que supo como ningún otro plasmar su propia visión del mundo, fascinante y que va más allá de palabras como etéreo o tétrico. Es Giger.


 

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