“Comedias
con altas dosis en humor negro que mezclan drama, con montaje creativo, guiones
trabajados, historias que nos podrían pasar a cualquiera, la vestimenta
“moderna”, aparente bajo presupuesto y bandas sonoras con temazos de los ´70,
´80…”.
Esa
podría ser la definición que tiene un amigo mío sobre las comedias “indies” de
los últimos años, o como él prefiere llamarlo: “historias buenrrollistas” y
donde entrarían las películas que le encantan a él y a otro colega (gracias a
los cuales he dado una oportunidad a este casi subgénero) con títulos como 500
días juntos, Las ventajas de ser un marginado, 50 / 50, Ruby Sparks o
la que nos toca comentar ahora Una historia casi divertida.
La
historia, que adapta la novela de Ned Vizzini, comienza con Craig (Keir
Gilchrist), un chaval que se está planteando el suicidio y decide que, antes de
hacerlo (y que sus padres le echen una bronca por tirarse de un puente sin
asegurarse de que su bicicleta nueva no se estropee), debe ser internado en un
psiquiátrico. Allí conocerá a una versión más ligera, pero igual de dura, de
los pacientes de Alguien voló sobre el nido del cuco. Entre los pacientes que
aparecen y le cambiarán la vida: el extraño Bobby (Zach Galifianakis) y la
joven con tendencias suicidas Noelle (Emma Roberts).
Si
bien la trama deriva en una historia algo sabida, donde la dirección de los
también guionistas Anna Boden y Ryan Fleck tampoco da mucho de sí, al menos se
apuesta por tocar esta temática en la gran pantalla aunque sea algo edulcorada.
Uno llega a pensar que a Craig le podría haber llegado a pasar lo mismo en un
campamento de verano: el monitor raro, la chica rara guapa, el amigo imbécil,
el primer e inmerecido amor… Pero al menos el escenario es diferente.
La
gracia está en ver a un Zach Galifianakis que demuestra que, pese a que no se
cambie demasiado de ropa o siempre luzca esa barba enmarañada, es capaz de
pasar del registro de la comedia al del drama con una facilidad asombrosa.
Galifianakis es, sin duda, lo mejor del cóctel de esta película que ha pasado
algo desapercibida. Por su parte, Emma Roberts tampoco lo hace mal en la que
puede que sea su película más acertada hasta la fecha, gracias a ese papel de
una frágil suicida. Mientras, el protagonista Gilchrist no está mal, aunque
quizás esté algo rígido en casi todo el film incluso cuando uno le suplica que
le suelte una hostia al colega cabroncete que se ha liado con la chica que le
gustaba de toda la vida (interpretada por Zoë Kravitz). Cosas del espectador.
Seguramente,
la mejor escena sea ese tributo despendolado al Under Pressure de Queen y
David Bowie, cuando el protagonista, Galifianakis y compañía, de pronto, se
convierten en estos héroes musicales y cantan esta gran y pegadiza canción en
un momento imaginativo, que reivindica la música de verdad (fastídiate, Vanilla
Ice). Otra buena escena es también musical, cuando suena la versión en piano de
Where
is my mind? de Los Pixies, el grupo favorito de Noelle.
Una
historia casi divertida o como la queramos llamar (irónicamente,
esa vocecilla que lee los títulos en las versiones españolas, la llama “una
historia diferente” o algo similar, pero no el nombre exacto) se queda vagando
entre el terreno de “damos un paso el más” y el de “nos quedaos en ciertos
clichés en una trama que pide otra cosa”. Pese a que se hace larga en algún
punto, no deja de ser una película entretenida con la que pasar un buen rato.
Eso
sí, Una
historia casi divertida nos hace reflexionar sobre esa adolescencia por
la que todos pasamos y ese Under pressure que tuvimos que
cantar alguna vez en nuestra cabecita para que el mundo no se tambalease,
cayese y nos aplastase. Solo por eso, merece la pena.
SPOILER
Puede que el gran problema de la película sea que todo termina demasiado bien.
Al menos, se da esperanza sobre un tema tan duro como las enfermedades
psicológicas. FIN DEL SPOILER.
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