El
cine es una criatura creada por los seres humanos, como sus mayores virtudes o
monstruos. El séptimo arte nos consume a todos durante un instante o el resto
de nuestras vidas, pocos escapan y tampoco agradecen la vida por haberlo hecho.
Los fotogramas hacen que muchos se conviertan a él o mueran por él. El cine es
un auténtico vampiro.
Algo
parecido tuvieron que pensar el director E. Elias Merhige y el guionista Steven
Hatz al realizar La sombra del vampiro, un homenaje al Nosferatu de Murnau. La
obra sostiene que el director expresionista alemán (encarnado por un John
Malkovich desatado) “utilizó” a un vampiro de verdad para crear a su vampiro
(Willem Dafoe encarna a Schreck, de una forma tan excéntrica como llamativa,
una figura trágica, haciendo apología del método Stanislavsky).
Lejos
de ser una película de terror, La sombra del vampiro se convierte
en una especie de guiño al cine clásico y uno de sus mayores referentes, a la
vez que presenta ese misterio y ese personaje extravagante con forma de
vampiro. No es raro que uno llegue a pensar que esta película, un drama con
alguna dosis de terror y bastante hilarante, sea la comedia “oscurilla” que
intentó Tim Burton con su más que olvidable Dark Shadows.
La
sombra del vampiro se hace corta, con sus aciertos y
detalles (esa locomotora llamada Caronte, que cruza “la laguna Estigia” con las
“víctimas”); para bien y para mal. Todo transcurre bastante rápido, el tiempo
pasa volando y, de pronto, tiene lugar ese final que significa simbólicamente
tantas cosas: el director sacrifica todo en pos del arte, de la hermosura del
séptimo arte, esa monstruosa criatura.
Tal
vez la falta de desarrollo (tiene una gran idea) o un par más de mejores
escenas realizadas por el director de la siniestra y experimental Begotten,
hubieran hecho que el resultado de La sombra del vampiro fuese mejor
que solo una idea curiosa más o menos bien ejecutada… Y lo es si se compara con
otras películas recientes de vampiros, como la decadente saga Crepúsculo
(si es que realmente son vampiros) o subproductos varios.
La
sombra del vampiro, aún así, demuestra que durante sus 98
minutos somos alimento del más siniestro chupasangre: el séptimo arte. Tiene su
mérito.
Corten
y a positivar.
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