Imagen libre de derechos. |
Al principio, la sensación era dolorosa, ¿para qué mentiros?
Un corte profundo que tocaba la carne, las arterias y el hueso.
Después, el sangrado fue tan abundante que ya no sentía el dolor al introducir otros seis tubos por diferentes partes de su cuerpo.
El procedimiento era, en realidad, sencillo, como la mayoría de las cosas que hacen auténtico daño. Era el siguiente: empezabas haciendo una incisión con el cuchillo, profunda, cada vez más; después de que la sangre saliese a borbotones, continuabas con el pequeño tubo de plástico. Entonces, introducías ese tubo en la herida hasta que era demasiado sufrimiento. Por último, enciendes la máquina, que empieza a palpitar, bombeando sangre y más sangre. ¡Galones y galones de sangre! Así de fácil.
Ahora ¡sí!
¡Nadie volvería a decirlo!
Que cerrasen sus bocazas, mordiesen sus lenguas y se ahogasen con la bilis y el veneno que recorría sus venas.
Nunca más podrían decirlo.
Ahora sí.
Todo había cambiado para mí, aquella persona tan tranquila, tan insulsa, incapaz de sentir…
¡Ahora sí tenía sangre en las venas!
Cuando reventé por todo lo que me dio la máquina, hubo más sangre a parte de en mis venas.
La hubo por todos lados, ¿para qué mentiros?
23-03-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes comentar mediante nick, anónimamente o con tu cuenta de correo o similar. No almacenamos ninguna información.
¡Muchas gracias por tu comentario!