Asilo Arkham: Locura es un cómic bastante personal de Sam Kieth, artista que nos interna en una galería de terrores y miedos alrededor de los villanos de Gotham. Fuente. |
«Si pasas aquí el tiempo suficiente, casi puedes notar lo que ocurre en las habitaciones que te rodean. La humedad sobre ti. El olor a miedo de los guardas debajo. La oscuridad y las náuseas de las enfermeras. La obcecación de los médicos. A veces me siento como si fuera el único que lo mantiene todo unido. Yo centro sus miedos. Doy motivo a su obcecación. Sabía que ese reloj funcionaba mal antes que cualquiera de este lugar. Podía sentir los engranajes girando, sabía que sangraba».
La llamada paradoja de Epicuro cuestiona la omnisciencia y la omnipotencia de Dios. Si Dios no sabe de la existencia del mal, no es omnisciente; si sabe de su existencia y no acaba con él, no puede ser omnipotente. Si Dios no quiere acabar con el mal, no es bueno. Si existe el mal para probarnos, no puede ser omnisciente porque sabría lo que va a pasar y no debería probarnos. Si es omnisciente, bondadoso y omnipotente, ya habría destruido al mal representado por el diablo. Si Él creó el universo y no pudo crearlo sin el mal, no es omnipotente.
Este dilema filosófico podría encarnarse también en la figura de Batman. Los superhéroes, al fin y al cabo, no dejan de ser los dioses modernos, por herético que suene. ¿Por qué los villanos de Batman siempre acaban encerrados en Arkham, de donde volverán a escapar, causando más víctimas y maldad? Batman está encerrado en la narrativa interminable del cómic, en sus promesas de no acabar siendo como los monstruos, a riesgo de convertirse en uno.
En el cómic Arkham: Locura de Sam Kieth se capta el horror del Asilo Arkham, el reino de la locura. Arkham es un agujero negro donde las personas de a pie (enfermeros, psiquiatras, doctores, celadores) tienen que enfrentarse a la perversidad de la locura. Y en entre la niebla, flota la pregunta: ¿los villanos dementes de Batman lo son por Batman o Batman lo es por ellos? Gotham no deja de ser el microscosmos perfecto para este estudio sobre la oscuridad.
El dibujo de Sam Kieth encaja perfectamente con esta profundización en la locura y su significado que es este cómic. Fuente. |
Una casa seria en una tierra seria
En 1989, el guionista Grant Morrison contó con el artista Dave McKean para contarnos la historia del Arkham Asylum. Fue un cómic que nos transportó a una atmósfera pesadillesca que reformuló ese emblemático enclave que bebía de los nombres lovecraftianos y nos entregaba toda una espeluznante historia que sigue siendo considerada como una de las mejores historias de Batman por todos aquellos que saben apreciar las dobles lecturas de Morrison y, sobre todo, el magnífico trabajo de Dave McKean.
Locura de Sam Kieth bebe mucho de la historia de Morrison y McKean, tanto en una historia que nos transporta a un día y una noche en el manicomio, hasta formalmente, con un Kieth que usa técnicas como el dibujo, el retoque por ordenador, el collage… para crear la ambientación aberrante de este cómic que genera una sensación malsana y terrorífica al lector.
En Locura se nos cuenta la historia de Sabine, una enfermera que, como el protagonista de La mujer de negro, debe enfrentarse al terror cada día para tener un sueldo con el que mantener a su esposo y su hijo. Sabine trabaja en el Hospital Psiquiátrico de Arkham, en el que acaban los supervillanos de Batman, y donde se pone a prueba la cordura de todos los presentes, tanto los enfermos como sus custodios. Y llega un momento en que el reloj de la sala principal empieza a sangrar…
Harley Quinn, por Sam Kieth: toda una demostración de que la locura es como la gravedad, solo hace falta un pequeño empujón... Fuente. |
Perturbador viaje a la locura
Oscar Wilde escribió que uno de los objetivos del artista era crear un estado anímico determinado en el lector a través de su obra. En el caso de Locura, ese estado anímico es el que se produciría cuando nos internaos en una pesadilla que nos atrapa con unas gélidas garras que nos desangran con cada nueva página por medio de una sensación terrorífica.
Sam Kieth es conocido por ser el cocreador de The Sandman junto al guionista Neil Gaiman y Mike Dringenberg, y por haber abandonado la serie tras dibujar los cinco primeros números y sentir que el proyecto no iba por donde él quería. Pese a que se fue antes del número de 24 horas, hay mucho de la locura y la perversidad de ese número en Locura: la historia narrada desde el punto de vista de los secundarios, el paso del tiempo, la atmósfera tenebrosa y angustiosa, la opresión cada vez mayor…
Kieth reconoce en el texto que sirve de epílogo que no se
sintió satisfecho con el resultado del apartado gráfico final, que repitió
varias veces viñetas y páginas hasta que sintió que se volvía peor dibujante y
peor persona, y que la idea tenebrosa del Joker germinaba en él mismo. Y
decidió parar. El propio lector aprecia con acierto las mejores viñetas (donde
se conjuga el estilo experimental que buscaba Kieth con la historia que estaba
narrando), aunque también hay momentos donde esta lectura oscuramente
surrealista del autor es más endeble. Pese a ello, si el objetivo del artista es lograr un
sentimiento determinado, Kieth lo consigue y lo hace mediante una potente
atmósfera equivalente a los horrores de Elias Merhinge y otros artistas de lo
oscuro. Puede, no obstante, que falle a la hora de desarrollar un final más potente para una historia que al final es tan simplista como un mero comentario a vuelapluma, cuando podría precisamente desgarrar al lector con una última reflexión sobre la locura y la maldad humana.
Locura, como tantas otras obras relacionadas con Batman (donde este ni aparece), se convierte en una perversa galería por la maldad humana. En ella vemos a Killer Croc, Dos Caras, Harley Quinn, Manbat, Hiedra Venenosa, el Espantapájaros… Todos ellos convertidos en monstruos dignos de un relato de Clive Barker. El Joker es su rey, ya sea haciendo que algunos coman cristales o manipulando a otros, ya sea mirando al vacío o haciendo que Sabine tenga que renunciar a su vida por aquello a los que ama en una espiral decadente de maldad. Cada uno de los monstruos representa el poderoso significado de la perversidad. Son una metáfora siniestra, donde la colección de artefactos de broma se transforma en un golpe más: el jabón que sangra, la pierna amputada que parece demasiado real, la bañera con un nombre que significa algo para el Joker (y uno de sus múltiples y poco fiables orígenes)… Pequeñas piezas que articulan toda una obra sobre el terror que llega a su culmen cuando la historia se interna en el turno de noche del manicomio y el Joker se convierte en todo el espíritu de Arkham.
Como muchos lectores sabrán, hay una gran multitud de leyendas sobre el fundador del psiquiátrico, Amadeus Arkham, que acabó perdiendo la razón y en muchos cómics se habla de su fantasma atormentando a los presentes, pero en Locura es el propio Joker quien toma las riendas del lugar. Él es Arkham y Arkham es él. Lejos de las miradas románticas de algunos espectadores que no entendieron las películas de Christopher Nolan o Todd Phillips, o del tono demente de la reciente Harleen de Stjepan Šejić, el Joker es un monstruo, pero un monstruo que resulta terriblemente inquietante, porque representa nuestro lado oscuro. La obra acaba alcanzando una idea fugaz, que, aunque no culmina, queda en los lectores: ¿necesita el ser humano expresar su locura? ¿Y qué ocurriría si no es capaz de parar esa riada de maldad? El Joker, en definitiva, es un virus, una idea que contamina a todo aquel que toca y pervive en su mente, ya sea como el miedo, el deseo, un secreto o una locura esperando nacer como un tumor en lo más profundo de nuestra alma. Puede que por eso, Batman no sea ni omnipotente ni omnisciente, porque todos necesitamos alguien que centre nuestros miedos y nuestra obcecación, puede que la vida y la muerte necesiten un Joker.
Decía el escritor Peter Hoeg que creemos que existe un límite en el terror. Solo es así hasta nos encontramos con lo desconocido. Es ahí donde nos damos cuento de que el terror es infinito. Locura de Sam Kieth es una dosis de maldad en nuestras venas. Y mientras, el reloj sigue sangrando…
«Al alejarse en el coche, puedo sentir que se lleva una parte de mí con ella. Todos lo hacen. Cuando las cosas se ponen feas, puedes limpiar las paredes, llevar la bañera ensangrentada a campo abierto, fregar, limpiar y depurar, reconstruir, esterilizarlo todo febrilmente… Puedes quitar toda la mugre. O intentarlo. Siempre lo intentan. Pero sigo ahí, dentro de ellos. Diluyendo sus sueños, sus pesadillas y sus esperanzas, con cada minuto del día. No solo es el horror del manicomio, es un derramamiento de sangre muy personal y ordinario. Es a lo que se resignan. A lo que se abandonan. Y por quién lo hacen. […] Siempre me pertenecerá. Siempre pertenecerá al Asilo Arkham».
Portada de la reciente edición de ECC de Asilo Arkham: Locura de Sam Kieth. Fuente. |
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