Chernóbil (Chernobyl): el precio de una verdad

«Cada mentira que contamos, es una deuda con la verdad».
¿Cuál es el precio de la verdad? ¿Y el de una mentira? Chernóbil (Chernobyl) propone varias veces estas preguntas a lo largo de sus cinco capítulos en la que puede ser una de las series más importantes de la década. Retratando las últimas horas del reactor cuatro de la central nuclear antes de su fatídico accidente y las consecuencias de esta catástrofe ocurrida el 26 de abril de 1986, Chernobyl capta perfectamente la desolación, el peligro, el horror y una tragedia.
Bien puede acercarse en algunos puntos al género apocalíptico (si existe tal género), pero es una historia real, con todo lo que supone. El peor accidente nuclear de la Historia, junto a Fukushima, es la premisa, el arranque, para explorar qué es el ser humano y cómo se enfrenta a la muerte. Y, vista con perspectiva, fue una preparación para el trabajo que Craig Mazin realizaría años más tarde en The Last of Us, adaptación del popular videojuego. Pero volvamos ahora a aquella fatídica noche de 1986.

Un augurio del fin

Después de la decepción casi generalizada que supuso la última temporada de Juego de Tronos (tal vez, incluso para George R. R. Martin, si es que su decepción puede ser superior al éxito que ha logrado su saga gracias también a la serie), HBO consiguió rezalcirse con una producción que ha superado todas las expectativas gracias a la seriedad y el tono elegíaco con el que se reconstruye la tragedia de Chernóbil.
Acercándose al tono de réquiem de Voces de Chernóbil, la obra de la nobel Svetlana Alexiévich (llevada al cine con formato de documental en 2016), la serie nos cuenta una historia lúgubre donde resuena constantemente la fatalidad del memento mori. El creador de la serie, Craig Mazin, aplica a sus guiones unas capas de solemnidad que tampoco eliminan los sentimientos, pero no explotan la tragedia en su morbosidad. Vemos las reacciones de las personas y sabemos de la gravedad de lo que sucede, pero hay elegancia en la puesta en escena, por ejemplo, de la evacuación, aunque no se omita la dureza de escenas como la caza de animales afectados por la radiactividad.
Reseña-serie-Chernóbil
Una de las escenas más terroríficas de Chernóbil.

La vida de los muertos

El nivel de las actuaciones es perfecto, con un enorme Jared Harris como Valery Legasov, un hombre hundido por el peso de la verdad y la responsabilidad. No solo es creíble en las escenas más dramáticas, sino también cuando explica cada uno de los aspectos del funcionamiento de un reactor nuclear y la catástrofe sucedida en la central nuclear.
Además, un creíble y casi irreconocible Stellan Skarsgård le acompaña como Boris Shcherbina, un hombre del gobierno que pronto comprende cómo la catástrofe puede no haber terminado con el incendio, sino con las consecuencias que vendrán después.
Al nivel de los principales damnificados, tenemos la historia de Lyudmilla Ignatenko y su esposo, un bombero afectado por la radiación, en una historia arrancada de las páginas de la obra de Alexiévich y del documental Ljudmilas Röst.
Otro personaje femenino es el que encarna Emily Watson con la científica Ulana Khomyuk, creada para la serie. No obstante, cualquier intérprete de la serie está a un grandísimo nivel, incluso los que retratan la inutilidad de las cúpulas más altas o personajes que intentan cumplir con los intereses de otros, como el Anatoly Dyatlov de Paul Ritter.

La desesperanza

Más allá del drama, existe el sentimiento de terror. El espectador sabe las consecuencias del accidente, los personajes no y ahí radica el suspense y el miedo. El mejor plano que he visto para generar terror en años no es de ninguna película de esta temática, es el plano final del primer capítulo, con ese pájaro cayendo abatido por la radiación en medio de un patio repleto de críos. Escalofriante.
Otro aspecto completamente destacable es el uso de la música y sus silencios. La compositora Hildur Guðnadóttir (El renacido, La llegada) se basó en el lamento de una central nuclear real de Lituania para crear la banda sonora. Más allá de tomar canciones tradicionales, el uso de instrumentos de medición como si fueran instrumentos musicales, acompañan de un tono sepulcral a toda esta dura historia. Más de un silencio acompaña como una losa fúnebre a este inmenso llanto sobre no solo cómo murieron cientos de personas a corto y largo plazo, sino también cómo murió la verdad, como casi en todas las catástrofes que los gobiernos intentan ocultar.

¿Todo es verdad?

No, por supuesto que no; no es un documental, es ficción a partir de unos hechos reales. Es interesante contrastar los hechos a través de diferentes trabajos, pero nada de ello cambia que la serie sea impecable en sus aspectos dramáticos. Quien esperase ver una producción al pie de la letra, tiene diversos libros, documentales, etc. Aquí se usa el accidente para hablar del precio de la verdad, de cómo una tragedia puede destruir una sociedad, de cómo el mundo ha estado cerca de su aniquilación, de cómo aquello que parece tan seguro puede no llegar a serlo…
Pese a las noticias de que varios colectivos se han ofendido (el deporte actual es ofenderse) en Rusia por cómo la serie plasma lo sucedido (advirtiendo de una versión patriótica donde se hablará de que la CIA estuvo involucrada en el accidente), tampoco el espectador siente que esté ante una visión maniquea de lo que sucedió. Uno puede llegar a comprender a personajes como Diatlov o incluso Gorbachov, entre otros, si bien cabría destacar la palabra «personajes»: son representaciones basadas en la realidad, pero no son la realidad.
Como ya decía, no estamos ante un documental, sino ante una dramatización basada en hechos reales, como se reconoce al final de la serie, cuando se habla de cómo el personaje de Ulana Khomyuk fue creado para la serie.

También hemos visto voces que claman porque la serie tenga a actores de habla anglosajona en vez de rusa o personas que en Twitter han pedido más diversidad para una tragedia sucedida en el espacio de la Unión Soviética (recordemos, ofenderse es un deporte). Puede que el dolor que causa la serie haga que muchos quieran defenderse de ella.
También existen idiotas que ahora utilizan el morbo para visitar una ciudad cuyo paso está más que prohibido y que parece que no comprenden que un par de seguidores no merecen que tú vuelvas pudriéndote de radiactividad y siendo capaz de traspasarla a otros. La estupidez humana es imperecedera.
Mientras, el reactor duerme bajo su sepulcro, llamado el Arca. Pripiat permanece como una ciudad fantasma. La verdad yace sepultada entre mentiras. En el aire, el sabor metálico de la muerte. Y solo nos queda una cosa, recordar que todos moriremos.

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