Crítica de Drácula (S01E03): "The Dark Compass", elegía por el vampiro


Drácula lives! Fuente.
Hace unos años, la productora que empezó con los monstruos a gran escala en el cine, la Universal, intentó modernizar y actualizar a las criaturas de la noche clásicas que le dieron la fama con nuevas versiones: la Momia, la Novia de Frankenstein, el Hombre Invisible… Se hablaron de grandes nombres como Javier Bardem, Johnny Depp o Angelina Jolie en los diversos proyectos, pero, en vez de empezar con un triunfo como Marvel con su Iron Man, decidieron empezar el monstruo por el tejado y este ardió como el molino del Frankenstein de Karloff. El Universo Cinematográfico de los Monstruos  murió antes de nacer por el fallido relanzamiento de La Momia, película protagonizada por el que un día fue el vampiro Lestat: Tom Cruise. No se lamenten, los monstruos no mueren y, espiritualmente, si alguien soñó con ver un Drácula modernizado, tiene el final de la miniserie de Steven Moffat y Mark Gattis para Netflix y BBC (con guiño a Frankenstein incluido, por cierto).

Con una dirección y una fotografía muchísimo más inspirada que la de sus capítulos predecesores, Moffat y Gattis se despiden (¿por el momento?) de Drácula con una elegía para el monstruo. No hay que pensar demasiado en ella, como tampoco hay que pensar demasiado en la obra original: aquí ya no se cuenta una historia, como en el libro, se vive y eso hace que no pensemos en por qué el vampiro sí envejece en Transilvania, pero no en su encierro en el ataúd, por ejemplo. Es mejor disfrutar de que Claes Bang continúa siendo un fantástico y carismático Drácula psicópata de ojos sanguinolentos cual Christopher Lee y los guionistas continúan siendo los que resucitaron a Sherlock (con sus tics y manías), pero también adaptan el libro clásico de Bram Stoker para el siglo XXI (puede que el punto más divertido y fascinante de este cierre). Adaptan, porque Lucy sigue amando a la muerte, Jack Seward sigue siendo un apocado doctor, Van Helsing sigue queriendo librar al mundo del vampirismo, Renfield sigue siendo un lunático y Quincey sigue siendo ese personaje que ni se sabe muy bien por qué existe (si no es para las teorías más enloquecidas de los fans, como que era un colaborador del conde). Todo cambia para seguir siendo igual en muchos aspectos, pero Moffat y Gattis no rehúyen la idea romántica del monstruo que el propio Stoker no amaba (al menos, de modo consciente): comprenden al monstruo y lamentan su existencia como una víctima más en los últimos momentos de este The dark compass.

Comprimida a una hora y media, esta historia podría haber dado para más episodios y haber pasado de ser una miniserie a una serie con todas las de la ley. No olvidemos que la obra original también cierra de forma presurosa y, si me lo permiten, extrañamante ¿descuidada? Y lo pongo entre interrogantes, porque la decapitación del conde permite pensar en que este no ha sido eliminado (toda la obra se habla de la estaca, la decapitación y el fuego, pero en la conclusión, nos "conformamos" con la decapitación... ¿Fue Stoker acabando rápido el libro o un "error" premeditado?). Nosotros tenemos tanta sed por aprender como el propio conde. El libro y las obras derivadas de él a las que homenajea la serie siempre dan para nuevas versiones y visiones del mito vampírico, aunque uno casi se alegra de que Moffat y Gattis lo suelten antes de que se rompa, como pasó con su Sherlock

Nos quedamos con brillantes encuentros como el del cementerio, la interpretación de Bang que devuelve el aire asesino al conde transilvano o la escena final que captan la fiel esencia del vampirismo: la muerte no es una condena, es el hecho de no poder morir la auténtica condena. No está de más recordarlo.


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