Recibimos lo que merecemos de aquel árbol que plantamos... Imagen libre de derechos. |
“Ni busco ni necesito la conmiseración; las espinas que recojo son del árbol que yo mismo planté. Ellas me han herido, y sangro. Yo debí saber qué fruto había de brotar de tal semilla"- Lord Byron.
Escuché y leí esta frase por primera vez hace más de un año y parece que me ha perseguido desde entonces. En los últimos meses, me he perdido leyendo poemas y buscando historias sobre autores como lord Byron, Polidori, Percy Shelley, Mary Shelley... Todos ellos estaban allí la noche en la que Frankenstein nació y lo hizo en una época de tinieblas perfecta.
Uno jamás se hace a la idea de si George Gordon Byron se ganó finalmente su fortuna o si, cuando lo leemos, solo estamos persiguiendo una sombra, como la de cualquier artista que se enmascara detrás de unos versos o una historia. Nunca sabremos si era un cínico o si era el vampiro que imagino Polidori, nunca sabremos si era un hombre herido desde la infancia o un aventurero deseoso de morir en una guerra extranjera.
El tiempo enmascara a los autores del pasado y les dota de ese misticismo que nos hace perdernos todavía en su mágica literatura. A veces, me pregunto si no estaría bien que nosotros también, los hijos de las pantallas y los reflejos, pudiéramos llegar a desaparecer, convertirnos en cenizas que a nadie les interesará, ser los mitos que otros imaginarán sobre nosotros.
Al final, nos ganamos lo que nos merecemos y, quizás, solo nos merecemos el premio más consolador de nuestra era: el olvido. Desangremos nuestras almas bajo las espinas de ese árbol.
El poeta lord Byron, una de las grandes figuras de la literatura. Fuente de la imagen. |
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