Crítica del cómic "Iron Man: El demonio en una botella"

El demonio en una botella nos lleva a una de las etapas más oscuras de la historia del personaje. Fuente.

El cómic comenzaba a volverse oscuro y los héroes caían en batallas peores que aquellas que libraban contra sus archienemigos. Le ocurrió a los X-Men, le pasó a Daredevil… Y, en la Casa de las Ideas, otro de los grandes pisó el lado oscuro y se hundió en el lodo del whisky: Tony Stark, más conocido como Iron Man.

Con El demonio en una botella, nos encontramos ante, sin duda, una de las grandes etapas del Cabeza de Lata, aunque todo lo que transcurre en los números sobre el alcoholismo es al final de esta etapa y los números anteriores sirven para prepararnos ante la gran crisis de personalidad que sufrirá nuestro personaje y le hará caer en el infierno del alcohol.

Esta obra es un thriller, pero también una historia de redención. Encontramos suspense, sí, pero también mucha acción, tecnología descabellada, aventuras salvajes, momentos de humor, drama… Y es que las dosis de James Bond que tiene es quizás de lo que mejor que se ha adaptado de este periplo en  las películas de Iron Man. Por ejemplo, en la segunda parte, aunque tenemos a Justin Hammer (interpretado por el siempre estupendo Sam Rockwell), se aparta mucho de su homónimo cómiquero, al igual que Látigo (Mickey Rourke en el film, con dosis de Dinamo Carmesí) o la trama de cómo se manipula la armadura de Iron Man (en el film, la de Máquina de Guerra). Y aunque hay un flirteo con el tema del alcoholismo de Stark en la película (resumido en la escena de la fiesta, donde Robert Downey Jr. encarna a un Tony que pierde los papeles), cabe decir que lo más acertado que supo hacer Jon Favreau en la cinta fue darle las dosis de viaje desenfrenado, lujo, misterio y aventuras imposibles a las que nos tiene acostumbrado el personaje de Ian Fleming en sus películas.

El alcoholismo de Stark se agravará durante esta época. Fuente.

Enemigos más allá del alcohol

En el párrafo anterior nombrábamos a Justin Hammer (¿un líder de Spectra en un universo alternativo?) y con razón. En estas viñetas, se pasea como un multimillonario anciano que recuerda al genial Peter Cushing y se dedicará a hacérselas pasar canutas al Cabeza de Lata. ¿Cómo? Mediante un plan bastante sofisticado (algo rebuscado), pero que cumple con su principal finalidad. Sin duda, uno de los grandes momentos de estos números es cuando recluta a un grupo de villanos de segunda a los que Iron Man había vencido siempre por separado y que juntos van a hacer que Stark se replantee muchas cosas, en un momento en que su vida personal le van de mal en peor, porque la trama comienza siendo una serie de aventuras que, de pronto, pasan a ser más oscuras cuando se comete el asesinato del embajador o S.H.I.E.L.D. demuestra lo bajo (y traicionero) que puede caer.

Sería simple pensar que la redención a la que hacía referencia un servidor tiene que ver a un crimen que comete Stark (no diré más para no spoilear), pero va más allá de eso. Se cuenta que Stan Lee se basó en el filántropo, playboy, millonario, ingeniero, productor, director de cine Howard Hughes (¿cuál es el nombre del padre de Tony? Sí, Howard). Y Hughes siempre fue un personaje colmado de luces y sombras, como bien reflejó Martin Scorsese en la película biográfica El aviador, donde Leonardo DiCaprio supo representar el trastorno obsesivo compulsivo y el terror a los gérmenes que fue acabando con Hughes.

Y es que aquí, Stark se nos viene abajo y se ahoga en una botella de alcohol. Si bien Tony Stark fue concebido como un personaje rico, famoso y vendedor de armas con el que demostrar que Marvel era capaz de hacer que un lector quisiera a un personaje que no era simpático a simple vista (como dice Lee en alguna entrevista), el lector no puede dejar de sentir lástima cuando contemplamos el número en que Stark intenta superar la adicción. Lo mejor de Iron Man es que al no tener un villano definitivo (aunque es discutible esto si consideramos al Mandarín o Justin Hammer), tenemos que su peor rival es él mismo y, sobre todo, el alcohol. Porque contra uno mismo, no hay armadura que valga.

El intento de Stark por superar la adicción. Fuente.

Ahogarse en una botella

Gracias a este “realismo”, se reivindica la figura de James Rhodes como eterno amigo (más o menos) de Tony Stark y con Bet, el ligue que nos recuerda un poco a la “Natalie” de Iron Man 2, que encarnaba Scarlett Johansson como agente infiltrada.

Y en medio de todo esto, tenemos de nuevo los orígenes de Iron Man, contados esta vez por David Michelinie y siendo uno de los relatos definitivos sobre cómo Stark se redimió a base de la metralla que pudo acabar con él. Sin duda, David Michelinie es uno de esos guionistas a reivindicar. ¿Cómo no hacerlo con un autor que fue capaz de crear una historia tan sensacional como Emperador Muerte? Un escritor capaz de contar buenas historias de superhéroes, quizás no obras maestras, pero sí alguien capaz de entretenernos, maravillarnos y hacernos pensar. ¿Cuántos autores actuales son capaces de hacer eso ahora?

Michelinie tuvo su momento de gracia, pero no fue el único. John Romita Jr. haría uno de sus primeros y mejores trabajos a la hora de llevar al papel estas dramáticas aventuras, contando con ayuda de Bob Layton en las tintas. El estilo está pegado al momento con los “pros” y los “contra” para alguien que sea más profano.

El demonio en una botella es, sin duda, una de las mejores tramas jamás desarrolladas en la cabecera, donde se demostró que un superhéroe no siempre puede vencer a la sombra de sí mismo.

El incierto destino de StarkFuente.

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