Richard Matheson y los escritores de la casa enloquecida

Un hogar como centro de la locura de un escritor incapaz de escribir; ese es el punto de partida de La casa enloquecida de Richard Matheson. Imagen de dominio público.
La casa enloquecida es un relato de Richard Matheson que supuso para mí la percepción certera de cómo el sufrimiento de un escritor puede plasmarse de un modo literario. Si dejamos un poco apartado el tema de los poderes psíquicos que bien pueden evocarnos a la famosa Carrie White, este cuento de Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos es la extrapolación de todo lo negativo (o gran parte de ello) que tiene un escritor (no entramos si bueno malo, solo que lo tiene).

La idea de que una persona decida pasar horas y horas delante de un teclado para intentar sacar las ideas de su imaginación y convertirlas en algo escrito que compartir con el lector es algo que comenzó a llamarme la atención con los años. Si bien en mi niñez escribía como un juego, con los años, cuando te das cuenta de que hay más cosas en el mundo (trabajo, estudios, ocio…), la idea de compartir por escrito algo imaginado me llamó la atención, porque es la forma de consumir una vida sin que realmente la vivamos al completo. Me equivocaba.

Mi consuelo (por llamarlo de alguna manera, un poco pedante) fue el mismo que hallé al cuestionarme por qué leemos: leemos para vivir más vidas de las que tendremos. Solo tenemos un par de años de existencia, un rayo de luz entre dos oscuridades infinitas, principio y fin, por tanto, nunca podrás ser un vampiro, nunca podrás ser un hechicero, nunca podrás vivir en el año 3000, nunca podrás ser un guerrero bárbaro, etc. Hay cientos de vidas, más reales o menos, que se nos escapan, pero podemos vivir esas vidas a través de los buenos libros. La lectura (y el arte, en general) son nuestra escapatoria de ese horror necesario que es la mortalidad. Y así lo es también la escritura, es nuestro modo de concebir vidas que controlamos hasta cierto punto y que jamás tendremos. Es irónico vivir mil vidas falsas sin vivir una auténticamente real o no bajo esos “preceptos” comunes, pero yo lo he llamado consuelo y no me arrepiento.

No obstante, la literatura guarda sus propios demonios. Es frustrante imaginar algo y ser incapaz de ponerlo en el papel. Es un horror compartir historias y saber que no llegan a nada. Es terrible pensar que hay mundos en ebullición en nuestras cabezas, pero que jamás podrás hablar de ellos con nadie. Vas a morir enfermo de historias y nadie sabrá de ellas. Duele pensar que has hecho algo bueno y que nadie lo reconozca. Es monstruoso considerar que todo lo que concebimos por escrito sea malo y que su mejor destino sea el fuego, el adiós, la nada.

Muchos podrían catalogar todo este tema de inseguridad, pero parece que cada escritor encierra un Mr. Hyde en su interior, ese ser bestial que le hace ser cruel durante la escritura o la corrección o cualquier instante. Me diréis que cualquiera puede ser una mala persona en algún momento y que su trabajo puede convertirlo en insufrible. No lo negaré, a la vez que no dejaré de sentir cierta piedad por aquellos que conocen a gente así o, alguna vez, se han convertido en un individuo de esta calaña (una piedad moderada y efímera, como casi toda aquella que se escribe y no se ejerce). Sin embargo, el arte y el artista poseen un lado oscuro evidente que Richard Matheson retrata a la perfección con su protagonista.

En los primeros compases de La casa enloquecida conocemos a un escritor incapaz de escribir. Ya sea de un modo u otro, siente que ha perdido todas las oportunidades de su vida de ser un buen escritor. Ha transformado su existencia en algo que gira en torno al ejercicio de la escritura. Sin embargo, pronto se percata del horror de que no es capaz de terminar nada de lo que escribe, su máquina de escribir falla, un simple lápiz se rompe en sus manos… Y su mujer, la única persona que le ha mantenido sereno todo ese tiempo, que ha compartido su dolor y le ha consolado, como un placentero sedante, ya no soporta más y quiere terminar con todo incluso aunque todavía dude. Ella es la última esperanza del escritor, pero él, obnubilado por el mundo de la letra impresa, no se da cuenta de su fatal y terrible error al solo querer imaginar y escribir, y no vivir con ella.

Matheson reconoce así el papel del compañero del escritor. Siempre que pensamos en muchos grandes autores, no nos fijamos en la gente que le rodea, que le apoya, que le permite ser lo que es. Hay excepciones, como las viudas de Bram Stoker o George Orwell (sobre todo por el tema de los derechos de autor) o porque también han probado el mundo de la escritura como la Zelda de Fitzgerald o el Joe Hill y la Tabitha King de Stephen King. Sin embargo, a menudo, en la mayoría de los casos, permanecen en la sombra. Y aunque hoy el escritor puede mostrarse mucho más, su red de apoyo (su pareja, su amigo, su familia, etc.) llegan a ser sombras, tal vez, solo rescatadas en la dedicatoria.

La casa enloquecida termina siendo un relato de terror, sobre un hombre incapaz de liberarse de sus miedos, que ha enloquecido pensando que pierde el tiempo dando clases de literatura donde ha terminado odiando a sus ídolos como Shakespeare o Poe al verlos maltratados por los alumnos. Es un ser que toma una horrible decisión y se ahoga en sus propios demonios. Parece (incluso si pecamos y pensamos que hay mucho de los autores en sus obras) que es el propio Matheson dejando entrever todas esas veces que ha sentido los dolores de la escritura. Y es una advertencia para que los juntaletras no olvidemos a aquellos que nos dan la mano y no nos hacen naufragar en el océano de la tinta. Y doy gracias por tener a esas personas y por no ahogarme.

2 comentarios:

  1. Tengo que leer más a Richard Matheson. Entiendo eso de estar tiempo frente al teclado para escribir. A veces también escribo previamente con lapicera y papel. Ayuda como algo previo. Y cuando el calor es peligroso para las computadoras.
    Es frustrante saber que se puede diseñar un mundo a propio gusto (o disgusto) y no poder imaginarlo. Que ya sería un principio.

    Podría ser que la mujer inspiradora no sea la mujer perfecta, comprensiva, sino una con algo irracional. Que tal vez sea el caso de Zelda. Quien aparece en Medianoche en París, de Woody Allen. Película que he visto en televisión.

    Saludos.

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    1. Medianoche en París es una gran película y retrata un período y a unos artistas muy interesantes.

      Richard Matheson es un escritor muy recomendable. Te aconsejo zambullirte en sus novelas o en sus recopilaciones de relatos. Es genial.

      Muchísimas gracias por tu comentario, ¡saludos!

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