Soledad, ceguera, libros

árbol no copyright
La soledad y las hojas de papel. // Imagen de dominio público.

Leí hace poco una idea que se me ha quedado grabada en esa mente dispersa que suelo dejar suelta por aquí, de vez en cuando. Dicha idea es: al igual que un ciego de nacimiento no sabe que lo es hasta que alguien se lo dice (pues para él es imposible otra cosa, solo concibe la realidad del modo que le ha sido determinado y carece de otra perspectiva), una persona solitaria (que nunca ha tenido amigos) no sabe que lo es, porque jamás ha conocido algo diferente. Es algo simple, pero es uno de esos disparos a quemarropa que te tira Stephen King, como el que no quiere la cosa, mientras lees obras como Eso (It).

Aprecio el valor indudable de la buena literatura, del arte, porque es capaz de decir con belleza aquello en lo que creo y solo guardo en un rincón de mi alma. Los que nunca han vencido, no saben de su completa desgracia al jamás haber probado el néctar de la victoria ni sufrir la adicción que esta causa. Los que nunca han sido derrotados, carecen del conocimiento del valor de la desdicha.

Puedes estar solo porque nunca has conocido a nadie, porque no sabes cómo hacer que alguien te conozca, porque no soportas a los demás, porque te has cansado directamente de decepciones… Cuando la mejor persona resulta que es solo una fantasía idealizada, quedarte en una esquina, sin atraer la mirada de nadie, parece la solución. Es lo que hace cualquiera, todo el mundo. El mundo.

La gente… Puedes estar rodeado de personas y sentirte solo. Puedes solo tener a una persona y sentirte que estás rodeado por la persona que más quieres, lo suficiente para comprender que «tener» no es la palabra oportuna, que debería existir una más bella para ese vínculo. Y puedes tener un libro y ese libro puede tenerte a ti: puedes sentir que en él tienes el amigo que necesitas, el que te cuenta una historia, te consuela y puede decir aquello que nunca sabes expresar. Eso (It) es un buen ejemplo: una novela encierra los secretos de la vida que están a nuestro alrededor, pero como ciegos solitarios, jamás los captamos hasta que su guía nos conduce a ellos.

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