Relato: Un día diferente con una nueva adicción

Un día, te levantas o te despiertas, o como sea.
Lo haces, pero no es un día como otro cualquiera. Estás exhausto. Estás harto de todo, de soportar a gente estúpida te parece aburrido. Subir la música para no escuchar las discusiones de tus padres no sirve y te sientes perdido, muy perdido. Quieres huir, pero sabes que no podrás a menos que lo intentes.
En ese día, todo es diferente.
Te sientes como un adolescente cansado. Quizás lo seas. Te das cuenta de que la vida carece de sentido y que el destino sólo te prepara una perrería. Una tras otra, hasta que la vida acabe contigo. A veces, rápido. A veces, lento.
Es ese día cuando te das cuenta del horror cósmico: no eres nada más allá de una mota de polvo que en unas cuantas décadas nadie recordará. Nunca has sido nada más que eso.
Te has sentido el rey del mundo alguna vez, pero sólo eras el bufón de la corte de unos severos dioses cuyo nombre hemos olvidado.
Entonces, te vuelves completamente majara. Un maldito loco por no engañarte como lo hace el resto. Los que han visto el mundo de verdad son los lunáticos. Lo sabes y tiemblas al conocer la verdad. Luego, lo aceptas. Por eso, no estás cuerdo.
Es en ese instante cuando nace un sentimiento en tu interior. Una sensación cada vez más poderosa, capaz de destruirte si no la liberas.
Gimes de deseo.
Caminas de un lado para otro.
Abres y cierras tus manos.
Sonríes y lloras mientras tu mente juega contigo.
Entonces, te marchas y cuando regresas, sabes que ya no eres el mismo. 
Te das cuenta de lo que lo has hecho: hacer llorar a un niño, golpear a un desconocido, caminar por el filo de una navaja, destornillar un cerebro, escupir a unos mirones, ser cruel con gente que te quiera, volar un edificio, reventar almas, cortar cuellos, romper cristales, escribir en las paredes con sangre… Sólo se lo has hecho a tus enemigos. 
Lo que ocurre es que todos son tus enemigos.
Y descubres otra cosa: la destrucción es hermosa, excitante, obsesiva, sensual y mágicamente extraordinaria. Es tu adicción.
Eres un dibujo de la humanidad: divirtiéndose con la muerte, afrontando el cambio, lamiendo sus manos empapadas de sangre y lágrimas, caminando hacia tu propio fin, pero con la cabeza bien alta mientras aplastas los cadáveres.
Un vicio que hay que disfrutar.
Y mientras piensas qué harás para seguir destruyendo un mundo que de por sí ya se hace añicos, coges tu viejo revólver, te lo pones en la frente y…
Lo sabes.
¡La adicción a la destrucción es tan estupenda!

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