«Recuerda que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable», Threpe.
«Bueno, está hecho. Y ha tardado mucho en llegar…». Con estas palabras, Patrick Rothfuss comentó la publicación de El temor de un hombre sabio, segunda parte de su Crónica del Asesino de Reyes, iniciada por la exitosa El nombre del viento. ¿Habrá sido este segundo día de su cronica un libro que haya valido la pena?
Preámbulo: el silencio
Leemos fantasía para encontrar historias que nos devuelvan el sentido de la maravilla. A menudo, estas largas novelas nos conducen por caminos donde crecemos con sus personajes. Nos alegramos, preocupamos, sufrimos, soñamos, amamos y odiamos a través de personajes que jamás podrían existir en nuestra realidad más allá de las páginas, pero parte de la magia está en que esas páginas parecen más reales que la propia realidad.
Lo que derrumba gran parte de El temor de un hombre sabio es es que las buenas ideas (que las hay) se ven sepultadas entre tantas páginas que algunos momentos brillantes se apagan por tantos otros que, por suma, resultan más bien extenuantes o menos inspirados. De este exceso, queda una sensación más «aguada» e insípida de la que cabía esperar. Y todavía así, no es una mala historia.
Y, sin embargo, no es una mala novela, porque consigue hacernos sentir la magia de este género.
¿Por dónde nos quedamos?
El temor de un hombre sabio empieza más o menos donde acabó El nombre del viento. Desde la primera página, se tienden ciertos hilos temáticos, por lo que es evidente y más que recomendable haber leído el primer libro.
Una gran parte de la novela transcurre en la Universidad, donde Kvothe sufrirá una maldición lanzada por parte de su enemigo Ambrose.
Después de lidiar con la maldición (y con un juicio), Kvothe se decide a ir a perseguir el viento (buscar su camino) y hallar un mecenas, en este caso, el enfermo maer Alveron.
Tras una serie de intrigas palaciegas, formará parte de un grupo de mercenarios que debe limpiar los caminos de los bandidos que asaltan a los recaudadores de impuestos del maer.
A continuación, vivirá una serie de aventuras hasta acabar cautivo de una especie de ninfa, Felurian, y recibir las revelaciones siniestras de un oráculo.
Más tarde, tras dejar a Felurian, se entrenará con los mercenarios adem para, finalmente, y tras algunos problemas, regresar a la Universidad.
Y ya está.
¿Decepcionante? ¿Cumplidor? Un poco de ambos.
Creciendo con El temor de un hombre sabio
Como en El nombre del viento, estamos ante un libro de crecimiento (o bildungsroman), que nos lleva desde la infancia del protagonista hasta su juventud. Esta gruesa novela, sin embargo, avanza tan solo dos años. ¿Será suficiente un cercer volumen hasta que llegue a la adultez con la que lo conocimos como posadero en su día?
También se hace referencia (una vez más) al tropo del veterano vencido, del guerrero retirado, del pistolero que ha colgado sus pistolas, y recuerda su juventud donde fue violento y aguerrido antihéroe. Todo ello para que, al final, el personaje recupere su fe, libre una última batalla y muera.
«He vivido una vida interesante, y esta evocación tiene cierta dulzura. Pero… […] pero esto no es ninguna historia galante. No es ninguna fábula donde los muertos regresan de la tumba. No es una epopeya enardecedora que pretende agitar la sangre. No. Todos sabemos qué clase de historia es».
Un ritmo irregular
El hecho de que más de quinientas páginas se vayan a la Universidad afecta al ritmo del resto de las partes, sobre todo caundo le falta centrarse. En algunas partes se desborda y en otra se queda corta.
En más de una entrevista, el escritor ha afirmado que le llevó años completar el primer borrador de la novela. Y aunque muchos lectores se quejan de lo que ha tardado para escribir un tercer volumen, puede que yo juegue el papel del abogado del diablo cuando digo que, quizá, le hubiera venido bien esperar un poco más antes de publicar este.
Rothfuss comentó que tuvo la primera versión de esta segunda parte en 2009. Una versión, al menos, de la que no se avergonzaba. La reescribió durante 2010 hasta que le gustó y, a continuación, una vez más hasta que se sintió entusiasmado, pese a saltarse las fechas de sus editores. Puede que una revisión más hubiera sido oportuna.
El temor de un hombre sabio sería una obra mejor si se hubiera condensado, ya que, en algunos momentos, resulta excesiva en sus circunloquios. Y eso pese a estrategias del propio Kvothe como resumir el juicio, el encuentro con los piratas o la elección del nuevo lector, ya que lo considera insignificante e innecesario. Si me permiten ser crueles, lástima que el propio Kvothe no «pode» más su relato.
Los momentos de luz
Pese a todo, hay muchas partes entretenidas que llaman la atención al lector asiduo al género y explica por qué hay tantos seguidores aguardando el final de la Crónica del Asesino de Reyes.
Por suerte (y pese a que he leído lo contrario en otras reseñas), pienso que en El temor de un hombre sabio sí hay un final más definido que en la primera parte. No se corta sin más. Podemos atisbar cierto cliffhanger en la última aparición de Kvothe o cierto grado de resolución: la historia empieza en la pobreza, acaba con nuestro protagonista sintiéndose triunfador, por ejemplo.
Rothfuss es el más listo de la clase y no oculta quiénes han sido sus maestros (ahí están las influencia de Terramar, la biografía de Casanova, las historias de rol…), pero más allá del estilo, acierta también al generar buenas escenas y buenos diálogos que dejan grabados grandes instantes a lo largo del libro de Rothfuss.
Una obra mayor
Más allá del número de páginas, el mundo de Temerant también es gigantesco: sus reinos, sus criaturas, sus misterios, los secretos de los Fata, el sistema mágico, las reglas monetarias y económicas, las divisiones de poder, las formas sociales, las leyendas, los mitos, las dinastías…
Todo ello siempre está rodeado de la sensación de que la oscuridad está volviendo en el presente de esta novela.
Desgraciadamente, en algunos puntos se percibe que la repetición de estructura de Rothfuss hace que la obra se resienta incluso cuando Kvothe se supone que debe ir creciendo y cambiando a lo largo de esta gran historia («gran» en más de un sentido).
Sobre contar historias
El temor de un hombre sabio se vincula al amor de Patrick Rothfuss por el arte de contar historias. Como Neil Gaiman en The Sandman, en su Crónica del Asesino de Reyes, Rothfuss recoge cuentos, leyendas y relatos que conforman el hilo conductor de la novela: todos somos un conjunto de historias.
«Las historias contienen toda la verdad el mundo», Exal Dal.
Considero que el hechizo de su escritor funcionaba mejor en El nombre del viento, ya que en el segundo sí nos custionamos hacia dónde nos dirigimos en varias ocasiones, mientras que en el primero estábamos más centrados en disfrutar del camino.
Al principio, no nos cuestionábamos la impresionante memoria de Kvothe o que, pese a los problemas, casi todo le saliese bien. Es más, el gran fallo de la primera era acabar sin más, sin clímax, mientras que aquí el gran fallo pueda ser que sintamos que vagamos en un barco a la deriva.
Los peligros del destino
En balance, el resultado de El temor de un hombre sabio es inferior a la anterior entrega, pero es incontestable que a ambas obras las mueve el amor de Patrick Rothfuss por las historias (y por contar historias).
A su vez, esta novela sobre el arte de contar historias también nos advierte sobre los peligros de los Chandrian y el propio Cthaeh, al igual que saber el nombre de las cosas influe en la realidad mediante el inmenso poder de las palabras, incluso cuando Cronista pone a prueba las historias, pero el pasado, el presente y, a su ve, el futuro, quedan ya marcados.
«En la vida real, los mendigos casi siempre son mendigos —señalé—. Pero yo sé en qué clase de historia estáis pensando. Esas historias que contamos a oros para distraerlos. Esta historia es diferente. Es una historia que nos contamos entre nosotros.
—¿Para qué contar una historia si no es para distraer?
—Para ayudar a recordar. Para enseñarnos… —hice un ademán impreciso— cosas».
Yo, yo mismo y Kvothe
Los personajes de estas novelas no dejan indiferentes: los amas o los odias. Kvothe es menos presuntuoso en este libro (menos, no quiere decir que haya dejado de ser arrogante) y, por suerte, persiste menos la idea que se volvía más cansina del primer libro de que todo le salía bien incluso cuando le salía mal.
Cuando Kvothe es un «enigma» admirado por todos puede llegar a rechinarnos al ver cómo el narrador se tira flores a sí mismo (por ejemplo, cuando vemos cómo Fela lo admira). Si Rothuss se siente identificado con su protagonista (como más de una vez ha confirmado), es como si todo el mundo le admirase a él.
Cuando hace que nos identifiquemos con Kvothe, nos sentimos halagos con cierta condescendencia. Demasiadas repetiones estructurales en base a esto, muchas vinculadas al carácter sexual de Kvothe, pueden empezar a sacar al lector de la ficción.
Otros personajes
La mayoría de los personajes son interesantes y tienen cierto carisma, incluso cuando resultan ser una mera comparsa para Kvothe o Rothfuss los delega una vez cumplen su función, como Tempi. Elodin, Sim, Auri, Avernon… resaltan como lo más interesante.
Por ejemplo, el personaje de Bast (y su indignación y quejas) pueden llegar a hacer pensar en que es una voz del lector que se indigna y se queja, pero también se fascina con la historia que Kvothe le relato al Cronista.
Otro problema de la novela es que sigue presentando personajes incluso cuando se nos anuncia en uno de los interludios que comenzamos el final. Eso ocurre más llá de la página ochocientos, cuando conocemos a los Adem de Tempi y tenemos un homenaje a la filosofía de Yoda en El Imperio contraataca y a las artes marciales tipo Kung fu. Pero resulta desesperante cuando se vuelve una vez más al tropo de la enseñanza que ya viéramos en la primera novela.
¿Y los personajes femeninos?
Pensaba incluir en este epígrafe que Rothfuss había mejorado a la hora de escribir a personajes femeninos, pero me temo que sería un error como vemos cuando Kvothe se convierte en un conquistador incansable.
Si bien creo que Denna es un personaje más interesante en esta novela, aunque aporte lo justo, me temo que cuando Kvothe juega con otros personajes femeninos (pese a su intento de hibridar con temas como el amor de Kvothe por los Fata, se pierde), no llega al nivel esperado.
A su vez, el sexo cobra una mayor importancia en esta segunda parte. Es comprensible por la edad que tiene Kvothe. Es parte de su evolución, pero puede volverse incluso excesivo, más allá de Felurian o cuando todos los personajes reivindican a Kvothe como un Casanova (personaje en en el que se basa -junto a Cyrano de Bergerac-, por cierto).
«Una historia es como un fruto seco —dijo Vashet—. Un necio se la traga entera y se atraganta. Otro necio la tira creyendo que no tiene ningún valor. —Sonrió—. Pero una mujer sabia encuentra la manera de romper la cáscara y comerse el fruto que hay en su interior».
Buscar tu camino
En cierto punto de la obra, uno de los profesores de esa Universidad más cercana a la Academia de Terramar que al Hogwarts de cierto niño mago, le comenta a Kvothe la posibilidad de perseguir el viento. Esto no es otra cosa que una hermosa metáfora para decirle a Kvothe que debe aprender a vivir por sí mismo y encontrar su camino.
Y puede que ese sea el segundo tema o directamente la moraleja: no te detengas y busca tu camino.
Todos hemos estado (o estamos) perdidos, pero si no nos perdemos, jamás nos encontraremos a nostors mismos. Insisto: a nosotros mismo, no el camino. En ocasiones seguir el camino pautado es lo que por que puede llegar a ocurrirnos, porque nunca sabemos quiénes somos.
El propio Kvothe (y a través de él, Rothfuss -¿cuánto hay del uno en el otro?-), nos advierte de ello y ya por ese motivo, vale la pena recorrer este sendero y lo que hay más allá de este, como nos propone el estadounidense.
El estilo de Rothfuss
«La poesía es una canción sin música —dije con altivez—. Y una canción sin música es como un cuerpo sin alma».
La gracia de esta trilogía está en cómo se nos cuenta la propia historia. Rothfuss juega (y creo que no me equivoco al usar este verbo) con el estilo literario: metáforas, símiles, prolepsis, analepsis, rupturas de la cuerta pared, cambios de ritmo, digresiones, historias dentro de historias…
Todo ello forma parte de un mecanismo donde el autor disfruta hasta las últimas consecuencias de vagar y descubrir Temerant en un gran viaje que prescinde de temas o tramas prefabricadas que vayan de A a C pasando por B.
Es el estilo de su escritor, sobre todo, donde se escapa de los convencionalismos del género, aunque juegue con los tropos de este, como si fuese el más listo de la clase. De ahí que el protagonista reconozca:
«Escribir una historia no es lo mismo que contarla. Por lo visto, yo no tengo ese don».
No hay duda de que Patrick Rothfuss está enamorado del mundo de su libro y vuelca su pasión en cada capítulo de la obra.
A muchos lectores que se sientan tan enamorados como Rothfuss no les importará, otros, que apreciamos ciertas cuestiones más dudosas, puede que nuestro compomiso se pusiera a prueba, como si hubiésemos caído en las suaves garras de Felurian.
Lo que sí es cierto e innegable es que Crónica del Asesino de Reyes es un fenómeno que forma parte ya de la fantasía.
¿Adónde vamos?
Y es que el estilo lo soporta todo, camufla bien, pero si el lector no se obnubila, verá con pavor la idea de que hay partes a las que le sobran páginas. E inquieta que a estas alturas, a la Crónica le falten por desentrañar tantas de aquellas cosas que Kvothe citaba al principio de su novela:
«Me llamo Kvothe, que se pronuncia «cuouz». Los nombres son importantes porque dicen mucho sobre la persona. He tenido más nombres de los que nadie merece.
Los Adem me llaman Maedre. Que, según como se pronuncie, puede significar la Llama, el Trueno o el Árbol Partido. Mi primer mentor me llamaba E’lir porque yo era listo y lo sabía. Mi primera amante me llamaba Dulator porque le gustaba cómo sonaba. Me han llamado Kvothe el Sin Sangre, Kvothe el Arcano y Kvothe el Asesino de Reyes. Todos esos nombres me los he ganado. Los he comprado y he pagado por ellos. Pero crecí siendo Kvothe. Una vez mi padre me dijo que significaba «saber». He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Quizá hayas oído hablar de mí”.
A medida que he leído la novela, he echado en falta una cualidad que suele poseer la buena fantasía para mí: su valor simbólico.
Si bien el oráculo o el rayo muestran cierto significado, otros eventos se ven carentes del alimento que los lectores hambrientos de mitos buscamos.
Persiste la impresión de que hay partes más interesantes, pero otras se vuelven tediosas (aunque los capítulos no sean excesivamente largos). No comparto que todas las obras deban ser cortas, pero sí que no pierdan… al menos sin dar algo a cambio. Por desgracia, esto también le pasa.
¿Y las respuestas?
Queda casi como una rareza encontrar alguna crítica negativa de esta segunda parte (y esta reseña pretendía ser una crítica más «templada», aunque puede que no lo haya sido). El aspecto que se suele señalar es la falta de respuestas que hay en este volumen que ya debería empezar a ofrecernos algunas.
En El temor de un hombre sabio, tenemos un libro que es como el propio maestro Elodin: no ofrece respuestas, sino que hace más preguntas que el lector deberá contestar (si acaso).
De esa forma, a Rothfuss no le importa arriesgarse y descentar el foco de la trama principal para dejar que la segunda parte vaya por donde quiera. Hay varios misterios y pocas soluciones… y a su autor le da igual.
Por tanto, las preguntas sobre los Chandrian y los Amyr (esa especie de templarios) se pierden entre tantas referencias y queda la la idea de que una tercera obra sí iría al grano y daría cierre a la trilogía (queda también la duda de si valdrá la pena un tercer volumen o hará falta también un cuarto).
Puede que el descubrimiento que hace Kvothe en cierto punto de la historia vaya dirigido también a nosotros, los lectores:
«Las preguntas que no podemos contestar son las que más nos enseñan. Nos enseñan a pensar. Si le das a alguien una respuesta, lo único que obtiene es cierta información. Pero si le das una pregunta, él buscará sus propias respuestas. […]. Así, cuando encuentre las respusas, las valorará más. Cuanto más difícil es la pregunta, más difícil es la búsqueda. Cuanto más difícil es la búsqueda, más aprendemos».
¿Y para cuándo la tercera parte?
Puede que la respuesta esté en este fragmento de la novela:
«Al final dejé tranquilo a mi pobre y testarudo laúd, recordano algo que le había oído decir a mi padre mucho tiempo atrás: «Las canciones eligen su momento y su estación. Si tu instrumento suena a lata, suele haber una razón. El tono de una tonada es la voz de tu corazón, y de un pozo enlozado no sacarás agua clara. Si no dejas que el cieno se asienta, sonarás áspero como rota campana».
Más de diez años después de la publicación de esta segunda entrega, el lector sigue esperando el tercer volumen: Las puertas de piedra, una novela que, supuestamente, debería concluir este ciclo de las aventuras de Kvothe.
Por el camino, tuvimos La música del silencio, una novela dedicada a Auri y que contenía algunos aspectos interesantes, sobre todo en cuanto a forma.
A su vez, la desesperación de los fans iba creciendo. Mientras, Rothfuss comentaba en entrevistas y en su web los problemas que había tenido con la depresión a lo largo de su vida, lo que hacía que avanzase más lentamente.
Sin embargo, en el verano de 2020, saltaba la noticia de cómo la editora de Rothfuss había comentado en redes sociales que dudaba de que Rothfuss hubiese escrito si quiera una palabra del tercer volumen. Una declaración dura que nos hizo esperarnos lo peor.
A comienzos de 2022, el prolífico autor de El Archivo de las Tormentas y Nacidos de la Bruma, Brandon Sanderson, comentó en una de sus redes sociales lo que se han repetido muchos como mantra: Rothfuss es un perfeccionista y quiere que la conclusión de su trilogía sea recordada como una buena conclusión y no como todo lo contrario.
Quizá convenga recordar a Neil Gaiman cuando decía que los escritores no eran la meretriz de turno del lector (lo dijo en referencia a los fans que se quejaban de que George R. R. Martin no hubiese terminado Canción de hielo y fuego).
Puede que, como Martin, Rothfuss sea consciente de que pasará a la historia como autor de esta trilogía y más le vale que sea perfecta que terminar de un modo apurado. Rothfuss se la está jugando: ¿cómo será recordada su trilogía en años venideros? Todo un rto para Kvothe o, mejor dicho, para Rothfuss.
Conclusiones
El temor de un hombre sabio es un sinfín de libros, historias, personajes, aventuras, ragedias, clases, hazañas, enfados, alegrías… en un solo volumen. Puede que su gran punto fuerte sea cómo vemos una historia desarrollarse con todo detalle.
Como siempre, puede que el lector y sus expectativas jueguen en contra de El temor de un hombre sabio. Atisbo el «síndrome de la segunda parte» u obra de transición, aunque puede ser un mero espejismo; ya lo sabremos con seguridad cuando leamos la tercera parte.
Ya lo dijimos antes: esta historia va sobre las historias. Eso nos hace pensar que podemos hacer que nuestra historia, nuestra vida, sea lo que queramos: una aventura, una tragedia, una comedia, una fantasía.
Mientras, no nos queda otra que seguir el viento y hallar algo de magia en el poder de las palabras, como bien hacen Kvothe y el propio Rothfuss en El temor de un hombre sabio.
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