LA CIUDAD DE VAPOR de Carlos Ruiz Zafón: la sombra inmortal de Barcelona

 

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Carlos Ruiz Zafón nos obsequia con un último regalo a todos sus lectores con la colección de relatos La ciudad de vapor. / Editorial Planeta.

“Dice el proverbio que un hombre debe caminar mientras todavía tiene piernas, hablar mientras todavía tiene voz y soñar mientras todavía conserva la inocencia, porque tarde o temprano ya no podrá mantenerse en pie, ya no tendrá aliento y no anhelará más sueño que la noche eterna del olvido”- Carlos Ruiz Zafón.

En Edgar Allan Poe, su vida y su obra, Charles Baudelaire contó cómo el padre de El cuervo fue difamado tras su muerte. El hombre que perpetró esa campaña para sepultar el legado de Poe fue Rufus Griswold. Pretendía vengarse, pero si Poe hubiera estado vivo, no se habría atrevido; la enemistad surgió de las ácidas críticas que Poe dedicó a su obra. Puedes golpear a un escritor en cualquier parte de su malogrado cuerpo, pero jamás en su literatura y mucho menos en su ego. Una vez fallecido Poe (en circunstancias tan insólitas como las que aparecían en sus cuentos), el escritor de Baltimore se convirtió en el blanco perfecto para el autor de la «infamia inmortal», como la catalogó el escritor de Las flores del mal: Poe era un mal escritor, una horrible persona, un drogadicto, un monstruo que se casó con su prima (una niña), un pobre, un ser vil… Al fin y al cabo, Griswold pensó: ¿puede un muerto defenderse? Debería haber sabido que sí. Los lectores y amigos de Poe decidieron rescatar su memoria y, lejos de caer en el olvido, reivindicaron su figura: Poe reinventó el cuento de terror, reimaginó la poesía oscura, captó el sentimiento de la melancolía, dedicó su vida a la pérdida, quedó cautivado por la imagen de la dama muerta que vuelve del más allá… Si Griswold hablaba de Poe como un borracho decadente, sus defensores hablaban de un poeta y cuentista cuyo legado llegaría al futuro. Y esta última versión fue la que sobrevivió, Griswold quizá debería haber aprendido de Poe una cuestión elemental: que la muerte nunca es definitiva. Y puede que hoy, tantos siglos después, en nuestro condenado país, existan demasiados «Griswolds» que pretenden, ahora que ha fallecido, enterrar la memoria de un fiel admirador de Poe: Carlos Ruiz Zafón.


En ese maremágnum que fue 2020 se publicó la última obra de Zafón. Leer La ciudad de vapor es como recordar los buenos momentos compartidos con un viejo amigo antes de decirle adiós para siempre. Esta colección de cuentos póstuma supone la despedida del escritor catalán más universal de las últimas décadas, un hombre apasionado de los misterios, los libros y los dragones de tinta. A muchos nos sorprendió y entristeció su fallecimiento el 19 de junio de este funesto 2020 – y más tras la vitalidad desbordante que demostraba en sus entrevistas cuando presentó El laberinto de los espíritus, conclusión de su tetralogía de El Cementerio de los Libros Olvidados, cuatro libros que empezaron con un fenómeno editorial sin parangón como fue La sombra del viento. Para el lector, queda el amargo consuelo de que Zafón concluyese esta gran telaraña de historias que lo atrapó a él y, sobre todo, a tantos lectores de todo el mundo. Al igual que en sus novelas para un público más joven (y de las que nunca renegó, sino de las cuales se sentía orgulloso), como es el caso de Marina o su Trilogía de la Niebla, Zafón captó la imaginación de millones de lectores.

La ciudad de vapor se antoja como una coda. Reúne varios cuentos dispersos y presenta algunos relatos inéditos. Misterio, muerte, tragedia, fantasmas, cementerios y, por supuesto Barcelona, su enigmática y única Barcelona, son los pasajes de este laberinto lleno de pasillos y recovecos, acompañados de una prosa barroca de un tardío romanticismo y de senderos que, aunque suenan a ya transitados, siguen regalándonos sorpresas y grandes momentos, quizá no embriagadores o confusos, pero sí dignos de conducirnos a ese paraje de un adiós lleno de amor a un gran contador de historias que persiguió dragones y creó misterios.

Tal y como recogió Europa Press:

«La Ciudad de Vapor despliega una cartografía, un mapa hasta ahora secreto, que guiará por algunos de esos pasajes de su obra para revelar episodios del pasado de sus protagonistas. “Una experiencia lectora repleta de voces y ecos. Presencias que transitan por los vericuetos crepusculares de la ciudad gótica”, ha señalado la editorial».

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Barcelona vuelve a ocupar un papel crucial en los cuentos de La ciudad de vapor de Carlos Ruiz Zafón. / Pixabay.

Encontrarnos en la ciudad de vapor

Los grandes libros son laberintos donde perdernos y La ciudad de vapor no es una excepción: es un laberinto que empieza como empiezan todos los laberintos: con un truco de magia, de prestidigitación. El prólogo lo firma Émile de Rosiers Castellaine, personaje de su último libro y seudónimo bajo el que está el editor Emili Rosales. Se entiende como el perfecto y, a la vez, doloroso inicio de una despedida.

La ciudad de vapor se desvela ante nosotros con Blanca y el adiós, que recupera al personaje de David Martín para descubrirnos cómo sufrió la condena que también sufrió Zafón: la maldición de escribir y contar historias. Este era un tema que fascinaba al escritor, como vimos en El juego del ángel. Es un relato conciso que, como arranque, presenta gran parte de las obsesiones de la obra del autor y varios temas sobre los que vuelve una y otra vez.

El siguiente relato, Sin nombre, continúa con los misterios de un personaje recurrente de Zafón a la vez que nos conduce hacia un melodrama digno de novela folletinesca y esto, lejos de ser un insulto, es un homenaje, homenaje como el que Zafón hizo a este tipo de literatura donde brillaron dos de sus autores predilectos, como Dickens o Galdós. Basta con recordar el homenaje que hacía a ambos en su tetralogía. Zafón nunca se avergonzó de escribir para el público, mientras que otros escritores se vanaglorian de escribir para sí mismos (¿o sus camarillas?) en un esperpéntico espectáculo de onanismo literario.

El tercer cuento, Una señorita de Barcelona, arranca como si fuese uno de las tragedias macabras de Edgar Allan Poe: un fotógrafo hace pasar a su hija por la hija muerta de un acaudalado matrimonio para llevar a cabo una farsa que convertirá a la joven en un espejo de la oscuridad de los personajes que la rodean. En una Barcelona donde se llevaba a cabo la fotografía post mortem, este sutil juego podría haber sido germen de una historia mayor. Puede que el desenlace no le haga justicia, pero el punto de partida y la trama se antojan muy interesantes y posee imágenes muy potentes.

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San Jordi se enfrenta al dragón en Rosa de fuego, otro de los relatos de Carlos Ruiz Zafón. / Pixabay.

Y, acto seguido, con Rosa de fuego, Zafón rinde tributo a Barcelona, a la fiesta de San Jordi, al placer de los libros y, sobre todo, al significado de los dragones, seres que le encantaban y los cuales coleccionaba en figuras, ilustraciones... Todos aquellos que hemos vagado alguna vez por Barcelona durante la insigne fiesta del libro y la flor, nos encandilaremos con esta carta de amor que escribe Zafón hacia la magia que es una buena historia. Muchos consideran a Zafón un escritor de bestseller y no saben dónde colocarlo en la estantería; puede que haya que empezar a hacerle hueco en las estanterías de terror o fantasía. Y esto no es un menosprecio, quien lo piense se equivoca. Rosa de fuego puede que sea el cuento más fantástico de todos y parece un material perfecto para ser ilustrado y compartido en la fiesta de San Jordi.

Otro homenaje de Zafón lo vivimos con El Príncipe de Parnaso, que se atreve a fusionar elementos de la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados con el famoso escritor Miguel de Cervantes. Es un ejercicio divertido, que no debe ser tomado demasiado en serio por los estudiosos de Cervantes, no vaya a ser que les dé un patatús. Aquellos que decidan no someterlo a un aire analítico que podría echarlo a perder y decidan sumarse a la parte más sentimental y visceral, disfrutarán de él, porque Zafón decide contarnos un pacto diabólico del escritor de Alcalá de Henares y unirlo al legado de su magna biblioteca de libros perdidos. Muchos de los relatos de La ciudad de vapor rescatan pasajes y personajes de su tetralogía, incluso a medio camino entre el juego y la broma. Zafón le da un curioso origen al Cementerio, su magna biblioteca, donde llega a señalar que, bajo ella, yacen los restos del gran Miguel de Cervantes, que, en la aventura relatada por Zafón, se enfrenta al mefistofélico Andreas Corelli.

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Cervantes y el Quijote también aparecen homenajeados en uno de los relatos de La ciudad de vapor de Carlos Ruiz Zafón. / Pixabay.

Con más guiños prosigue el libro y en este caso lo hace con Leyenda de Navidad, que toma los elementos a los que nos tiene acostumbrados Zafón (misterios, muertes, oscuridad, fantasmas…) y los que rodean el famoso Canción de Navidad de Charles Dickens. Lejos de recurrir a una enésima versión, con sus fantasmas y sus redenciones, aquí crea un cuento oscuro sobre estas fiestas, donde Barcelona no muestra piedad y donde la nieve bien podría ser ceniza de los condenados. Una interesante reinvención del clásico.

Más popularidad en los medios que han hablado de este libro ha tenido Alicia, al alba, que retorna a la obsesión de Zafón con el misterio y la muerte. A un niño le encargan robar un collar, pero la revelación sobre la dama que lo lleva hará que la trama se acerque a un terror muy clásico, quizá más marcado por la nostalgia o la melancolía que por el auténtico miedo. En algunos pasajes, me ha recordado al Óscar Drai de Marina, regresando a la siniestra mansión de la protagonista, para devolver el reloj robado que comienza esa maravillosa novela.

Otra constante de Zafón fue hablarnos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, sobre todo en el período previo a la Guerra Civil y el posterior, con el franquismo. De eso va Hombres de gris, que es, quizá, el relato más realista de la colección. Persigue a un sicario cerca del estallido de la sublevación franquista y cómo le encargan eliminar a su antiguo maestro. Una obra fatalista, oscura, que sirve como despedida de un monstruo que vivió mejores tiempos que fueron, por supuesto, en el pasado.

Sobre la muerte y el pasado habla también La mujer de vapor, que carboniza la vida de un hombre que halla consuelo entre las vidas destruidas de los que lo rodean. El protagonista logra refugio en un antiguo edificio que esconde un misterio sobre el pasado. ¿Cuál será el precio? La mujer de vapor bien podría haber formado parte de alguna antología de género fantástico sobrenatural. Cuenta con un final sorpresa que es mejor no vislumbrar, solo leer, y, por supuesto, disfrutar.

En Gaudí en Nueva York, comprobamos que, si a Zafón le gustaban los laberintos, también le encantaban las catedrales y la Sagrada Familia impone su imagen sobre toda Barcelona. Quien haya visitado esta hermosa ciudad, sabrá de la importancia de Gaudí en ella. Excéntrico y barroco, capaz de llevar su visión a una urbe llena de contrastes, esta obra nos presenta a un traductor de Gaudí que viaja hasta Nueva York con él para encontrar a una misteriosa dama que podría darle la posibilidad de completar su catedral. Una vez más, volvemos al tema mefistofélico y cómo el arte puede hacernos inmortales, porque cualquier artista que consiga que su obra le trascienda, que sea descubierta por otros, habrá logrado volver a escribir a través de otros, aunque ya se haya marchado.

La ciudad de vapor concluye con una despedida: Apocalipsis en dos minutos, que nos narra el fin del mundo y, como antes del fin, podríamos hallar esperanza en una dama, que bien podría ser el ángel exterminador… o un demonio, pero ¿qué más da, cuando se puede amar antes de morir? ¿Qué más da cuando podemos hacer que, durante un segundo, nuestra vida merezca la pena? ¿Qué más da cuando podemos lograr que nuestro corazón lata una vez más antes de que deje de hacerlo para siempre? Todo un cántico al presente frente a las tinieblas del tempus fugit.

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La ciudad de vapor de Carlos Ruiz Zafón juega con varios elementos del cuento gótico, como son las apariciones de damas fantasmales. / Pixabay.

Zafoniano

En una entrevista en la web Arcadia, el editor de Zafón comentaba lo siguiente sobre lo que supuso su literatura:

«Su cuarteto de novelas, El Cementerio de los Libros Olvidados, que dio inicio con La Sombra del Viento, se ha convertido en un clásico de nuestro tiempo, en cuyo centro está la defensa de la memoria y la humanidad, simbolizadas por la biblioteca inexpugnable, frente al olvido y la brutalidad. Comparado a Borges, Eco o Dickens, hoy ya se ha acuñado el adjetivo “zafoniano”. Su literatura fascinó a millones de lectores de todas las culturas y consiguió la admiración de la crítica más exigente».

Imitado por varios, alcanzado por ninguno, odiado por muchos (pero no en un número tan ingente como aquellos que lo amaron -no obstante, ahí están sus más de quince millones de ejemplares vendidos-), Zafón es un escritor popular en el mejor sentido de la palabra. En uno de sus cuentos, escribió que «A veces un escritor necesita quemar mil páginas antes de escribir una que merezca la pena». Zafón las quemó, él mismo ardió en cada una de sus páginas que, lejos de convertirse en cenizas, se convierten en faro de muchos que amamos las historias.

Y como si esta reseña fuese un laberinto, volvemos a la entrada. Decía Charles Baudelaire sobre Poe que:

«En esta literatura, en la que el aire está enrarecido, la mente puede sentir esa vaga angustia, ese miedo propenso a las lágrimas y ese dolor de corazón que habitan los lugares inmensos y únicos. Pero la admiración es más fuerte, y además, ¡el arte es tan inmenso!».

Podríamos decir lo mismo de Zafón y su literatura.

 La ciudad de vapor es una triste despedida, pero sus recuerdos permanecerán como los recuerdos de un amigo inolvidable. Los «Griswolds» no vencerán, pues nunca aprendieron que la muerte jamás detiene a los grandes escritores y Zafón era uno de ellos.

Hasta siempre, Señor de la Niebla y los Dragones.

“Un poeta es la única criatura que recupera la visión con los años”- Carlos Ruiz Zafón.

 

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Portada de La ciudad de vapor de Carlos Ruiz Zafón. / Editorial Planeta.

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