Escribir como única excusa ante la que no sabemos qué ocurrirá y qué no. Fuente. |
Stephen King escribió en su obra Misery sobre su protagonista, Paul Sheldon, un famoso escritor: "Sabía muy bien que no estar seguro de las cosas, dudar de ellas, era un rincón del purgatorio reservado a los escritores que iban a toda marcha sin tener ni idea de adónde se dirigían".
Y yo, que muchas veces me pierdo hablando de estructura, en el fondo también soy un enamorado de ese purgatorio donde todo es posible, donde podemos escribir lo que más nos guste en el momento oportuno y donde también lo podemos fastidiar todo. A lo mejor, hemos juntado quinientas páginas y, de pronto, no sabemos hacia dónde va la historia (porque nunca lo hemos tenido excesivamente definido), la abandonamos y acabamos teniendo un genial montón de tiempo perdido (aunque entiendo que de todo lo que escribimos se aprende). Intuición, ¿qué es la intuición en este punto salvo una brújula que esperamos que funcione?
La incertidumbre del antes y el mientras
¿No es curioso cuando en las películas, los escritores, se ponen a escribir su novela de la noche a la mañana, sin esquemas ni nada, a lo loco? ¿Qué clase de idea romántica es esa? Pues porque quizás es más romántico enfrentarse solo a un ordenador o una máquina de escribir, que ir lleno de papeles con lo que va a ocurrir o lo que no... ¿No?
Abandonando el tema romántico, la incertidumbre en la literatura es para mí una de sus principales gracias, porque es igual que la vida en ese punto: todo, bueno o malo, podría recogerse en nuestras páginas. Podría suceder cualquier cosa y podría sorprenderte tanto como sacar una mala tirada o una muy buena en una partida de rol. Y cabría destacar que, hace poco, descubrí que hay escritores que utilizan dados para decidir los eventos de su novela o si algo le sale bien o no a su personaje. ¿Por qué no dejar sueltos a esos seres que nos acompañan, a esa fortuna y desgracia? Eso es un poco como jugar a la ruleta rusa. No sabes qué pasará a partir de ahí, pero también es un auténtico desafío y me gustaría alguna vez practicarlo. Es como si el dios en el que se convierte el autor dejase a la fortuna decidir lo que va a pasar, ¿y ese no es un ensayo de la vida? Aunque podemos caer fácilmente en el deus ex machina, si nos sale un uno que significa que tenemos que matar al personaje o un nueve y resulta que debemos dejar vivo a ese bastardo. No obstante, es un método interesante.
La suerte puede acompañarte y eso ocurre incluso cuando te documentas sobre el mundo real y hallas información que encaja perfectamente con la trama que tenías preconcebida. Aún recuerdo aquella historia en la que pensaba usar un dragón en una montaña muy lejana y resulta que el nombre de esa montaña real se traducía como dragón... la realidad pareció moldearse aunque fue pura coincidencia.
No es que esto que este contando sea un secreto, pero si os gusta, os lo podéis aplicar (lo de la fresa, digo). Fuente. |
La incertidumbre de nosotros mismos
En todo este post, he hablado de la incertidumbre en la propia novela, pero también existe, quizás, una más poderosa: la incertidumbre externa, que puede resumirse en dos grande preguntas: primero, ¿seré capaz de terminar mi novela? Segundo, ¿mi novela será leída por alguien y le gustará?
La primera pregunta es ardua y supone un pacto con uno mismo de que, pase lo que pase, no dejarás a esos personajes y esa historia en la nada. Muchos escritores, dejamos historias a medias. Para algunos, es su maldición. Sin embargo, con el tiempo, he decidido asumir un cambio de actitud que es: no dejo historias por el camino, solo aplazo el hecho de continuarlas. Me permite dormir más tranquilo mientras mis personajes, en la lejanía (y merecidamente), me llaman de todo.
Eso sí, debo reconocer que aprendemos (y mucho) de lo que acabamos (y no solo literariamente), sino para seguir ampliando horizontes, porque bien me temo que repetiremos temas, hechos, personajes... en otras historias, si siempre dejamos nuestras obras inacabadas y somos incapaces de comprender, de un modo estanco, que lo que se acaba suele suponer un adiós a algunos conceptos, lo que evita que nos repitamos (hasta cierto punto. Nuestro estilo y preocupaciones siempre estarán ahí).
Ni que lo digas. Fuente. |
La incertidumbre del después
La segunda cuestión, si le gustaremos a los demás, me parece terrible, pero guarda un secreto: puedes ignorarla y dejarla de lado. Si te obsesionas demasiado con las críticas, perderás un tiempo maravilloso que podrías "gastar" escribiendo, viviendo, haciendo cualquier cosa... ¿Recordáis el primer capítulo de la tercera de Black Mirror, Nosedive? Pues algo así.
Vale, siempre que escribimos, esperamos que esa historia en la que ponemos tanto de nosotros le guste a alguien. Pero resulta liberador cuando no se piensa en ello y se escribe directamente lo que uno quiere escribir. Sin pensar en éxitos o en derrotas, solo escribir lo que nos apetece. Después, la novela saldrá al mundo y ya se sabrá. Tendrás críticas malas (algunas, a cuchillo) y otras buenas (que te sabrán, por desgracia, a menos por tu carácter), pero, en el fondo, tienes que aceptar que escribes porque es lo que te gusta, no porque los demás acepten o no lo que escribes. No necesitas la opinión de los demás para reafirmarte en que escribir te gusta, porque esa es tu valía: te gusta escribir y lo seguirás haciendo y eso no lo va a cambiar nadie.
Por el camino, cada vez que se acerque alguien interesado por tu obra te preguntarás a ti mismo: ¿soy un fraude? ¿No se decepcionarán? ¿Qué dirán? Y eso es inevitable. Neil Gaiman y Amanda Palmer hablaban de que siempre sentían que eran un fraude, que alguien algún día se daría cuenta de que no eran tan buenos y la Policía del Fraude aparecería en casa, les diría que ya no podían ser artistas y que se buscasen un trabajo serio. Me temo que es algo que todos sentimos.
En resumen, la incertidumbre es como la vida: un fruto de casualidades, coincidencias, fortuna y desgracia que nos acompañan en el recorrido de la sangre y la tinta. Y solo nosotros sabremos si es un purgatorio, un cielo o un infierno.
Cada vez que me siento a corregir mi novela (la incertidumbre sobre si la acabaré la he desterrado, por suerte) es una pequeña ruleta rusa. Según el día, mientras corrijo y reviso pienso "esto es el mayor pedazo de mierda que se ha escrito JAMÁS", mientras que otros, esos días luminosos y positivos, me inclino a pensar que no está nada mal.
ResponderEliminarUn coñazo, vamos.
Si te sirve de consuelo, a mí me pasa de un día a otro mientras escribo. 😂
EliminarPor la noche, tras juntar palabras, me digo: "esto es bueno. Sigue así" y, al día siguiente, me dan ganas de quemarlo.
Al final, no sabes si es una cuestión de perspectiva, optimismo o engañarse a uno mismo.
Pero si te gusta escribir, tampoco es que tengas otra opción, como dejar de hacerlo. Te gusta y seguirás. No hay más.
Mucho ánimo con la corrección y la escritura. Sin duda, lo peor para mí es ese proceso de corrección. Con Devon, creo que superé perfectamente las veinte, entre las del año pasado y este (además de pantalla, impreso, corrección en ebook, en libro de prueba, etc.). El horror.
Al final la mayor incógnita es: ¿por qué no se suicidan más escritores?
EliminarCon el proceso de corrección tengo una relación de amor odio. Por un lado me sirve para ver con perspectiva y distancia cosas que en su momento me gustaron y que ahora considero cuestionables. También me vale como método para despejar la mente, porque después de estar más de un año escribiendo, no hay nada como sentarse y, simplemente, leer y corregir, sin romperte el coco con esa trama que no encaja o ese diálogo que no sabes cómo abordar. Cuando corriges, lo peor ya ha pasado, y aunque no puedas bajar la guardia sí que te puedes permitir ir más relajado.
¿Lo malo de corregir? Pues, paradójicamente, que no estás creando y te aburres más.
No se suicidan porque el precio de la soga, la cuchilla, los medicamentos o las balas se eleva por encima de sus posibilidades, jaja.
EliminarBien visto el tema de la corrección desde esa perspectiva.