Esta crítica de American Horror Story: Murder House, la primera temporada, fue escrita junto a Pedro de Mercader y la recupero ahora, aprovechando la reciente festividad de Halloween.
La primera temporada de American Horror Story marcó un inicio para una serie que ha buscado reinventar el terror en cada una de sus temporadas. Fuente. |
“¿Qué es un fantasma?”, se preguntaban al principio de El Espinazo del Diablo. Guillermo del Toro resumía así una de las cuestiones más antiguas de nuestra naturaleza.
Cuando el ser humano empezó a contar historias, seguramente no tardó en encontrar una de las emociones más atávicas del ser humano: el miedo. Pese a la sensación de desasosiego que nos puede causar el terror, no es extraño, por otro lado, que también nos enganche con cierta morbosidad. Por eso, siglos y siglos después, el ser humano sigue contando historias de miedo y si no véase la serie American Horror Story.
Todos los lugares contienen recuerdos. En muchos de ellos, se han cometido atrocidades. Estos enclaves quedan marcados por la impronta de actos que podríamos llamar inhumanos, pero viéndolos con la mente fría, son bastante humanos por desgracia. Esa huella eterna con forma de espectro o energía negativa no puede marcharse de ese lugar el cual vuelve inhabitable para atormentar a los vivos, porque ¿qué tienen estos para merecerse seguir respirando y no los otros?
Célebres en Estados Unidos son los hogares en los que supuestamente se producen estos sucesos paranormales, todavía sin explicación, como la casa de Amytiville, la casa Lalaurie o hasta en la mismísima Casa Blanca. Con mayor o menor repercusión, los incidentes extraordinarios acontecidos en las casas encantadas no dejan de suceder. ¿Falsos o reales? Eso es otra cuestión, pero sea como sea, es buen material para historias y de ahí tenemos filmes como Poltergeist: fenómenos extraños (Poltergeist, Tobe Hooper, 1982) o La mujer de negro (The Woman in Black, James Watkins, 2012).
Con toda seguridad, los guionistas tras American Horror Story, Ryan Murphy y Brad Falchuck se fijaron en su alrededor e investigaron sobre los monstruosos hechos que pasaban en estos sitios: qué los produce, la magnitud de las manifestaciones, las consecuencias para los habitantes… Y muchas veces, debido a su continuo guiño a otras creaciones, la fuente de documentación tuvieron que ser famosas películas, porque así es cómo nace American Horror Story, como un cuento que sirve de compendio de las figuras claves del cine de terror, mezclándolas con nuestros miedos cotidianos.
Evan Peters encarna al siniestro Tate, un adolescente lleno de secretos. Fuente. |
Dando vida a una historia de terror
American Horror Story se compone de diez capítulos de una duración que ronda entre la hora o los cuarenta minutos. Comienza con un prólogo donde muchas veces nos remontamos al pasado para conocer un asesinato ocurrido en la protagonista de la historia: la Casa de los Crímenes. Tras estos preliminares, a veces mejores y otros reiterativos, tenemos los créditos que nos llevan a las entrañas de este siniestro lugar... y comienza la pesadilla con las imágenes del estudio de David Nalle y una banda sonora siniestra que busca que no podamos dormir. Esa es la carta de presentación de American Horror Story, pero ¿qué hay más allá de ella? Para empezar, un gran reparto.
Tenemos espíritus y demonios rondando la Casa de los Crímenes, pero el verdadero terror suele surgir de lo más mundano, de los vivos. Todos los personajes de esta obra son bastante humanos y reinciden en aquello que decía el escritor Neil Gaiman de que no conocía ninguna familia que no fuera desestructurada. En este caso, conocemos a la familia Harmon que llegan a la casa esperando reconciliarse a través de un cambio radical de sus vidas. Toda la primera temporada la viviremos a través de ellos.
La madre es Vivien Harmon (Connie Britton) es probablemente el personaje más inocente y el que peor lo va a pasar a lo largo de la serie. Una sufrida mujer que debe digerir la infidelidad de su marido y tratar de volver a amarle. A través de los diez capítulos de la primera temporada vivirá experiencias traumáticas tales como ser violada, ser secuestrada, internada… Y mientras lo peor que puede pasarle es el bebé que alberga en sus entrañas. ¿Qué pasará con él? La serie toca así un miedo tan humano como el del temor al nacimiento de un hijo y que este no resulte ser como lo esperábamos, algo que supo deformar bastante bien Roman Polanski en La semilla del diablo (Rosemary´s baby, 1968).
El padre de familia es Ben Harmon (Dylan McDermott) un psicólogo con ciertas debilidades, que harán que no solo rompa su familia sino degradarse moralmente. A pesar de tener buenas intenciones, tiene una fuerza de voluntad muy voluble, lo cual le llevará a repetir los mismos errores constantemente. En este personaje no es raro encontrar un claro guiño al Jack de El resplandor de Stephen King o la película dirigida por Stanley Kubrick, que encumbró a Jack Nicholson como uno de los rostros de la locura en el séptimo arte (el Jóker, Alguien voló sobre el nido del cuco, Mejor imposible...).
La hija del matrimonio Harmon es Violet (Taissa Farmiga), una adolescente inteligente cuya principal característica es su tristeza. En la joven encontramos un carácter bastante extremo, pero muy humano. Todos en nuestra adolescencia nos podemos reflejar en mayor o menor medida en el personaje. En esta muchacha encontramos, sin duda, un guiño a todos esos adolescentes malditos del cine de terror como Jóvenes ocultos (Lost boys, Joel Schumacher, 1987) o a la joven Lydia de Beetlejuice.
Con permiso del suertudo perro de la familia Harmon, nos encontramos con una serie que sabe trazar importantes secundarios que entrarán e influirán en los venideros acontecimientos de la familia.
Para comenzar tenemos a Tate (Evan Peters), un trágico villano que guarda muchas sorpresas, pasando de ser portador de una extraña bondad a una especie de mal encarnado. La media naranja de Violet tenía que ser él, uno de los pacientes de su padre, cuya pesadilla es que, mientras escucha el Twisted Nerve, entre en su instituto y maté a todos los estudiantes que se crucen en su paso. La gran química entre los intérpretes, Peters y Farmiga, hacen que nos interese esta historia de amor que podría haber acabado siendo digna de un libro romántico de portada negra y roja, pero es algo más.
Tate y Violet, dos caras de la misma moneda. Fuente. |
Punto y aparte para la formidable Jessica Lange en su papel de Constance Langdon, compleja y oscura, que no es otra cosa que el rostro del fracaso: una actriz que no logró triunfar porque lo sacrificó todo por un hombre, un hombre que no la amaba y que le fue infiel con la asistenta. Perdió a sus hijos, a cada cual de manera más traumática. Pero es una luchadora y una persona que siempre trata de sobreponerse a todo eso, como podemos ver en ese maravilloso monologo final que precede a su última escena del capítulo décimo. Al principio, Langdon nos parece una vecina arpía superficial, pero bajo ella esconde bastante profundidad al reivindicarse como superviviente de una historia de violencia que no cesa aunque ella lo desee. El espectador no sabe si odiarla, quererla o sentir lástima por ella. Tampoco qué misterios esconde del todo para ver a los fantasmas y saber cómo manipularlos (¿bruja acaso?).
A destacar un Denis O´Hare como Dos Caras o mejor dicho Larry, que poco a poco es un personaje que tiende a desinflarse hasta ser dueño de un final algo acelerado y poco acertado para un villano que apuntaba maneras. No podemos olvidarnos de uno de los personajes más llamativos y nos referimos a esa sirvienta, Moira O´Hara, condenada a ser un monstruo, un súcubo ante los hombres: una mujer hermosa y sexualizada hasta la fantasía más morbosa (encarnada por Alexandra Breckenridge), cuando en realidad es una anciana (Frances Conroy) que cometió errores y aún busca unirse a su moribunda madre.
Por otro lado, tenemos a una cantidad innumerable de espíritus que habitan por la Casa del Crimen. Este cierto overbooking está bien llevado dependiendo del inquilino, aunque brilla con luz propia esa joven que pierde la razón, Hayden (la fantástica Kate Mara), y ese malévolo vecino Chad Warwick (Zachary Quinto, el Sylar de Héroes) que logra a la vez no caer en la caricatura, un acierto.
Durante el transcurso de los diez capítulos, el espectador tiende a pensar qué tiene ese lugar para siempre acabar de una manera tan siniestra. ¿Nadie ha pensado en quemar ese lugar, destruirlo de alguna manera...? Seguramente, no podría. Nadie puede acabar con los males de esa casa, porque seguramente lo traen sus inquilinos.
No importa. Todos esos fantasmas fueron personas que vivieron, sufrieron, causaron daño y murieron en esas paredes. En la Casa, veremos cómo algunos espíritus no son conscientes de estar muertos, otros son espíritus que solo quieren hacer la vida imposible, algunos incluso quieren ayudar a los nuevos inquilinos y hay varios que buscan superar los traumas de sus vidas inexistentes ya. Todos tienen en común: el tener que estar viviendo toda la eternidad en esas cuatro paredes malditas. Quieran o no, ese es su destino.
Jessica Lange demostró su valía como intérprete a lo largo de las temporadas de American Horror Story, consagrándose desde la primera, como la siniestra vecina. Fuente |
Contando historias de miedo
La dirección de American Horror Story apuesta por algo ágil, con numerosos cortes que hacen que la atención del espectador no decaiga. En esas secuencias, hay espacio para el homenaje o el salto temporal a la hora de aclarar o reivindicar la trama que nos cuenta. Mientras, apuesta por una estética oscura, recargada, que busca crear un atmósfera insana. Esta no es una casa normal, si no que el aspecto es un reflejo de toda la maldad que habita en ella. Lo sabemos desde la primera vez que la vemos y es algo que se refuerza con los ángulos de cámara que buscan crear extrañeza.
Por mucho que los Harmon cuando llegan quieran cambiar ese hogar para tratar de hacerla menos lúgubre, no lo logran. Como dice uno de los personajes, “esta es una casa con personalidad” y los Harmon están condenados a no lograr hacer desaparecer el mal de esa casa. Como curiosidad, no es raro que este hogar sea en realidad la mansión Rosenheim, que ya viésemos en un capítulo de Halloween de la mítica Buffy Cazavampiros.
No podemos olvidarnos de lo más importante, el guion. Interesante, valiente, rebuscado e intrincado es poco que decirle a este cuento de fantasmas. No solo es una fábrica de personajes memorables, si no que la historia de esos personajes resulta interesante al espectador. Aquí surge el primer elemento que separa en este análisis las opiniones de sus autores.
Para Pedro de Mercader, el guion es una mezcla de géneros muy ambiciosa, pero que no decepciona y llega a buen puerto en un guion sin fisuras y muy consistente, a pesar de los numerosos detalles y recovecos que incluye esta perversa historia. American Horror Story da una vuelta de tuerca necesaria al género de terror, que no lograba destacar en nada en los últimos años en el cine, pero parece que sí en televisión con propuestas como esta. Lejos de películas clónicas, la serie nos da algo muy ambicioso y a la vez humano: el terror está en cada uno de nosotros. El miedo se encuentra a través de los vivos, la familia, la pérdida del amor, la infidelidad, la locura, el desgaste de los lazos afectivos, las promesas rotas, los deseos incumplidos, la muerte… Y todo eso, pese a sus guiños a El Doctor Frankenstein (Frankenstein, James Whale, 1931), La semilla del diablo o La Profecía o los padres lunáticos como El resplador, American Horror Story es capaz de hallar una identidad propia.
Para Carlos J. Eguren, American Horror Story nos entrega una trama truculenta que, por desgracia, después de los magníficos dos episodios de Halloween, puede que tire excesivamente hacia el culebrón más forzado, inspirado en la telenovela Sombras Tenebrosas, y nos dé un final digno de Bitelchús (Beetlejuice, Tim Burton, 1988), donde varios elementos no encuentran el mejor desenlace posible. Se aprecia que el miedo venga muchas veces de los vivos y un tema, a veces, tabú como el sexo, aunque en otras ocasiones uno lamenta que se tenga que reivindicar una mentalidad retrógrada para causar terror (véase cómo los que practican el aborto se convierten en monstruos). Los guiños a las bandas sonoras de Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker´s Dracula, Francis Ford Coppola, 1992) o Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960) divierten eso sí al espectador que le gusta este género, al igual que los tópicos y demás que toca la serie en su argumento, y reconozcamos que sabe lucirse, por ejemplo, en el segundo episodio durante la presentación del violador, continuando con los imitadores de asesinos. No se pedía originalidad extrema, pero sí un buen plan para atar todos los cabos y, por desgracia, muchos de ellos quedan mal (el Dos Caras), se olvidan (lo tangible de estos fantasmas), se juega con ellos (los adolescentes vengativos) o se salta lo esperado (el tema del Anticristo que parece algo más que forzado). Por tanto, con el desenlace, nos queda cierta sensación agridulce.
Donde sí está de acuerdo los autores de esta crítica es que, a pesar de que esta temporada no contenga los mayores logros de American Horror Story, ese honor de momento pertenece a la excelente segunda temporada. En la primera temporada hallamos ya alguno de los aciertos como esos personajes memorables o esa sordidez a la que se agrega la versatilidad de los creadores, que no son otros que los creadores de ese musical adolescente que es Glee.
En resumen, American Horror Story es una serie interesante, muy entretenida, que da una vuelta de tuerca un género que parece estar en las últimas, y muy recomendable para estos tiempos de celebración del terror en los que nos encontramos, la época de Halloween, aunque el miedo es algo que se puede experimentar todo el año. Eso dice que estamos vivos, ¿no?
Los especiales de Halloween son uno de los puntos fuertes de la temporada de American Horror Story. Fuente. |
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