Cuando vivimos bajo la sombra de 1984

 


 

«Guerra es Paz. Libertad es Esclavitud. Ignorancia es Fuerza».

Detesto profundamente a los realistas que menosprecian el género fantástico hasta cuando sus ensayos deterministas no dejan de ser fruto más de la imaginación que de esa simulación compartida que es la realidad. La fantasía, como siempre digo, no deja de ser una gran metáfora sobre nuestra realidad. Y dentro del fantástico, está el terror y la ciencia ficción. La primera sirve para tratar el tabú y el miedo, la segunda para tratar de todo eso más la incertidumbre del qué será y del qué pudo haber sido. Es más, la ciencia ficción es una enorme metáfora que, en realidad, más allá de naves, robots o inventos imposibles (por el momento) nos habla de nuestro mundo actual. Y en ese ¿y si…?, sorprendentemente llega a ser más incisiva que la mayoría de la literatura realista.

La necesidad de 1984

De ahí que una obra como 1984 de George Orwell, pese a que vaya acercándose al centenario poco a poco, siga siendo un texto de una clarividencia desconcertante. No solo nos habla de un régimen autoritario que lo controla todo, sino también de la destrucción del lenguaje, máquinas que escriben novelas, la deshumanización de cada uno de nosotros… y estos temas están tan vigentes como cuando se escribió en 1945… o incluso más, porque vivimos en ese mundo tras el 1984 real, donde hemos sido testigos de cómo existen personajes como Winston, que reescriben nuestra realidad a través de la llamada posverdad, que no deja de ser un cruel ejercicio de doble pensar.

El mundo del Hermano Mayor

1984 es la historia de un hombre gris, Winston, que vive en un mundo controlado por el Partido y su Hermano Mayor (o Big Brother). Como el Montag de Fahrenheit 451, en Winston despiertan dudas que acabarán siendo encarnadas en un posible rebelde, O’Brien, y en la joven Julia. Sin embargo, por mucho que la sombra del enemigo, Goldstein, y su Libro se conviertan en una fuerza más de la historia, al final solo queda un mensaje desolador que no culmina en la última página, sino que continúa en nuestro mundo real, cuando miramos a través de la ventana o leemos un periódico.

George Orwell nos advirtió en 1984 del peligro de los autoritarismos. El auge del nazismo de Hitler y el comunismo de Stalin le llevó a pensar que no era imposible que ese horror se repitiese en el futuro. Como en Rebelión en la granja, la crítica de Orwell se centra en socialismo tergiversado y convertido en una sátira de la que solo queda un nombre despojado de significado. El socialismo inglés de 1984, no obstante, podría servir para cualquier régimen actual, porque el fascismo o cualquier movimiento autoritario, lejos de morir, está en auge.

El Hermano Mayor (Big Brother), una figura omnipresente y casi divina, representa el control absoluto en la sociedad de Oceanía. Es imposible no ver su reflejo en tantos dictadores que han torturado el siglo XX y XXI, se les llame dictadores o no. Su imagen, constantemente observando desde pósteres y telepantallas, infunde miedo y lealtad forzada entre los ciudadanos. Su omnipresencia asegura que nadie se sienta libre de pensamiento o acción, convirtiendo al Hermano Mayor en el símbolo de la opresión y el control. La idea de que “El Hermano Mayor te observa” es un recordatorio constante de que toda acción y pensamiento están bajo supervisión, eliminando cualquier posibilidad de resistencia auténtica.

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Desde la censura hasta la «cultura» de la cancelación, además, encontramos un ejercicio de doble pensar y eufemismos. No es extraño que, tras el adoctrinamiento de marras al que se nos somete, encontremos que ya no es raro que tengamos el Ministerio del Amor o el Ministerio de la Paz al orden del día, con nombres de comités y ministerios cada vez más ridículos. Además, no es tampoco extraño que se esté reescribiendo nuestro pasado: acaso, ¿no se ha propuesto reescribir a Roald Dahl por considerarlo dañino? Acaso, ¿no hubo cierta escritora española que abogaba por prohibir la lectura de Lolita? Acaso, ¿no usamos eufemismos más dañinos que la realidad con tal de persistir en una sociedad decadente donde se habla de lo «políticamente correcto» cuando en realidad se habla de adoctrinamiento?

¿Y si ya vivimos en el mundo de 1984?

Si a todo esto se suma que con el auge de la IA, la destrucción del lenguaje (ya de por sí sometido a un tercer mundo semántico desde hace tiempo) y la creación de un pasado escrito a merced del poder se vuelve inevitable. Con el auge de ChatGPT o Midjourney, las webs se han llenado de desinformación. Ahora, cuando buscamos un cuadro de DaVinci no es extraño encontrar una IA que ha «creado» una obra siguiendo lo que considera que es DaVinci. ¿Cuántas generaciones tendremos que sean capaces de discernir si es cierto o no? Porque ahora mismo, enseñar pensamiento crítico en un sistema como este, donde se premia lo fácil y rápido, parece un imposible. Del mismo modo, siempre se ha dicho que los vencedores son los que escriben la Historia. Esto nunca ha sido más cierto que ahora. Cualquier evento podría alterarse ya fuese por medio de texto o grabaciones hechas por una IA cada vez más terroríficamente sorprendente. No tardaremos en ver al político equis declarando una guerra. Y si el espíritu crítico se convierte en un fantasma, no sería raro que la gente lo crea.

A muchos les sorprende que Julio Verne viese la posibilidad del uso de un cohete para llegar a la luna o que Ray Bradbury vislumbrase el auge de la telebasura y la ignorancia imperante, pero puede que sea Orwell el que ha logrado dejarnos con una mayor sensación de cinismo y desasosiego a través de las páginas de un libro tan fundamental en su época como ahora.

El legado de 1984

Es imposible no encontrar ecos del siniestro mundo de 1984 a nuestro alrededor. Autores como Alan Moore lo usaron de inspiración para V de Vendetta y es famoso el intento fallido de David Bowie de convertir el libro en un musical (la esposa de Orwell no lo permitió), pero basta con ver cómo es nuestro mundo para comprender que más allá de la ficción, el mundo se ha visto inspirado por Orwell… y no precisamente para lo bueno. Que haya en España un programa de telebasura que lleva el nombre del «mal» de este libro y que haya sobrevivido incluso a que permitiesen grabar la violación de una de sus participantes, nos hace pensar en la vileza del ser humano. Como si de un capítulo de Black Mirror se tratase, el poder tomara tu deseo de «rebelión» y lo convertirá en un producto con el que lucrarse y continuar adelante. Esa es la historia.

La misma vileza que retrataba con un carácter meditabundo y profundamente duro el escritor inglés. Pocos han logrado escribir con más acierto la deriva social de nuestro mundo y cómo la población se ha conformado con convertirse en prole y sacrificar el pensamiento propio en pos de las mentiras de los políticos de turno y otros amantes de las botas militares.

¿Por qué leer 1984?

Vivimos en un mundo sombrío donde ya no es posible odiar al Gran Hermano, solo amarlo… A menos que seamos capaces de tomar libros como este y recordar que Orwell nos advertía, que no había escrito una hoja de ruta para cumpliésemos al pie de la letra la creación de un mundo tan siniestro y lúgubre como el que se retratan en sus páginas.

1984 es una advertencia poderosa sobre los peligros de los regímenes totalitarios que buscan el control absoluto sobre la sociedad. George Orwell utiliza una combinación de vigilancia extrema, manipulación del lenguaje y represión emocional para ilustrar cómo el control totalitario destruye la individualidad y la libertad. Su mensaje sigue siendo relevante en la actualidad, y su obra nos insta a cuestionar y proteger los derechos y libertades personales, para evitar caer en los mismos errores de la sociedad opresiva que tan vívidamente describe.

Mientras tanto, buenas noches al Hermano Mayor y al Partido. Saludos a V y su vendetta.

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