Dune Prophecy tenía todo para ser un desastre de proporciones épicas: recasting a última hora, una huelga de guionistas que dejó el guion para el arrastre cuan gusano de Arrakis en medio de una tormenta de arena, y un cambio de título que, francamente, parecía un intento desesperado de desmarcarse de los problemas de producción. Y sin embargo, contra todo pronóstico, la serie ha resultado ser sorprendentemente… correcta. No perfecta, no brillante, pero lo bastante entretenida como para ganarse una renovación.
La resurrección de Dune
Las dos películas de Denis Villeneuve han hecho por Dune lo que los gusanos de arena hacen por Arrakis: ¿devorarlo todo? No, revivir una saga que había ido quedando relegada pese a su legión de fans. Lo que comenzó como una obra de ciencia ficción literaria casi inadaptable de Frank Herbert se ha convertido, gracias al renacer cinematográfico, en una franquicia que sigue creciendo más allá de la adaptación de David Lynch o las miniseries.
Dune Prophecy es el último intento de exprimir el potencial de esta saga, ambientada nada menos que 10.000 años antes de los eventos originales y con las hermanas Valya y Tula Harkonnen como eje de una serie de intrigas y profecías. Recordemos que ellas son las que siembran profecías sobre elegidos y alteraran todas las tramas para que confluyan en el futuro que ellas están dibujando. Esto queda mejor que decir que las Bene Gesserit son las Jedi entrenadas por Maquiavelo.
Juego de Tronos en el desierto (pero con menos dragones)
No se puede hablar de Dune Prophecy sin mencionar su ADN claramente influenciado por Juego de Tronos. Desde actores hasta una banda sonora que busca ser épica a lo Ramin Djawadi, la serie bebe directamente de la fuente del culebrón dinástico de Westeros. ¿El resultado? Bueno, no alcanza el nivel de intriga política ni la profundidad narrativa de Juego de Tronos, pero eso no quiere decir que no sea entretenida.
Al contrario, su ritmo más despendolado y menos solemne que las películas de Villeneuve hace que sea más accesible para el espectador que busca algo menos pesado. Y es que siempre he pensado que Villeneuve tiene una concepción de Dune cercana a la que tuvo Christopher Nolan de Batman: quiere adaptar la obra original, pero volviéndola más seria y eliminando todo el tono pulp. Sin embargo, Dune Prophecy lo abraza y no pasa nada. ¿Que a veces roza el culebrón? Sin duda. ¿Que funciona? También.
No olvidemos que el estreno de Star Wars en 1977 nos enseñó a dividir la ciencia ficción de la space opera. Una intenta crear un mundo posible a través de avances científicos o posibilidades; la otra no deja de ser una telenovela. Y es que Star Wars tuvo una fuerte influencia de Dune y la serie, curiosamente, regresa a ese concepto de space opera sin sentir ningún tipo de vergüenza.
¿Encaja en el universo Villeneuve? Aquí es donde Dune Prophecy divide opiniones. Aunque mantiene ciertos elementos visuales, como el diseño de las naves y algunos aspectos del vestuario, el tono y la dirección se sienten alejados de las películas de Villeneuve. La serie de Diane Ademu-John parece más un spin-off que un complemento directo, lo que puede resultar frustrante para los puristas. Sin embargo, también es esta falta de solemnidad lo que permite que la serie encuentre su propia voz.
Lo mejor: el reparto
El verdadero pilar de Dune Prophecy es su elenco. Emily Watson y Olivia Williams brillan como las hermanas Harkonnen, Valya y Tula, cargando con las emociones y la ambigüedad moral que sus personajes exigen. Las actrices jóvenes que interpretan sus versiones juveniles, Jessica Bardem y Emma Canning, están a la altura, aportando frescura y dramatismo en igual medida (mucha gente ha comentado que es más interesante la parte del pasado que la del presente). Por otro lado, Travis Fimmel, con su Desmond Hart, demuestra que sigue siendo el caradura carismático de siempre, aquí como un fanático enloquecido que se roba cada escena mientras nos hace acordarnos del papel de su vida: el Ragnar de la magnífica Vikings.
No todo el reparto sale tan bien parado. Mark Strong, como emperador, y Sarah-Sofie Boussnina, como su hija Inez, intentan dar profundidad a la subtrama dinástica, pero en ocasiones se quedan en el cliché, con conflictos que no terminan de despegar debido a un guion que nunca los explota del todo bien. Es una pena, porque estos personajes podrían haber añadido más capas al universo.
Lo peor: ritmo irregular y un final atropellado
A pesar de sus virtudes, Dune Prophecy tiene problemas evidentes. El ritmo es pausado, lo que no sería un problema si, paradójicamente, no se dieran pinceladas demasiado breves en temas que merecían un tratamiento más profundo. Esto se hace especialmente evidente en el último capítulo, donde la narrativa se apresura a cerrar tramas dejando al espectador con una sensación de coitus interruptus. Es como si alguien hubiera dicho "¡Rápido, que nos quedamos sin presupuesto!" justo antes del rodaje del final.
En definitiva, Dune Prophecy no es la obra maestra que podría haber sido, pero tampoco es el desastre que muchos temían. Es un culebrón espacial entretenido, con un reparto que lo da todo y momentos que destacan a pesar de sus problemas estructurales. Si eres fan de Dune, merece la pena darle una oportunidad, aunque solo sea por ver cómo las Harkonnen forjan su destino entre intrigas, fanatismos y profecías. Y quién sabe, quizás la segunda temporada logre aprovechar mejor el potencial de esta historia. Por ahora, al menos, hay razones para quedarse en Arrakis.
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