Reseña de Un mago de Terramar de Ursula K. Le Guin
«Para oír, hay que callar». Ogión.
Preámbulo
Un mago de Terramar fue la novela con la que Ursula K. Le Guin inauguró su ciclo de historias sobre un mágico Archipiélago habitado por magos, mortales, dragones y sombras. No es sencillo reseñar una obra así, una de las que cambia para siempre un género, aunque sea con un estruendoso «silencio».
Me fascinan las obras de fantasía que albergan grandes verdades. Pese a la gran metáfora que sostiene la ficción, en obras como Un mago de Terramar encuentro ideas que adopto como parte de mi filosofía. Estas ideas son ideas que han profundizado en nuevas novelas, películas, cómics… del género, aunque Terramar sea desconocida para el público mayoritario.
En este primer volumen, durante una charla de su protagonista con los hermanos de su mejor amigo, se vierte la idea de que la palabra supone la vida y la luz, mientras que el silencio es la muerte y la oscuridad. Puede que el lector de esta reseña que no haya disfrutado de esta obra arquee una ceja al encontrar una idea tan baladí (a simple vista), pero aquel que la descubre a través de Le Guin descubre una de las grandes verdades de la creación y la vida.
Esa es la parte de la magia de una auténtica escritora y de una gran obra de apenas ciento setenta páginas, pero que, sin duda, no es tan solo una de las grandes obras de la fantasía, sino una de las grandes obras de la Historia de la Literatura.
Un mago de Terramar es una de las grandes novelas del siglo XX, no solo de la fantasía, género que ha marcado profundamente, sino en general. Share on XUn mago de Terramar
Un mago de Terramar consagró a Ursula K. Le Guin como una autora sumamente original, capaz de jugar con los tropos de la fantasía y plasmar una visión del género fuera de lo común.
La historia de la primera novela comienza con el joven Dunny, un niño que descubre su don para la magia a través de su tía, una bruja, y de cómo se enfrenta a la amenaza de unos invasores que intentan saquear la aldea de pescadores donde vive.
Es entonces cuando el hechicero Ogión toma a Dunny como aprendiz y le ayuda a descubrir su verdadero nombre: Ged Gavilán. Es entonces cuando emprende un entrenamiento que lo conducirá hasta el punto en que decide convertirse en alumno de la escuela de hechicería de la isla de Roke.
Será allí donde conocerá a los Nueve Maestros de la Magia y emprenderá la búsqueda de los nombres auténticos de todo lo que existe, nombres que hacen posible la magia. También es en este enclave donde hará amistad con otro alumno, Algarrobo, pero también se enfrentará al erudito y aristocrático Jaspe.
Sin embargo, Ged, sabiendo de su grandeza, orgulloso y ebrio de poder, aceptará un desafío que le llevará a liberar un poder terrible, uno que desencadenará las tinieblas.
Débil y marcado por las cicatrices, Ged huirá de la Sombra que ha traído a Terramar hasta que comprende cuál es su camino.
Una vez se ha intentado escapar, el único modo de vencer es enfrentarse a aquel que te persigue, ser la víctima que se convierte en cazador…
«El sabio no pregunta, y el necio pregunta en vano».
El origen de Terramar
A mediados de los ’60, Herman Schein de Parnassus Press, el editor de las obras de la madre de K. Le Guin, le propuso que escribiese una novela para adolescentes. La escritora no estaba muy convencida de la idea (tras tantos rechazos editoriales, que una le propusiera que le escribiera algo le resultó insólito), pero empezó a darle vueltas. Era una gran amante de la fantasía desde que era una niña, ¿podría escribir para los más jóvenes sobre el género que tanto amaba?
Por aquel entonces, Le Guin ya era una autora marcada por su visión filosófica de la vida. Aparte de por El Señor de los Anillos, se sentía fascinada por las historias clásicas sobre brujos como Merlín o el mismísimo Gandalf, aquellos ancianos de largas barbas y sombrero picudos que sabían todo sobre todo y hablaban siempre con enigmas y acertijos.
Y fue entonces cuando una pregunta cruzó su mente: ¿cómo esos magos llegaron a convertirse en lo que eran? ¿Cómo fueron de jóvenes? ¿Dónde aprendieron a utilizar sus poderes? ¿Existía acaso una escuela para magos? Desde ese punto de partida, la creadora empezó a imaginar la historia de un joven mago y su viaje hasta convertirse en el Archimago de Terramar.
«Para ser el hombre que puede ser, Ged tiene que descubrir quién y cuál es su verdadero enemigo. Tiene que descubrir lo que significa ser él mismo. Eso requiere no una guerra sino una búsqueda y un descubrimiento. La búsqueda lo lleva a través del peligro mortal, la pérdida y el sufrimiento. Ese descubrimiento le trae la victoria, el tipo de victoria que no es el final de una batalla, sino el comienzo de una vida».
Ged no sería un personaje perfecto: es un niño que desea ser poderoso, que tiene una enorme hambre de conocimiento, pero que en su arrogancia fracasará y quedará marcado por dicho fracaso. Su arco de evolución irá sobre perdonarse a sí mismo y afrontar aquello que no es capaz de aceptar. ¿Puede haber lección más importante que esa?
Más allá de la guerra simplista
La filosofía y el aire oriental impregnan toda la obra, añadiendo conceptos como el Equilibrio. Le Guin, seguidora del taoísmo, plasmó una visión más profunda de la realidad, lo que aportó un componente distinto a la literatura de fantasía que se escribía en ese momento. Una idea interesante es que Terramar no va de la lucha del Bien contra el Mal, sino de una cuestión más interesante: trata sobre nosotros mismos.
«La guerra como metáfora moral es limitada, limitadora y peligrosa. Al reducir las opciones de acción a una guerra contra lo que sea que sea, divide el mundo en Yo o Nosotros (buenos) y Ellos o Él (malos) y reduce la complejidad ética y la riqueza moral de nuestra vida a Sí/No, Encendido/Apagado. Esto es pueril, engañoso y degradante. En las tramas, evade cualquier solución que no sea violencia y ofrece al lector mero consuelo infantil. Con demasiada frecuencia, los héroes de tales fantasías se comportan exactamente como los villanos, actuando con violencia sin sentido, pero el héroe está en el lado correcto y, por lo tanto, ganará. La razón hace la fuerza. ¿O la fuerza da la razón?».
Como autor, pienso que esta visión de Le Guin debería ser rescatada. Tanto en la fantasía más pulcra como en la más sucia, el concepto de la guerra siempre está presente y todo parece reducirse a grandes guerras apocalípticas. En Terramar no hay nada de eso, en Terramar el militarismo artúrico queda desterrado como queda desterrado que el héroe deba ser un asesino que mata a monstruos bajo argumentos pueriles.
Además, el viaje de Ged es un viaje de crecimiento, un bildungsroman al que se agrega la capa de aprendizaje en una escuela, aunque sea de magia. Le acompañamos desde su niñez hasta la vida adulta, con todos los cambios que supone. No será un viaje sencillo, pero ¿cuándo lo es?
Luz y oscuridad
«Encender una vela es proyectar una sombra».
Sin caer en el terreno de una alegoría pueril, incluso en las historias más pequeñas de sus páginas (esas apenas atisbadas en un parrafo), extraemos significados. Por ejemplo, cuando los magos toman el cuerpo de un animal, corren el peligro de olvidar su auténtica forma. Podemos entender que, cuando fingimos ser otros, podemos olvidarnos de quienes realmente somos. ¿No es crucial que lo tengamos en cuenta?
Para los escépticos, la filosofía de Terramar no está vacía ni es de baratillo. Utiliza arquetipos como la sombra o el cazador para reflejar la maravilla y lo que realmente quiere contarnos. Poseemos una historia entretenida y colmada de grandes instantes, como el encuentro con el dragón de Pendor, tan deudor de la conversación de Bilbo con Smaug en El Hobbit, pero también hallamos enseñanzas que no caen en lo doctrinal más simplista.
«La luz es un poder. Un gran poder, que hace posible nuestra existencia, pero que existe por sí misma y más allá de nuestras necesidades. La luz del sol, en los días y los años, la vida es. En un lugar oscuro, la vida puede llamar a la luz, nombrándola».
El viaje de Ged es un viaje sobre superar un trauma. El protagonista huye al principio de su Sombra (ese concepto sobre el que tanto habló Jung). Paga la arrogancia con cicatrices, con pérdidas como la del Archimago, con miedo y debilidad por su fracaso. Es un joven que se ha roto por un error. Su arco de evolución le lleva a comprender que su única manera de vivir de nuevo es enfrentarse a esa Sombra. Eso le llevará a tener varios encuentros y derrotas frente a la oscuridad. ¿Qué es esa Sombra? ¿Es un espectro? ¿Es su oscuridad? ¿Es la depresión? ¿Es la muerte?
Por ello, por las capas y capas de lecturas que podemos extraer, Un mago de Terramar es de mis aspectos favoritos de la novela. No es en absoluto una obra vacía, un simple escenario de frías maravillas de oropel, sino que encierra docenas y docenas de enseñanzas sin sacrificar el sentimiento de sorpresa y extraordinariedad.
«Yo creo que este viaje está conduciéndolo a la muerte, de eso tiene miedo, y sin embargo sigue adelante».
El poder de K. Le Guin
Por si alguien lo dudaba, Ursula K. Le Guin es una escritora magnífica. Conoce el sentimiento, pero también la técnica. En Terramar, utiliza la prolepsis para adelantarnos varias de las grandes aventuras que vivirá en el futuro Ged, quien está destinado a ser el Archimago más poderoso de Terramar. Esa idea nos hace pensar en una cronista que escribe sobre un personaje real, olvidado en los albores de los tiempos, como sería Ged.
Además de la prolepsis, la madre de Terramar es capaz de utilizar una de las técnicas que solo los mejores artistas controlan: la capacidad de que el lector pueda evocar grandes historias. Le Guin no se pierde en innumerables páginas de explicaciones con complejo de Wikipedia, sino que es capaz de hacernos soñar. El lector puede imaginar qué ocurrió en Pendor cuando los dragones tomaron el reino o descubrir los secretos de Havnor. Puede pensar en las aventuras no contadas sobre Ged en la escuela o puede pensar en los secretos que se guardan en cada una de las islas de Terramar. En resumen, Le Guin nos da el mayor regalo: la capacidad de imaginar.
Pese a que he leído algunas reseñas que se quejan del ritmo… No va a ser el caso de esta crítica, ya que considero a Le Guin una autora con una gran habilidad para centrarse en lo importante: construye su mundo en los párrafos justos y poco a poco, como ella misma reconoce, descubre la historia de sus personajes y las islas que recorren (su mapa es fundamental para entender cómo el tema de la insularidad marca a sus personajes). Para mí, frente a los devaneos de otros autores modernos, esto es un regalo.
La escritora no necesita de descripciones vacuas con retahílas de nombres que suenan a letras caídas al azar o intentos de atragantar a quien los intente pronunciar. Cada una de ellas es fundamental y se centra también en elementos como el viento. Más de una vez cita que no hay viento en determinado momento y sabemos que es porque Ged va a enfrentarse a una amenaza, por ejemplo. Los símbolos no son simples en esta novela.
Tampoco hay diálogos insustanciales. Su propia obra defiende que la palabra pronunciada debe ser utilizada cuando realmente es importante y eso hace que sus personajes hablen cuando es necesario. Podemos fijarnos que, cuando no aparecen en algunos enfrentamientos, es porque es el efecto que busca causar la novela. Lo que es innegable es que la filosofía del libro es que el silencio es la muerte y esto lo vemos reflejado cuando Ged se enfrenta a la sombra. Lo hace sin diálogos salvo en la última ocasión, lo que argumentalmente da toda una capa de significado ha dicho diálogo.
En cuanto al papel de la mujer en Un mago de Terramar, la propia Le Guin reconocería que era uno de los puntos más débiles de las primeras historias y, mediante la deconstrucción, la escritora replantearía el papel de Serret y otras mujeres del ciclo, haciendo que las mujeres cobren gran importancia en las últimas obras de la saga.
En conclusión, nada es azaroso en las islas de Teramar, porque Le Guin es una grandísima autora, capaz de dotar a su obra de su filosofía (sin caer en lo panfletario). Vemos su perspectiva del mundo en una obra que no crea en enfrentamientos banales y en teorías simplistas como el bien y el mal. Aquí es distinto.
Las adaptaciones de Terramar
Un mago de Terramar fue adaptada a formato televisivo y a película de animación a comienzos del siglo XXI. Sobre la adaptación televisiva, es bochornosa. Apenas conserva un pálido toque de la novela. Con solo ver los primeros minutos, cualquier lector sabe que no está ante Terramar, sino ante un grotesco espectáculo que no conserva nada del espíritu de la obra de la escritora. Una lástima.
En cuanto a la película de animación, Le Guin vendió los derechos a los Estudios Ghibli tras sentir que ellos podían llevar a la gran pantalla sus libros. En su día, rehuyó la idea, pero El viaje de Chihiro o La princesa Mononoke le hicieron cambiar de idea. El problema fue que no fue Hayao Miyazaki el encargado de dirigirla, sino su hijo, Goro. El resultado de la película fue bastante frío (al propio Hayao Miyazaki no le gustó) y Le Guin le diría a Goro que era una buena película, pero que no era su libro.
Sin embargo, es curioso que uno de los aspectos más interesantes de Terramar no lo hayamos visto directamente en una adaptación… sino en una película sobre una galaxia muy, muy lejana. Nos referimos, como es evidente, a Star Wars. El sentimiento de derrota de las últimas obras del ciclo se ve en Los Últimos Jedi de Rian Johnson, con un Luke que podría recordar a Ged. En Entertainment Weekly señalaron esta influencia y otras que ha tenido la saga de Le Guin sobre la cultura pop.
La otra «sombra» de Terramar
Más allá de las adaptaciones frustradas, sin Un mago de Terramar sería imposible comprender muchas obras venideras, sobre todo en cuanto al desarrollo del sistema de magia basado en los nombres. Lo vemos en ese pastiche que fue Eragon de Christopher Paolini, pero también en El nombre del viento de Patrick Rothfuss.
Este sistema de magia basado en conocer el auténtico nombre de los objetos, animales, personas y cosas para poder «controlarlos» es fascinante y Le Guin no lo emplea como una fuerza terrible, sino como parte de su mundo. Donde otros habrían caído en el delirio, Le Guin lo emplea como filosofía.
«Solo en el silencio la palabra, solo en la oscuridad, la luz, solo en la muerte la vida; el vuelo del halcón en el cielo vacío».
Es imposible no mencionar, además, el concepto de la escuela de magia. Si bien hubo otras antes, fue la Escuela de Roke la que popularizó la idea. El propio Terry Pratchett, más allá de la Universidad de Mundodisco, jugaría con algunos de los conceptos de Terramar en novelas como Ritos iguales, donde enfrentaba a la joven Esk a un mundo de magos machistas y la propia Esk olvidaría recuperar su forma tras tomar prestado el cuerpo de un ave (algo similar le ocurre a uno de los personajes de la novela de Le Guin).
Pero, sin duda, la escuela de magia más célebre de los últimos años es Hogwarts y es innegable la sombra que hay de Ged sobre esa idea, por mucho que J. K. Rowling reniegue de la fantasía, acto por el que varios autores del género no tragan a la escritora superventas y sobre lo que opinó Le Guin en uno de sus grandes y temperamentales ensayos.
Enfrentarse al racismo
Allá por 1967, Un mago de Terramar resultaba subversiva de un modo «silencioso». No era su principal trama, pero era una cuestión que aparecía explícita en la obra: Ged no era blanco. Terramar estaba habitado por personajes morenos y negros. Ahora no resulta tan extraño como entonces, pero a mediados de los ’60, en uno
Sin embargo, el color de piel intentó ser «disimulado» por las editoriales que temían que fuese un descalabro por no tener un protagonista blanco. No sería hasta la ilustración de Ruth Robbins que Ged tendría el color de piel con el que es descrito en los libros.
«Mi historia no siguió la tradición. Sus elementos subversivos atrajeron poca atención, sin duda porque fui deliberadamente asusta al respecto. Muchos lectores blancos en 1967 no estaban listos para aceptar a un héroe de piel morena. Pero no esperaban que surgiera uno. No lo convertí en un problema al respecto, y debes estar metido en el libro antes de darte cuenta de que Ged, como la mayoría de los personajes, no es blanco.
Su gente, los nativos del Archipiélago, tienen varios tonos de piel cobriza y marrón, que se oscurecen hasta ser negro en el Confín Austral y de Levante. Las personas de piel clara entre ellos tienen antepasados del lejano norte o kargos. Los asaltantes kargos en el primer capítulos son blancos. Serret, que tanto como niña como mujer traiciona a Ged, es blanca. Ged es marrón cobrizo y su amigo Algarrobo es negro. Estaba rompiendo la tradición racista, estaba haciendo una declaración, pero la hice en silencio y pasó casi desapercibida».
Años después, Le Guin realizaría también el cambio de óptica sobre el papel de la mujer en sus novelas. De ser secundarias e incluso traicioneras, pasarían a ser protagonistas cada vez más importantes en sus novelas. Es así cómo Terramar se reivindica como una obra rompedora, abierta y capaz de evolucionar, siendo tremendamente moderna para su época.
La originalidad de Ursula K. Le Guin
Un cuento de Terramar es una historia de diez capítulos de unas quince o veinte páginas donde se nos cuenta más que en muchísimas otras largas e interminables sagas de miles y miles de páginas que invaden las estanterías de la sección de fantasía de nuestra librería favorita en estos días que vivimos.
Por ejemplo, tiemblo al pensar cuánto le habría llevado a Patrick Rothfuss contar todo lo que cuenta Ursula K. Le Guin en menos de doscientas páginas. La autora es capaz de narrarnos la infancia, la adolescencia y el comienzo de la vida adulta de Ged en ese número de páginas; Rothfuss ha necesitado dos mil páginas para contarnos un par de años de la vida de Kvothe. La comparación no es simplista.
Mientras que Rothfuss se ha convertido en el supuesto rey de la fantasía, Ursula K. Le Guin no necesitó de campañas de marketing para convertirse en una gran escritora. Donde Rothfuss mata su historia al narrar todo o casi todo, dejando poco espacio para que el lector imagine y cree su propia obra, Le Guin es capaz de narrar en un párrafo años y años, aventuras y aventuras, que mediante alusiones, prolepsis y analepsis nos hace imaginar. Eso hace que Le Guin no nos dé un mundo cerrado, sino que nos dé una semilla que haga germinar bosques de fantasía en nuestra imaginación. Y no hay mayor regalo que ese, como ya he dicho.
Lo que es cierto es que Ursula K. Le Guin siempre fue una autora temperamental. Lo vemos en sus compendios de ensayos como El idioma de la noche o en discursos como el que dio cuando recibió cierto premio y que aprovechó para quejarse del sector editorial. Nunca se conformó con lo que se le daba ya dado.
En el más que recomendable documental Los mundos de Ursula K. Le Guin, se profundiza en su pensamiento, colmado de sus propias ideas deudoras del taoísmo. Para ella, enfrentar al héroe contra el mal con forma de monstruo o ejército despiadado, condenar la fantasía a la guerra, es un acto vil que estropea el género. Eso hace que sus novelas sean muy distintas a las habituales dragonadas.
«—No suele suceder —dijo Ged— que los dragones pidan favores a los hombres.
—Pero es muy común —respondió el dragón— que los gatos jueguen con los ratones antes de darles muerte.
—Pero yo no he venido aquí a jugar, ni a que jueguen conmigo. He venido a cerrar un trato».
Conclusiones
Terramar ha contado con varias ediciones que han compendiado varios de los libros. A finales de 2020, Minotauro publicó una edición con todos los libros y cuentos del ciclo que incluye además los prólogos y epílogos de Le Guin, fundamentales para comprender su obra. A esta edición de tapa dura con sobrecubierta se agregan las ilustraciones de Charles Vess, uno de los colaboradores habituales de Neil Gaiman. Se agradece que el dibujante respete las descripciones de Le Guin, ya que otras editoriales habían insistido en el whitewashing: Ged y compañía tienen la piel negra, mientras que los únicos blancos son los conquistadores; otras portadas y dibujos no lo habían respetado. Le Guin se alegró de cambiarlo.
El poder, la tentación. La luz, la oscuridad. La palabra, el silencio. Sin duda, Un mago de Terramar es una obra magnífica, colmada de grandes ideas, que en su dicotomía se convierte en una de las obras maestras de la literatura.
«—¿Cuándo comenzará mi aprendizaje, señor?
—Ya ha comenzado —respondió Ogión.
Hubo un silencio, como si Ged estuviera callando algo. Al fin, dijo:
—¡Pero si aún no he aprendido nada!
—Porque no has descubierto lo que estoy enseñándote —respondió el mago […]».
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