Cuando Shirley Jackson nació, su madre la consideró una desgracia que acabó con la felicidad de su matrimonio y, a lo largo de los años, la joven Shirley creció entre libros, imaginando y escribiendo historias, mientras vivía una existencia triste de la que solo encontraba escape mediante la literatura. Más tarde, cuando se casó y tuvo hijos, nunca tuvo la comprensión de su esposo y solo encontró el consuelo en los relatos y las novelas que escribía. Falleció con tan solo 48 años. En su carrera nos dejó con obras como Siempre hemos vivido en el castillo, La maldición de Hill House o una serie de relatos tan espléndidos como Charles o La lotería.
Al hablar de Shirley Jackson, hablamos de una autora que mediante su propia voz fue capaz de darle un enfoque único al terror psicológico, sintiéndose más apegado a la ambigüedad de Henry James que al jump scare tan habitual del cine actual. Que la reciente serie de Netflix sobre La maldición de Hill House haya conseguido que su obra se recupere en nuestro país es todo un logro que agradecer a la Editorial Minúscula. Dentro de Cuentos escogidos, se incluye un ensayo donde la autora da consejos para todos los que deseen escribir, a provechando el interés que sentía su hija Sally hacia las letras. Son consejos llenos de fuerza, muy útiles y que he querido recuperar en esta sección donde cada viernes hablo de autores como Clive Barker, Stephen King, Anne Rice, Terry Pratchett o, esta semana, Shirley Jackson. Escuchar a estos genios de la literatura nos inspira y nos ayuda a mejorar. Espero vuestras opiniones en los comentarios y que os sea de utilidad.
Empezamos el repaso.
1. La suspensión de la credibilidad
Shirley Jackson dejaba claro que, en su ficción, el escritor
es el rey, pero el lector no creerá absolutamente todo lo que le cuente.
«Recuerda, tu historia es un trato complicado con el lector».
Y lo es, sin duda.
Si vamos a la Poética de Aristóteles, con la que nace el
primer atisbo del estudio literario, hay una parte donde el pensador habla
sobre la verosimilitud de las historias. No todas tienen que ser realistas,
pero sí acordes a una serie de reglas que vayan a favor de una lógica interna
por descabellada que sea; sacar cuestiones de la manga, hace que el lector
pueda decir hasta aquí a nuestro libro.
No olvidemos el horror del deus ex machina, esos finales metidos a calzador que hacen referencia a ese dios que aparecía en los desenlaces de las malas obras teatrales griegas y que llegaba gracias a una máquina escondida en el escenario. Puede
estropear una buena historia.
«Sin embargo, mientras la historia siga adelante, tú eres el jefe. Tienes derecho a pensar que el lector aceptará la historia en tus propios términos. Tienes derecho a pensar que el lector, por más perezoso que sea, hará uso de un mínimo de inteligencia mientras lee».
Puede que esto último, con el lector medio, en nuestra
época, haya cambiado (si se me permite la malicia).
La nueva serie de Netflix ha conseguido que las editoriales españolas como Minúscula recuperen el libro. Fuente: Minúscula. |
2. La dura competencia del escritor
Si una cuestión me gusta de este ensayo de Shirley Jackson
es cómo nos deja claro que los escritores nos enfrentamos a una gran variedad
de posibilidades de ocio que pueden hacer que nuestro lector pase de nosotros.
Ya no estamos en el siglo XVIII, XIX ni comienzos del XX,
cuando la novela gozaba de un gran esplendor que la convertía en el gran
recurso de entretenimiento del público. Ahora existe Netflix, Internet, redes
sociales y otras cuestiones que harán que tu libro riña con una salvaje competencia.
Desde su perspectiva, Shirley Jackson ve al escritor como
alguien que tiene que ganarse la atención de un lector que seguramente tenga
mejores cosas que hacer que escucharle. Jackson habla de los deberes del
escritor y del lector en el pacto que firman:
“Tu parte del trato es jugar limpio y mantener su interés, su parte del trato es seguir leyendo. Es terriblemente, terriblemente fácil dejar una historia a medio leer y ponerse a hacer cualquier otra cosa»
3. No confundas a tu lector
Seguramente, llevado por tus horas de estudio literario,
pensarás en Joyce, Faulkner, Apollinaire y otros autores que rompían con todo
lo establecido continuamente. Bien, antes de ser como ellos, quizás debas saber
que existen una serie de preceptos que, más tarde, podrás romper. Una vez los controles o los conozcas, haz lo que quieras. Recuerda que Picasso controlaba la pintura de un estilo más realista antes de ir evolucionando hacia el cubismo.
El planteamiento de la autora de Siempre hemos vivido en el castillo es el siguiente: tu historia debe tener una tensión superficial, que puede
tensarse considerablemente pero no romperse; no puedes despedazarla en una
amalgama intrincada sin articular. Jackson advierte de los flashbacks (analepsis), el
sermón, cambiar el foco de un personaje a otro… Cada uno de estos trucos, hace
que el lector pueda sospechar y, si salen mal, dejar de leer.
«Si un movimiento se hace necesario e inevitable […], deja que el lector avance contigo; no lo sacudas de un modo abrupto de un lugar a otro; en otras palabras, deja que tu historia se desarrolle del modo más natural y sencillo posible, sin viajes secundarios a bellos parajes innecesarios».
Pensemos que Gabriel García Márquez o Julio Cortázar
tuvieron que dominar bien la narrativa a través de los cuentos para luego
atreverse a romper la estructura y la trama lineal en sus obras más aplaudidas.
Son trucos y puede que no te salgan bien a la primera. Los magos practican.
La idea es la siguiente: no confundas a tu lector. Jackson advierte de que un lector
confundido es un lector hostil. Y eso no creo que nos interese. Tampoco convertirnos en los seres más simplistas del mundo. Escribir es
seducir, como dicen algunos, o, al menos, intentar que el lector no te parta la
cara porque piensa que le tomas por tonto.
«No pretendas que [el lector] adivine por qué hace algo un personaje o el motivo de determinado comentario; quizá quieras que se detenga y piense un instante; si es así, deja muy claro que todo se arreglará más adelante».
¿Te gusta el misterio? Bien, he aquí una forma de no confundir al lector: Jackson dice que se pueden usar semillas, hechos que llaman
la atención del lector porque parece que no tienen sentido… Pero luego, hay que
explicarlo o corremos el riesgo de que el lector se enfade. Básicamente, lo que
no hicieron los guionistas de Lost.
Los hermanos que protagonizan la versión en formato de serie del libro. Fuente: Netflix. |
4. Ritmo, descripciones y diálogo
Ya a mediados del siglo pasado, la autora se percató del
cambio en la recepción de las obras literarias por parte del lector. El público
tiene menos tiempo y el escritor, aparte de mantener en vilo al que lo lee, debe
comprender los cambios sociales. Puede que en el siglo XIX, no todo el mundo
supiese cómo era determinada cuestión (un castillo, un volcán, un barco, la industria ballenera, un templo sionista), pero
hoy, a través del cine o Google sí podemos saberlo. Puede que sea más
interesante describir otras cuestiones o, si hacemos una descripción, hacer una
buena descripción que merezca ser leída.
“Si quieres que tu lector vaya cada vez más deprisa, haz que tu escritura vaya cada vez más deprisa”. Frases cortas, puntos, comas… todo funciona. Y las frases más largas pueden ayudar a que el ritmo se ralentice.
Siguiendo con el ritmo, Shirley Jackson habla de que hay que
evitar los puntos muertos que no hagan progresar tu historia y que también debemos
liberarnos de los clichés, de los movimientos torpes, de aquello que no hace
falta.
Sobre los actos nimios como un personaje yendo de un lugar a otro,
Jackson recomienda que intentemos que estas acciones sean beneficiosas para la
historia... o los sacrifiquemos.
«Es cierto que en toda historia llega un momento en que tienes que rendirte y permitir que tu lector descubra el aspecto de algo, o que tu héroe o tu heroína digan buenos-días-cómo-estás-no-hace-un-día-precioso-qué-tal-tu-madre antes de que lleguen hasta el punto más importante de la historia, o al jardín de rosas».
Intentemos no alargar demasiado la llegada al jardín de
rosas con las descripciones y los diálogos. Recordemos que si una descripción
es un bloque aburrido, el lector se lo saltará. Si un diálogo es intrascendente
o lleno de verbos dicendi (lo más rebuscados posibles), igual. Entonces, ¿qué hacemos? Como en todo,
aprender de los mejores y, en este caso, recomendaría leer a… Shirley Jackson.
¡Vaya misterio! Pues no tanto, porque en La maldición de Hill House hace largas
descripciones llenas de recursos literarios que hacen que la casa tome forma y
sea un personaje más. Magnífico. En el caso de Siempre hemos vivido en el
castillo, Jackson es capaz de hacernos ver el mundo a través de los ojos de su
protagonista, Merricat, odiada por todo el pueblo, y cada uno de los diálogos merece la
pena. Y así podríamos hablar también de sus cuentos, donde no sobra ninguna
página, descripción ni diálogo.
a) Pintar con palabras: las descripciones
Sobre las descripciones, Jackson da otra idea: no deben caer
en el estatismo ni tienen que estar por estar, deben tener movimiento, ya que
este es la esencia da la historia. No hay que describir una silla, sino que la
protagonista vaya hacia ella y en sus acciones se refleje cómo es la silla. Estas
cuestiones recuerdo que me las comentó mi correctora en uno de mis manuscritos,
la idea de siempre dar movimiento al texto. Me gustó e intento hacerlo.
Por
tanto, por este motivo y otros a los que hemos hecho referencia, no es necesario describir nada que no necesite ser descrito.
La escritora no está en contra de las descripciones. Es más, habla de la idea de los bancos de tranquilidad,
bancos para que los lectores descansen tras diversos incidentes. Puede ser una
descripción tranquila o un párrafo claro y simple (pero también es partidaria de
atrapar al lector con una frase sorprendente, una yuxtaposición insólita o
dejar un enigma para que siga leyendo).
b) Algo más que el blablablá: los diálogos
Los diálogos son difíciles en una historia, Jackson lo
reconocía. Hay autores que son fantásticos para escribir una conversación, hacen
que sus personajes parezcan reales o, mejor, fascinantes. Recordemos la gracia de un buen Tarantino o
los diálogos del cine negro. Si nos fijamos en las novelas, incluso prescindir
de los diálogos quiere decirnos algo como hace Santiago Lorenzo en Los asquerosos. Pero, en caso de que queramos dar la
palabra a nuestros personajes, ¿qué hacemos?
«No basta con hacer que tus personajes hablen como suele hablar la gente, porque esta suele hablar de un modo extremadamente aburrido. […] Tu problema es hacer que tus personajes suenen como si fueran gente real hablando».
Jackson propone un ejercicio interesante para que veamos lo
diferente que es un diálogo real de uno escrito; nos pide que leamos en alto un
diálogo que creemos que está bien escrito, seguramente nos demos cuenta de lo
apartado que está de la realidad en comparación con uno auténtico.
Uno de los problemas habituales de enseñar a comunicar
oralmente a mis alumnos es hacerles comprender que por mucho que hablen, eso no
quiere decir que sepan hablar. Como es algo que, más o menos, hacemos desde
la niñez, eso nos hace pensar que lo hacemos bien. Lo siento, pero si algo me
enseñaron las clases de Filosofía es que hay que dudar de todo. Jackson también
lo dice, comenta que todos hemos hablado durante toda nuestra vida: sabemos
cómo se entona, el uso de frases cortas, muletillas, el uso de la conjunción
copulativa cuando alguien va a contar algo para que no le corten, la
reiteración del discurso oral tan poco económico… La autora defiende que en la expresión oral hay más economía, entre otras características.
«Tus personajes usarán frases cortas, y solo contarán historias largas en circunstancias excepcionales, e incluso entonces emplearán un lenguaje de estilo delicado y rítmico, nada puede acabar con un cuento de manera tan efectiva como un pesado que toma la palabra para hacer una larga descripción de algo que solo le divierte a él y nadie más. Un pesado es un pesado, tanto dentro como fuera de una página».
Otro consejo que da en cuanto a los diálogos es que
escuchemos a la gente cuando habla (esto creo que deberíamos hacerlo casi siempre), sus modos de halar, de pensar… Eso nos ayudará, aunque cuidado con el tema de la repetición que suele haber en nuestra lengua para dejar claro que el canal funciona. No hace
falta reiterar, ya que el lector presta más atención a lo que se dice en una
obra que a cuando se habla en la realidad. El que nos lee puede volver sobre lo escrito si se pierde.
Por último, sobre tanta cháchara, advierte lo siguiente
sobre las aclaraciones o los verbos dicendi, que ya mencioné anteriormente:
«Usa todos tus condimentos con moderación. No te molestes en hacer gritar, recitar, exclamar, subrayar, aullar, razonar, vociferar, o cualquier otra cosa por el estilo, a no ser que lo estés haciendo por una buena razón. Toda observación puede decirse».
Hay que tener cuidado con esas expresiones que se convierten en
distracciones, la escritora estadounidense advierte que el lector puede apartar
la cabeza al verlas pasar y puede que no vuelva la cabeza de nuevo para fijarse en el texto.
Una de las terroríficas apariciones de la serie. Fuente: Netflix. |
5. Personajes, esa gente que hace cosas
En el compendio de ensayos Leer como un profesor de Thomas
C. Foster se cuenta que en un escrito que se remonta a hace siglos, su autor se
quejaba de que todas las historias ya estaban dichas, que ya no podía hacerse
nada nuevo. ¿Derrotista? No creo.
Yo tenía un amigo guionista que, aparte de ser un amargado (por
eso era mi amigo), siempre me decía que todas las historias estaban contadas.
¿Y entonces? ¿Por qué escribía? Por los personajes. Aparte de cómo se narre una historia,
los personajes son los que hacen que la obra merezca la pena, los que avivan y hacen inolvidable un buen relato, por mucho que parta de una especie de gran mito compartido.
Pero ¿cómo podemos hacer que nuestros personajes sean diferentes? Mediante sus acciones, aspecto y pensamientos se consigue más que una simple descripción o una etopeya sencilla.
«Los personajes de tu historia serán, sin duda, independientes y muy distintos, a pesar de que no se le describan al lector necesariamente. Tú sabes cómo son y en qué difieren; casi cualquier lector tiene en mente, por ejemplo, la diferencia entre un héroe y una heroína. No se parecen, aunque tú seas el único que lo sabe. Tu lector lo imaginará; al fin y al cabo, ya ha visto a gente antes. No se visten igual, no suenan igual. Poseen pequeñas marcas discursivas, que surgen naturalmente de sus acciones y de sus personalidades y de su función en la historia».
En resumen, la forma de hablar o moverse describe mejor a
los personajes que su ropa.
Eleanor es un personaje fascinante creado por Shirley Jackson con una maestría digna de ser estudiada. Fuente: Pixabay. |
6. Recursos y formas de usarlos
Una de las finalidades de la literatura es crear placer
estético a través de la palabra y, para ello, se sugestiona al lector, pero
¿cómo? No solo por una buena historia, unos grandes personajes, hermosos
diálogos…, sino por algo evidente: buenos recursos literarios.
Metáforas, símiles, personificaciones, anáforas, aliteraciones…
Todos estos conceptos que llegamos a detestar un poco cuando estudiamos poesía
en el instituto funcionan si se explican como un juego o, mejor, como un truco de magia que hay que practicar. Sí, tienen nombres de
medicamento o palabras latinas raras que suenan a hechizos de Harry Potter,
pero son los que te van a permitir que tu texto logre su propósito. No, no te
digo que todo tenga que ser bonito, rosa y feliz, sino que incluso cuando
narres un hecho oscuro, esté bien escrito. Clive Barker o Jack Ketchum son
autores especializados en contarte hechos terribles con una hermosura magnífica
que hace que digas: «maldita sea, este condenado sabe escribir». ¿Y sabéis
quién más era capaz de esto? Shirley Jackson.
El lenguaje es flexible. Jackson anima a que lo usemos.
Habla de las diferentes dimensiones de las páginas: de su sonido, de su dureza,
su suavidad, su calidez, su frialdad… Pero cuidado con ciertos signos ortográficos o elementos que pueden dispersar o romper nuestro texto si la fastidiamos:
«Los signos de exclamación, la cursiva, las mayúsculas y, sobre todo, los dialectos, deben emplearse con una precaución extrema. Piensa en ellos como si se tratara de ajo, y utilízalos en consecuencia»
Así que… cuidado con el ajo… Repite. (Y más si eres un vampiro).
Y sí, aquí llega la consabida advertencia de todo post
literario (no, no es: no escribas, dedícate a otra cosa como a criar amapolas). Es las siguiente: como todos los escritores con experiencia,
Jackson advierte a los que están empezando de los traicioneros adjetivos y adverbios,
que deben usarse donde mejor encajen. Habla de no sobrecargar con adjetivos
para describir algo que el lector ya conoce. Yo te comento lo siguiente: un buen sustantivo no necesita un adjetivo o un buen verbo no necesita un adverbio que complemente su significado. Esto tampoco quiere decir que mates a los adjetivos y adverbios sin más.
Otro truco para sugestionar y que tiene que ver más con el nivel simbólico es el siguiente: Jackson habla de cargar una
palabra o frase de determinado significado que aparezca en la mente del lector,
como la taza de estrellas de La maldición de Hill House. Esto no es solo de Jackson. Casi todos los escritores usan símbolos: ¿qué representa el Anillo en la obra de Tolkien? ¿Qué representan las monedas que se le escapan al conde Drácula en su huida al ser atacado por Van Helsing y sus aguerridos compañeros? ¿Qué significa que la protagonista de Lo que más me gusta son los monstruos sea representada como una especie de niña lobo? Estos símbolos generan discusiones muchas veces a la hora de ser interpretados, pero no son baladíes para el lector ni para el escritor. ¿Y sabes qué es lo mejor? Que si puedes argumentarlo, la resurrección constante de las mujeres en la obra de Poe puede hablar del trauma de perder a su madre o la descripción de objetos pijos de American Psycho puede ser una crítica del consumismo del capitalismo salvaje de los yupies de los '80.
La casa de Hill House no es solo un personaje, sino también un símbolo en la novela de Jackson. Fuente: Pixabay. |
7. Cómo construir (la estructura)
«No pretendo explicarte cómo construir una trama. Tan solo recuerda que, principalmente, dentro de la historia y fuera de ella, vives en un mundo con gente».
Jackson recalca la valía de la simetría: acabar y terminar
un relato con la misma imagen. Si habéis leído La maldición de Hill House,
sabréis a qué se refiere. Pienso que encaja perfectamente. ¿Recordáis el
principio y el final de La broma asesina de Alan Moore o la imagen que se
repite en Watchmen? No sé si Moore ha leído a Jackson (imagino que sí), pero
como muchos autores tiene esta idea en la mente.
Por supuesto, Jackson habla de algo elemental: la importancia del principio
y el final. Un buen arranque hace que el lector siga leyendo y una buena
conclusión deja con buen sabor de boca, aunque yo soy de esos lectores que son
capaces de perdonar ciertos finales que no son muy buenos (sí, Apocalipsis de Stephen King, te miro a ti).
Por último, sobre este tema, hay grandes últimas frases que
pueden salvar una historia. Seguro que todos nos sabemos unas cuantas.
Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray:
En el suelo, vestido de etiqueta, y con un cuchillo clavado en el corazón, hallaron el cadáver de un hombre mayor,muy consumido, lleno de arrugas y con un rostro repugnante. Sólo lo reconocieron cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos.
Víctor Hugo en Los miserables:
Duerme. Aunque la suerte no le fue propicia, vivía. Y murió cuando perdió su ángel. La muerte le llegó sencillamente, como llega la noche cuando se marcha el día.
George Orwell en 1984:
Amaba al Gran Hermano.
José Saramago en Ensayo sobre la ceguera:
La mujer del médico se levantó, se acercó a la ventana. Miró hacia abajo, a la calle cubierta de basura, a las personas que gritaban y cantaban. Luego alzó la cabeza al cielo y lo vio todo blanco, Ahora me toca a mí, pensó. El miedo súbito le hizo bajar los ojos. La ciudad aún estaba allí.
Unas últimas palabras
En conclusión, todo lo que dice Jackson en su ensayo me
parece sumamente importante e inspirador, pero me gustaría añadir que considero
que deberíais leerla si no lo habéis hecho ya. Esta semana he escrito dos
reseñas de su obra y este texto y lejos de sentirme cansado, sigo con ganas de
leerla. Hay muchas grandes obras de Shirley Jackson que merecen ser
descubiertas. Y es una escritora que tuvo una vida cruel, pero halló en las letras una vía de escape, como muchos de nosotros, y dejó su alma en cada una de ellas. No lo olvidemos.
Otros consejos sobre escribir:
gracias por tus ensayo, es de gran ayuda y orientacion.
ResponderEliminarme gustaria preguntarte, que hay de las personas que desean escribir, pero ya estan en edad avanzada y se les hace dificil plasmar sus ideas en palabras.
Gracias a ti por leerlo.
EliminarSobre las personas que desean empezar a escribir, tengan la edad que tengan, creo que "El zen en el arte de escribir" de Ray Bradbury es una obra más que recomendable, que anima a que todos escribamos y plantea que escribamos, aunque sea un poco, todos los días para hacer que la escritura sea más fácil. También recomendaría los ejercicios de Rodari, como "La Gramática de la Fantasía".
Muchísimo ánimo y muchas gracias.
Genial, gracias por tu mensaje. Me encanto tu lectura.
EliminarQuiero preguntarte que recimendaciones me das para tener una narrative como la Gabriel Garcia y/o Julio cortazar. Me fascinated estilo de ellos.
Gracias
Muhísimas gracias a ti.
EliminarDe Gabriel García Márquez, aparte de sus obras más conocidas, te recomendaría "La hojarasca", su primera novela, que me gustó mucho.
De Cortázar, pese a la fama de "Rayuela", te recomiendo sus cuentos.
También te recomiendo los autores que influyeron a Márquez, como Faulkner, y dentro del "Boom", a autores como Borges y, fuera del Boom, a Alejandra Pizarnik.
Espero que te gusten sus obras. Cualquier cosa, aquí me tienes. ¡Saludos y gracias por el comentario!