Críticas de cine: Tenemos que hablar de Kevin, vida y muerte de una madre y su hijo


Si alguien me pidiese describir con una palabra la película Tenemos que hablar de Kevin mi respuesta sería decir la palabra “dolor” y, acto seguido, darle un puñetazo en el estómago para que se hiciera a la idea de lo que significa sumirse en una trama tan siniestra como la propuesta de la realizadora Lynne Ramsay.
Aquí hallamos la dureza y el sufrimiento desde el punto de vista de la persona a la que se debería odiar. De eso va Tenemos que hablar de Kevin, la historia de la madre de un asesino.
Tragedia y sordidez danzan macabramente cogidas de las manos mientras nos sumergimos en una historia que Ramsay convierte en una obra poética y simbólica donde el rojo y la mancha intentando limpiarse está presente desde el inicio, o incluso en los nombres (la madre se llama Eva).
El film reflexiona también sobre los errores. El personaje de Eva representa a una mujer incapaz de cargar con su dolor y su pecado, que acepta que acabará en el infierno si no es que ya está en él en vida. La actriz Tilda Swinton encarna uno de los papeles de su vida, sin duda.
Los diferentes Kevin con su madre.
Es un logro que Tenemos que hablar de Kevin se arriesgue al dar el punto de vista de una “culpable” y no de una víctima. Es por eso por lo que el film resulta diferente, más allá de su marcado estilo visual. El espectador se embarca en una tensa y oscurísima historia sobre la condición del ser humano: ¿nacemos siendo buenos? ¿Cómo se puede ayudar a alguien que no lo es? ¿Cargamos con los pecados de nuestros hijos? ¿Es un asesino producto de sus padres? ¿Es Kevin una mera extensión de Eva? ¿Puede la sociedad perdonar? ¿Cómo se debe educar a un niño? ¿Por qué existe ese problema entre padres e hijos a la hora de comunicarse? Y así Ramsay aclara que en su cine es vital la pregunta antes que la respuesta, que deja al espectador, que juzgue.
Durante la película tenemos buenas interpretaciones, deslumbrando aparte de Tilda Swinton, un John C. Reilly al que dan ganas de decirle que se espabile por cómo exculpa a su hijo y el joven actor Ezra Miller que encarna al perfecto villano que acaba admitiendo que no sabe porqué hace lo que hace. Y uno culpa entonces a una sociedad que no supo que este chaval no estaba bien desde el principio.
Nos ahogamos en un relato punzante que quizás hubiera sido más directo si se hubiera ahorrado metraje y se hubieran eliminado ciertas escenas en las que el film puede llegar a caer en la película de sábado por la tarde. Sabemos que Kevin no es un buen chaval, pero la insistencia en ciertos detalles hace que el personaje de Kevin se vuelva menos creíble como si siguiese la estela de otros niños villanos como Damien.
Oscura y perturbadora, exagerada y mejorable en algunos aspectos, Tenemos que hablar de Kevin nos recuerda la profundidad del dolor y la agonía.


Lo siento por el puñetazo.


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