«En la punta de la espada del asesino,
¿Qué tipo de justicia puede morar?»,
Osamu Dazai, Indigno de ser humano.
Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Ryunosuke Akutagawa… Muchos escritores japoneses han acabado con sus propias vidas y de ahí nace la idea de la fascinación que tiene la muerte dentro de la literatura japonesa. ¿No es posible que también lo sea en su cultura, cultura que se ha visto rota en incontables ocasiones y cuya insularidad marca su concepción del mundo? Concepción que aborrece el mundo y donde aparece la figura de Osamu Dazai, otro gran escritor, otro gran suicida, que se percató de la vacua, banal y sombría comedia humana que protagonizamos cada uno de nosotros.
La indignidad
La editorial Satori, recupera en su línea de Clásicos, Indigno de ser humano, la obra más conocida del escritor japonés, la cual ha sido adaptada a varios medios como el cine o incluso el manga a manos del genio del terror Junji Ito. Considerada una de las obras más influyentes dentro de la literatura nipona del siglo XX, Indigno de ser humano nos narra en primera persona la vida de un hombre marcado por una visión del mundo que le hace demasiado consciente de la falsedad del mundo. Se sabe actor en un vodevil sinsentido.
Si en El extranjero de Albert Camus importa la pérdida de la humanidad, esta idea también está presente en el título de Dazai como vemos en:
«Aunque sabía lo que era ser querido por los demás, carecería de la capacidad para amarlos. De hecho, tengo serias dudas de que los humanos poseen la capacidad de “amar”».
Crítica de Indigno de ser humano, clásico de la literatura nipona. Share on X
Y el poder del hartazgo
El mensaje, claro está, resulta lúgubre, pero acaso, ¿no suele serlo la dichosa realidad? Pero también lo es eso que llamamos sociedad.
«El problema de la sociedad es de carácter exclusivamente personal. El océano no es la sociedad, sino la persona. Me sentía más o menos liberado del temor que experimentaba hacia esa ilusión, hacia ese océano llamado soledad».
Y es que podemos encontrar en la duda de su protagonista Yōzō la duda que nos destroza poco a poco a menos que la acallemos.
Por supuesto, esta conciencia puede tomarse como una visión hipersensibilizada del protagonista y esto puede resultar estomagante para muchos lectores que creerán que solo están ante un personaje que se come la cabeza demasiado, como el protagonista de El contrabajo o La paloma de Patrick Süskind, pero también hay verdad en su última frase: «Si no hubiera bebido sale, qué digo, aunque hubiera bebido hasta el hartazgo… Era como un niño parecido a un dios» y es que parece que Yōzō acaba viéndose envenenado por la ingenuidad de su joven esposa.
¿Quién es Osamu Dazai?
A menudo, salta el debate de si el ser humano es capaz de diferenciar la obra del autor y, aunque es respetable aquellos que pueden centrarse solo en el escrito y no en el que escribe, es innegable que conocer la aciaga vida de Osamu Dazai nos permite darnos cuenta de que el protagonista de la obra es un trasunto de él mismo. Por mucho que en el epílogo utilicé la técnica del manuscrito encontrado en Zaragoza con la idea de tres cuadernos que la propietaria de un bar le entrega a un escritor que a saber si es él mismo (u otro desdoblamiento más de su psique) parece que Dazai busca alejarse de un personaje en el que es imposible no encontrar reminiscencias a su aciaga vida: hijo de un aristócrata venido a menos, múltiples relaciones amorosas acabadas de forma dramática, una vida de adicción al alcohol y a la morfina, varios intentos de suicidio fallidos…
Publicada en 1948, es imposible no encontrar un reflejo también del pesimismo y la derrota que se apoderaron de la sociedad japonesa tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. No es odio a lo que vino de fuera, sino al mal que lo causó desde dentro, con una sociedad orgullosa que se hizo añicos y que siguió viviendo de las apariencias, en un inmenso theatrum mundo.
«Sobre la blanca nieve, con el charco de mi sangre se formó una sucia bandera con el sol naciente. Me quedé un rato inclinado: en el cuenco de mis manos tomé un puñado de nieve que restregué contra mi rostro empapado de lágrimas».
Desde una perspectiva cínica, en esta obra que bebe de Dostoievski, encontramos la alargada sombra del propio Dazai, sombra que podríamos extrapolar a otras obras que indagan en el “yo”, como la célebre El guardián entre el centeno que, aunque muy diferente, acaba en el mismo lugar donde acaba el protagonista de Dazai, pero esta mera casualidad podría unirla también a El gabinete del doctor Caligari y no es el caso: quizá el gran elemento común es que todos acabamos perdiendo la cordura en algún momento.
«En estas nuevas circunstancias, ya no era un criminal o un pecador, sino un loco. Puedo jurar que no estaba loco. En ningún momento enloquecí. Sin embargo, ah, es sabido que los locos normalmente hablan así cuando se refieren a ellos mismos. La diferencia estriba en el hecho de que los que están confinados en este hospital son los chiflados y los que aun no han ingresado son gente normal».
El sin embargo
A través del monólogo interno de Yōzō, entendemos las contradicciones del ser humano, pero también del propio Yōzō, que recurre continuamente al “sin embargo”. Si Yōzō intentó ahogarse, como el propio Dazai, el lector se siente en medio de un mar de olas formadas por ideas que vienen y van, que como una antítesis se contraponen mientras nos arrojan a las piedras del olvido:
«En su interior, Horiki no me trataba como a un ser humano de verdad, consideraba que yo no era más que un simple superviviente, un desvergonzado una bestia idiota, como quien dice “un cadáver viviente”, y utilizaba de mí todo lo que sirviera a su propio placer. Sin embargo, comprendía perfectamente su punto de vista, pues desde mi lejana niñez yo era indigno de ser humano. Resultaba lógico que Horiki me despreciara».
Si por algo destaca el estilo de Dazai es por su capacidad para contar mucho con poco. En varios párrafos y algunas frases usadas a modo de imagen, es capaz de narrarnos episodios enteros de la infancia, juventud y prematura vejez de Yōzō. Y a menudo el lector encuentra párrafos que pueden resonar en su propia vida y es lo que nos hace conscientes de la grandeza de la literatura: en cómo conecta con nosotros pase el tiempo que pase.
Amar a la muerte
Todo ello para abordar a un Yōzō que acabará destrozado y cuyo mensaje sobre la verdad humana resulta devastadora. Puede que Yōzō sea indigno de ser humano, pero ¿acaso ser humano merece la pena? Desde los criados que lo violan hasta el compañero de instituto que parece ver tras sus payasadas, desde las mujeres que lo cortejan hasta el amigo que lo conduce a la bebida y la droga, todo en la vida de Yōzō parece una búsqueda de cerrar los ojos y que la vida pase. El intento de suicidio con su amante (que recuerda al protagonizado por Dazai en la vida real y que, como en la ficción, acabó con su amada muerta y él sobreviviendo accidentalmente) nos habla de cómo la vida se convierte en el mayor de los tormentos. Como decía cierta poeta sobre sí misma, se sentía inútil hasta para morir… aunque Dazai finalmente lo logró, con otra amante, cuando vivía en la cima de su éxito.
Si sabemos cuál fue el aciago final de Osamu Dazai, es imposible no sentir un escalofrío cuando leemos:
«Ahora no soy feliz ni infeliz. Simplemente pasan los días. En el infernal mundo de los “humanos” donde yo había vivido en estado de agonía y caos, pensé que aquello era lo único que me parecía verdadero. Simplemente pasan los días».
Puede que sintamos ese escalofrío porque también nosotros somos indignos de ser humanos. Puede que, en una gran paradoja, todos lo seamos.
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